Tumbas improvisadas en el infierno de Rukban
Alrededor de 75.000 refugiados permanecen bloqueados en tierra de nadie en la frontera entre Siria y Jordania
De fondo, el sonido de un generador, un habitual de tantos campos de refugiados. El camarógrafo amateur graba una fila de tumbas cavadas en la arena y cercadas cada una por un puñado de piedras. El plano se abre y apunta a algunas de las cerca de 8.300 tiendas que acogen a los alrededor de 75.000 refugiados abandonados en tierra de nadie en el suroeste de Siria, junto a la frontera de Jordania. Ni pueden volver a su tierra, machacada por la guerra, ni cruzar al país vecino, que hace casi tres meses cerró las puertas a cal y canto. Es el campo de refugiados que llaman “la berma”, una suerte de cornisa fronteriza entre los dos países, a unos 400 kilómetros de Deraa, la cuna de la revolución siria. Tras un atentado terrorista contra uniformados jordanos, ninguna ONG o agencia humanitaria tiene permiso para entrar en este infierno del desierto. Y eso pese a la falta de alimentos y atención médica. Un brote letal de hepatitis entre la población infantil ha hecho elevar la alerta, pero también las enfermedades respiratorias, diarrea, deshidratación…
Amnistía Internacional difunde este jueves imágenes satélite y grabaciones hechas desde el campo para denunciar la situación crítica que viven estos 75.000 sirios a cuatro días de la cumbre sobre refugiados que se celebra en la sede de la ONU en Nueva York. La mayor parte de los desplazados alcanzaron esta zona situada entre los campos improvisados de Rukban y Hadalat atravesando en primer lugar los controles fronterizos sirios. Desde ahí y hasta llegar a las autoridades de Jordania tuvieron que recorrer varios kilómetros de tierra de nadie desmilitarizada. Fue antes de llegar al paso de Rukban, situado en el lado jordano, donde se quedaron bloqueados y empezaron a levantar las tiendas –significativamente más esparcidas que en un campo organizado-: 368 se contaban hace un año; 8.295, en la actualidad, según los datos de Amnistía.
El pasado 21 de junio, la suerte de los sirios acampados a las puertas de Jordania se dio de nuevo de bruces con la violencia. Un coche bomba conducido por un terrorista suicida salió del campo hacia un puesto de seguridad y se empotró quitando la vida a cuatro militares, un agente de policía y un funcionario de seguridad. Las autoridades de Jordania, que ya ha recibido a alrededor de 700.000 refugiados –la mayoría vive en las zonas urbanas del país- decretaron el cierre fronterizo, calificaron la zona de área militar y prohibieron la entrada a las organizaciones humanitarias. La última entrega de ayuda se realizó a principios de agosto –algunas organizaciones han dejado sus suministros a través de grúas en el terraplén junto a las tiendas. “Instamos a la comunidad internacional a que entienda la necesidad de tomar esta medida para mantener nuestra seguridad y estabilidad”, dijo por entonces el portavoz gubernamental Mohamed al Momani.
El propio Al Momani ha reconocido ante Amnistía que la berma se está convirtiendo en un enclave del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés). La ausencia de informadores independientes impide confirmar estas informaciones. El pasado 2 de septiembre, el responsable de asuntos humanitarios de la ONU, Stephen O’Brien voló en helicóptero sobre la zona para ver con sus ojos las condiciones en las que están malviviendo miles de sirios. “Hay que imaginárselo, abandonados en mitad del desierto, a altas temperaturas y cocinando en las tiendas”, dijo O’Brien tras el vuelo. La ONU negocia con las autoridades jordanas llevar dos kilómetros dentro de tierra de nadie los puntos de distribución de ayuda, una solución que no obstante mantendría a miles de sirios atrapados en un infierno a las puertas de la guerra.
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