Putin en campaña
No hay camino viable para una denuncia por crímenes de guerra contra Putin. Ni Rusia ni Siria participan del tratado que establece la Corte Penal Internacional, a la que correspondería abrir una investigación. En su caso, solo podría decidirlo el Consejo de Seguridad, donde Rusia tiene derecho de veto.
Es velocísimo el deterioro de las relaciones entre Washington y Moscú. La cancha geopolítica donde se está produciendo el actual encontronazo es Oriente Próximo, y más específicamente Siria, territorio al que Rusia ha regresado con determinación, echando el resto de su capacidad militar para convertir la inminente derrota del Estado Islámico en una victoria del régimen de El Asad, que significará la consolidación de su presencia permanente.
Moscú ha roto las conversaciones de paz sobre Siria y suspendido dos acuerdos con EE UU, uno sobre de investigación nuclear y otro sobre reducción de arsenales de plutonio. También ha instalado misiles con capacidad nuclear en Kaliningrado, enclavados en pleno territorio OTAN, y ha enseñado los dientes a principios de octubre a la entera comunidad atlántica con un sobrevuelo de dos bombarderos Tupolev hasta las costas de Vizcaya.
La destrucción de Aleppo y la gesticulación que la acompaña se produce en un momento crítico para la seguridad como es la transición en la Casa Blanca, cuando se va el presidente y todavía no se sabe quién le sustituirá y con qué políticas. Todas las transiciones suelen ser momentos de riesgo, desde la crisis con Cuba en 1961, entre Eisenhower y Kennedy, hasta la guerra de Gaza a principios de 2009, entre Bush y Obama. Esta vez hay un agravante adicional y es que existen sospechas de interferencias de Putin en la campaña electoral mediante espionaje electrónico y uno de los dos candidatos, Donald Trump, ha mostrado su afinidad y simpatía por el sospechoso.
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