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Siria se presenta como destino turístico en plena guerra

El Gobierno de El Asad recurre a las playas y deportes acuáticos como atractivo

Una imagen de la campañaFoto: reuters_live
Natalia Sancha

“Siria, siempre hermosa”, ha sido el eslogan que el Ministerio de turismo del Gobierno de Damasco ha elegido para lanzar en las redes sociales un controvertido vídeo que promociona las playas del país. Durante un minuto y 44 segundos se suceden imágenes en las que motos acuáticas surcan el mar en unas costas repletas de bañistas que toman el sol en los resorts de Tartous. Una campaña que ha provocado un río de críticas, indignación e incluso mofas.

Promocionar el turismo en un país desgarrado por una guerra que ha segado la vida de más de 290.000 personas se antoja para muchos absurdo, casi rozando la falta de cordura. Hace más de cinco años que huyeron en estampida los últimos turistas y en ese mismo lustro les han seguido otros cinco millones de refugiados sirios. Centenares de ellos han perdido la vida intentando cruzar en pateras el Mediterráneo buscando refugio en Europa. Hoy, los únicos extranjeros que pisan las ruinas sirias catalogadas como patrimonio de la Humanidad por UNESCO son los yihadistas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y las botas de los uniformados, ya sean aliados (rusos, iraníes, iraquíes, libaneses y afganos) o enemigos (franceses, norteamericanos, británicos y turcos) del régimen sirio.

En 2010, el turismo florecía con la notable mejora de sus infraestructuras. El entonces ministro de turismo, Saadallah Agha Al Qala, declaraba que 8,5 millones de turistas habían visitado Siria ese año. Un 40% más que en 2009, aportando unos ingresos que contaron por el 9% del PIB. Pero el boom se desvaneció de golpe en 2011 con el estallido de las revueltas populares y la posterior guerra civil. Según datos de 2015, la afluencia de turistas había caído un 98%. Las vacaciones apacibles que ofrece el vídeo en los resorts de Tartous, similares a los de Latakia (ambas ciudades costeras, bastiones del régimen de Bachar el Asad), contrastan con las sombrías imágenes que llegan de Alepo o Deir Ezzor. Allí, en esa otra Siria, los civiles intentan sobrevivir entre escombros a los bombarderos. Y sin embargo, las imágenes de las costas de Tartous son reales y destinadas a promocionar el incipiente turismo interno.

Los tres resorts que ofrece Latakia tenía aforo completo este verano. Los clientes pasean en chanclas y arrastran flotadores por los centros comerciales. La costa logró permanecer ajena a la guerra hasta el pasado mes de mayo, cuando el ISIS perpetró una serie de sangrientos atentados. En sus playas se dan cita jóvenes, recién casados y familias llegadas de otras provincias en busca de un descanso a lo que se ha convertido en una rutina de guerra. Los más conservadores sorben batidos y fuman una pipa de agua en los restaurantes. Mientras que los menos se zambullen en copas de alcoholes de dudosa producción que sirven en los bares.

Un descanso robado a la guerra

Tras 1.950 días en guerra, el lastre más pesado para los sirios se antoja el psicológico. De ahí que muchos hayan decidido gastarse los pocos ahorros que guardan bajo el colchón para hacer una pausa en la guerra. La costa siria sigue siendo un destino vacacional para la clase media alta con el que pocos pueden soñar. Y sin embargo, el turismo interno se desarrolla en otras zonas del país controladas por el Ejército sirio regular.

En la capital, unos tres millones de desplazados de las cuatro esquinas del país inunda sus hoteles. Estos aprovechan cada anuncio de tregua para hacer un picnic en los numerosos parques públicos y gratuitos de la ciudad, o para pasear por los zocos. Los más pudientes acuden a la ópera o a los restaurantes donde los menús alternan entre el sushi a platos tailandeses. En Bab Touma, barrio cristiano del casco antiguo de Damasco, los bares y terrazas proliferan ante una creciente demanda por parte de una generación de jóvenes hastiados por la vida en guerra y sin electricidad.

Pero en la otra Siria, la controlada por rebeldes o yihadistas donde habita el 40% de los 18 millones de sirios que quedan en el país, las opciones de ocio han quedado desterradas de la vida real. En Alepo, los niños como el pequeño Omran se reúnen en un búnker bajo tierra para poder jugar o estudiar a salvo de los aviones rusos y sirios. Sus padres sueñan con una noche sin bombas en la que poder descansar. Los hospitales también se esconden bajo el suelo para poder operar, mientras que hasta medio millón de personas corren el riesgo de morir de hambre en los cercos impuestos por ambos bandos.

El vídeo que lanza el Ministerio de Turismo pone de manifiesto la controvertida realidad que se vive en Siria, y producto de uno de los conflictos más sangrientos de la actualidad. Y sin embrago, estas realidades resultan familiares para el vecino Líbano. Los jóvenes cristianos de clase media fueron duramente criticados en 2006 por bailar hasta la ebriedad en las discotecas del norte de Beirut al tiempo que la aviación israelí bombardeaba sin descanso a sus conciudadanos chiíes a pocos kilómetros al sur. Pero entonces, los libaneses huían a Damasco en busca de refugio.

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