Omran, un niño sirio
La carnicería en Alepo debe terminar de forma inmediata
Hay imágenes a las que, afortunadamente, es imposible acostumbrarse. La expresión perdida de un niño sirio, cubierto de polvo, ensangrentado y sentado recto —como si estuviera en el colegio o en casa a la hora de comer con los mayores— en la silla de una ambulancia ha vuelto a recordar al mundo que en Siria se está viviendo la que sin duda ya es la mayor tragedia del siglo XXI. Detrás de los titulares de prensa, las iniciativas de la diplomacia internacional y las interminables cifras de víctimas y daños, hay personas que, como Omran Daqneesh, el niño de la foto, en su corta vida no han conocido otra cosa que la guerra.
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Ocurrió algo parecido hace casi un año cuando la fotografía del cuerpo tirado en una playa de Turquía de Aylan Kurdi, de tres años, también sacudió a la opinión pública internacional. Para entonces, Omran y su familia ya vivían bajo las bombas en Alepo, ciudad industrial de Siria. ¿Mejoró en algo su vida la oleada de solidaridad internacional, de declaraciones tanto de personalidades como de ciudadanos comunes, de llamamientos y de promesas generadas por la imagen de Aylan ahogado en una playa todavía con la cabeza en el agua? La respuesta demoledora está en la imagen de portada de ayer de este periódico.
Es necesario evitar que la guerra en Siria se convierta en una especie de elemento recurrente al que se acabe acostumbrando la opinión pública mundial, como antes sucedió con Argelia o Afganistán. Situaciones como las que está atravesando la población de la ciudad de Alepo son absolutamente intolerables y es necesario que los responsables directos de tanto sufrimiento pongan fin a la carnicería y que quienes pueden ejercer influencia en las partes combatientes —o al menos en algunas de ellas— dejen de mirar hacia otro lado y se impliquen en fomentar una solución.
El presidente sirio, Bachar el Asad, y los jefes de los grupos rebeldes que combaten en Alepo son los responsables directos de lo que está sucediendo y no pueden justificar de ninguna manera el calvario al que están sometiendo a decenas de miles de personas. Rusia e Irán están ayudando a El Asad y por tanto tienen la obligación moral de forzarle a detener el asedio. Ninguna maniobra estratégica o de influencia regional debería pasar por encima del precio de vidas inocentes. Estados Unidos y Europa no pueden seguir aproximándose al problema de una forma paliativa, desentendiéndose del origen. En el caso de Europa, tanto por principio democrático como por su propia seguridad. La conmoción y solidaridad ciudadanas son buenas —y demuestran un saludable sentido de la humanidad— pero completamente insuficientes si no van acompañadas de iniciativas y compromisos diplomáticos serios y realistas perfectamente exigibles tanto a Gobiernos como a organismos internacionales. Urge por tanto un alto el fuego inmediato en Alepo extensible al resto de Siria y un compromiso internacional sincero con la resolución del conflicto.
Nada le puede devolver la vida a Aylan Kurdi, pero aún es posible que Omran Daqneesh conozca algo que no sea la guerra. Y es obligatorio que así sea.
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