Washington, donde el vecino puede ser el presidente
Lyndon Johnson, que vivió en la capital de EE UU antes de ser presidente, vivió en el barrio de Forest Hills, enfrente de J. Edgar Hoover
Lyndon B. Johnson llegó a la Casa Blanca desde los barrios residenciales de Washington. Vivía en un lugar alejado del centro de la capital, una casa escondida en el barrio Forest Hills, a 25 minutos en coche del downtown de Washington. Johnson fue uno de los presidentes de EE UU con casa propia en la capital. Barack Obama ya ha anunciado que seguirá viviendo en esta ciudad cuando abandone la Casa Blanca, el próximo enero. Este es el primer capítulo de una serie sobre residencias presidenciales en Washington.
Subiendo por la larga avenida Connecticut —que nace a pocos metros de la Casa Blanca y atraviesa diagonalmente el noroeste de la ciudad hasta la frontera del Distrito de Columbia— se llega casi en línea recta al número 4921 de la calle 30. Es una calle pequeña y discreta, de amplios jardines y mansiones.
La casa de Johnson se esconde bajo la sombra de un pino y varios árboles. Un Volvo XC70 marrón está aparcado en la entrada. Tres escalones, donde los Johnson se fotografiaron, conducen a la puerta principal. Sobre los escalones cuelga una lámpara antigua. Está encendida. Engaña: no hay nadie en casa.
Al otro lado de la calle, Heather Lancaster, una mujer británica de 70 años, retira los hierbajos que han brotado en su jardín frontal durante las vacaciones.
—¿Necesita algo? —pregunta tras mirar de reojo varias veces.
—¿Sabe si hay alguien en casa? Aquí vivió Lyndon Johnson.
—Lo sé —responde—. Y aquí J. Edgar Hoover.
Washington es una de esas ciudades donde estas respuestas no son una anomalía. Medio siglo de historia cabe en el rincón de una calle. Es una ciudad donde, en según qué barrios, el vecino puede acabar siendo un alto cargo. O un presidente.
Hoover, no el expresidente, sino el hombre que presidió durante 37 años lo que hoy se conoce como el Federal Bureau of Investigation (FBI), veía desde la ventana de su salón la casa de uno de los presidentes para quien trabajó.
Pero cuando fueron vecinos, en los años cincuenta, Johnson todavía no era presidente, ni era lo que hoy representa para Estados Unidos. Su legado aún estaba por hacer.
Aún no se le había descrito como “una increíble potente mezcla de persuasión, pesadez, halagos, amenazas y rencor”. Tampoco se había dicho de él que pensaba que la vicepresidencia era un cargo vacío, una pérdida de tiempo y energía gastada en estúpidos protocolos y diplomacia. El historiador Robert A. Caro no había escrito que Estelle Harbin, que trabajó con Johnson en el Congreso, decía que el expresidente tenía un afán de protagonismo incontrolable y “no soportaba ser uno más de muchos”. Los Johnson todavía no se habían trasladado, en el otoño de 1961, cuando él ya era vicepresidente, a Los Olmos, una mansión en la calle 52, en el barrio de Spring Valley.
Fue desde la casa en Forest Hills, donde Johnson vivió 18 años con su mujer y sus dos hijas, que el expresidente forjó ese carácter directo e intimidante que le convirtió en el senador más influyente con siete años de experiencia en la cámara. Esa autoridad le sirvió para ascender a la vicepresidencia con John F. Kennedy y, después de su asesinato el 22 de noviembre de 1963, la presidencia, donde consiguió la aprobación de leyes como la de los derechos civiles en 1964 que acabó con la discriminación racial contra negros en EE UU.
El demócrata Johnson compró la casa del 4921 de la calle 30 en 1943, por 18.000 dólares. Hoy, Linda Porter vive ahí con su marido y sus hijos, y se sienta en el mismo salón de muebles victorianos en el que Johnson recibía a sus invitados y compartía con ellos una copa de Scotch. “Es emocionante. Uno se imagina quién ha pasado por esta casa, qué tipo de reuniones ocurrieron. Se siente la historia”, dijo Porter al diario The Washington Post en 2015.
Johnson, que no era un hombre muy sociable, se desmarcó del barrio cosmopolita de Georgetown donde, en su época, los domingos de brunch eran un ritual social que congregaba a periodistas, políticos e intelectuales. Aquel hombre que creció en la pobreza de la Texas rural de principios de siglo, y que siempre se sintió incómodo en el ambiente sofisticado que irradiaba el Camelot de los Kennedy, prefirió vivir sólo con su familia, alejado de esos círculos.
Tanto, que la vecina Heather Lancaster dice que, cuando se mudó a la casa de Hoover, sólo encontró fotos de Hoover con Nixon: “Ninguna con Johnson a pesar de que compartieron calle”.
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