¿Quién morirá bajo el sol de Florida?
Clinton y Trump librarán la batalla final en el tercer estado con más hispanos
El sol de Florida iluminaba el martes el pelo rubio de Donald Trump mientras hablaba a la cámara en el Trump National Doral Golf Club, un paraíso de suaves curvas de césped, palmeras felices y laguitos azules. “Este es uno de los sitios más maravillosos del mundo”, dijo el candidato a presidir Estados Unidos. “Y tengo unos empleados fenomenales”. Tenía a sus espaldas un grupo de trabajadores. La primera fila la ocupaban mujeres hispanas. Trump propuso que alguien saliera a hablar de la experiencia de trabajar con Trump.
–¿Alguien?
–Yo –se escuchó en español. Pero nadie salió.
–Yo también te quiero –bromeó él.
Se giró y enseguida apareció un empleado hispano que se subió al estrado sonriente y con energía. Trump le palmeó la espalda.
–Espero que diga cosas buenas. Si no, lo despido.
El empleado siguió sonriendo y contó que no dejaba de discutir con su familia por apoyarlo. “Amo a este hombre”, dijo y bajó.
–Os prometo que no estaba preparado –apostilló el candidato.
Después pasaron a su lado, alabándolo, más mujeres y hombres, latinos y negros. Al despedirse, Trump volvió a halagar a sus empleados y remató: “Volved al trabajo y cuidad a nuestros clientes. Gracias a todos. Os quiero”.
Lo peor que pueden hacer los demócratas es confiarse. Será una pelea hasta el último voto
Eduardo Gamarra, politólogo
Acusado de xenófobo y misógino, Trump procuraba escenificar lo contrario –representándose como el buen patrón de las minorías– en el Estado que está obligado a ganar para poder vencer a Hillary Clinton, que, al menos fuera del club de golf de Doral, cuenta con el favor de esas minorías.
Florida es el filo de la navaja electoral desde que Al Gore perdió por 537 votos en el 2000 contra George W. Bush. La victoria aquí es la llave al Despacho Oval, y el resultado nunca está claro a priori. Cada cuatro años, Estados Unidos observa en suspense de qué lado se mece la palmera. Bush repitió contra el demócrata John Kerry en 2004. El viento sopló para Obama en 2008 y 2012 contra los republicanos John McCain y Mitt Romney. Hoy los sondeos le dan un punto largo de ventaja a Clinton, pero un punto en Florida puede durar tanto como un frappé de ron en una terraza de South Beach.
“Lo peor que pueden hacer los demócratas es confiarse. Esto va a ser una pelea hasta el último voto”, pronostica Eduardo Gamarra, politólogo de la Florida International University especializado en voto hispano. “Es muy difícil predecir quién va a ganar este estado. A pesar de todas las barbaridades que ha dicho Trump, no se ha podido consolidar una tendencia demócrata. Por eso la participación hispana será valiosísima, más valiosa que nunca”.
En estas elecciones los hispanos son 1.795.000 de los 12 millones de votantes registrados en Florida, un 14,9% del total. En diez años han sumado 700.000 y con la mezcla de orígenes y los cambios generacionales se han ido haciendo más demócratas. En 2006 en el registro de votantes hispanos había cuatro puntos más de republicanos. Hoy hay 11 más de demócratas.
El voto cubano no es aquel voto anticastrista que juró fidelidad al Partido Republicano contra el comunismo. Hace cuatro años un 52% votó por Romney y un 48% por Obama, y la candidatura del iconoclasta Trump puede ser la cuña que acabe de hacer saltar la tradición: según una encuesta hecha en verano sólo un 35% de los cubanos republicanos pensaba votar por él.
Las mayores expectativas las despiertan los puertorriqueños. En 2012 votó por los demócratas un 83% y esta vez se añaden unos 200.000 boricuas llegados a Florida escapando de la bancarrota de Puerto Rico y con inmediato derecho a voto como ciudadanos americanos del Estado libre asociado. El esfuerzo demócrata por llevarlos a las urnas llegará al paroxismo este sábado en Miami con un concierto gratis de Jennifer López a favor de Clinton con la esperada presencia de su ex Marc Anthony, ambos de origen puertorriqueño. Clinton enfila la guerra del voto hispano de la mano de la pareja real latina.
Florida no quiere un muro ni cerrarse al mercado
Michael Grunwald, periodista
El magnate neoyorquino se parapeta tras el voto blanco. “Si sales del sur de Florida y te adentras por el corredor central hacia el norte no dejas de ver letreros de Trump, sobre todo en las zonas rurales y suburbiales. Y está el voto de los jubilados venidos del medio oeste y del noreste, también puro Trump. Es un panorama muy complejo”, explica Gamarra. A la ecuación se añade la constante del voto negro (13% del electorado), que en 2012 se volcó con Obama en un 95% y ahora cerrará filas del lado de su sucesora.
El periodista Michael Grunwald, asentado en Miami y autor de The New New Deal (El nuevo new deal, una crónica del plan de estímulo que aplicó en 2009 Obama) opina que otra debilidad de Trump es la desconexión de su discurso económico con la realidad de Florida, cuarto mayor PIB del país y con una tasa de crecimiento del 3,1% sobre el 2,5% de media nacional. “Su campaña se basa en la idea de que América es un infierno y a Florida le está yendo muy bien, entre otras cosas por la inmigración que recibe y por su apertura comercial al resto del mundo. Florida no quiere un muro ni cerrarse al mercado. Los Estados Unidos que describe Trump no se parecen a Estados Unidos, pero especialmente no se parecen a Florida”, dice Grunwald.
La demografía, las encuestas, la economía tratan de desbrozar el manglar electoral de la península del sol. Pero hasta la noche del 8 de noviembre estará reservado el secreto de Florida, un estado que en su albor fundacional en 1845 prefiguró su espíritu al ensayar en su bandera un lema que a la postre nunca se oficializó: Let us alone. Dejadnos en paz.
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