El Nobel entra en el proceso colombiano
La cocina de los premios Nobel no admite improvisaciones. El trabajo de selección es minucioso y largo. Parece evidente que el comité noruego que los concede venía siguiendo con atención las conversaciones de La Habana entre las FARC y el Gobierno colombiano y ya tenía la candidatura en lo alto de su lista desde el mismo momento en que el presidente Santos y el comandante Timoschenko firmaron el prolijo documento. El resultado del referéndum del domingo, ese voto negativo mayoritario que cayó como un jarro de agua fría sobre los colombianos, fue lo que determinó la personalización del premio en Juan Manuel Santos, protagonista de la victoria que supuso el acuerdo pero también de la derrota incluso personal que cosechó en las urnas.
Los gobernantes en ejercicio, como es el caso del presidente Santos, no son habituales de los premios, normalmente frecuentados por militantes, instituciones internacionales y ong's. En muchas ocasiones, como sucedió con Barack Obama en 2009, prematuramente galardonado más por sus propósitos que por sus méritos, resultan controvertidos cuando se conceden y siguen siéndolo posteriormente. No debiera ser este el caso de Santos, el segundo presidente latinoamericano en recibirlo, después del costarricense, Oscar Arias, Nobel de 1987, que le precedió en la pacificación de los países del istmo centroamericano, y por tanto en la erradicación de la violencia política tras más de medio siglo de un incendio que ha llegado a abrasar el continente de punta a punta.
Los Nobel de la Paz reconocen una labor, pero en algunas ocasiones también pretenden actuar como incentivo para culminarla, como es ahora el caso. En esta ocasión, además, este premio interviene directamente en el proceso colombiano, en la medida en que el comité noruego ha querido echar todo el peso de su prestigio internacional en la balanza a favor del acuerdo de paz tras el resultado negativo del referéndum. El premio constituye así una especie de compensación o contrapeso que sitúa de nuevo a Santos en el centro político y le da una ventaja de reconocimiento internacional sobre quienes protagonizaron la campaña del no, empezando por el ex presidente Uribe, capitalizador de los resultados del referéndum en parte neutralizado por el galardón.
El comité "espera que el premio le dé la fuerza para culminar su tarea", que no es solo de paz, sino también "de reconciliación y de justicia" y le anima a culminar el proceso mediante el diálogo nacional en el que debe incluir a quienes se opusieron. Según su comunicado, el galardón no quiere proporcionar tan solo un estímulo para recorrer el trecho que falta hasta la paz, sino expresar el temor de la comunidad internacional a "que el proceso quede parado y regrese la guerra civil". No hay premio para la guerrilla, tampoco para quienes combatieron el acuerdo por insuficiente. El Nobel de la Paz es todo entero para quien trabajó por la paz primero y luego arriesgó más que nadie, incluso su carrera política, para implicar democráticamente a los ciudadanos en su ratificación mediante un referéndum. Un mérito que no todos le han reconocido como hace ahora el comité noruego del Nobel.
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