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COLUMNA

La mierda es el oro de los espabilados

Cómo se han usado los ‘Juegos Olímpicos de la Superación’ para fraguar la identidad, la unidad y el consenso en el Brasil del 'impeachment'

Eliane Brum

La inversión es fascinante. Los Juegos Olímpicos se idearon, en 2009, para poner en el podio al Brasil grande. La apoteosis del eterno país del futuro que por fin llegaba a un presente grandioso. En 2016 el éxito de la fiesta busca reposicionar a Brasil no solo como el país que –aún– tiene un futuro, sino como el país de la superación. La cuestión ya no es, como en 2009, tratar los Juegos Olímpicos como la imagen que expresa "la verdad última" sobre el país. En 2016 varios actores se disputan los Juegos Olímpicos como imagen capaz de tapar los agujeros de un país y devolver una unidad, cualquiera, o un consenso, cualquiera, a un Brasil partido no en dos, sino en varios pedazos.

En 2009 el posicionamiento era: vean cómo somos capaces de construir un país. En 2016 la cuestión ha pasado a ser: vean cómo somos capaces de hacer una fiesta.

No se puede tratar este cambio de paradigma, como muchos lo han tratado, como si fuese la misma cosa. La mirada, aquí, se concentra en las interpretaciones simbólicas de estos Juegos Olímpicos en un momento tan agudo de Brasil. Y en el papel que ejercen sobre la construcción de la realidad.

Cuando dicen orgullosos que la bahía de Guanabara estaba maravillosa y que Río sigue lindo, se trata de una fiesta. La pregunta que trata de un país es: pero, ¿han depurado el agua de la bahía de Guanabara? Y la respuesta es: no. La respuesta es: la bahía de Guanabara sigue llena de mierda.

Cuando dicen eufóricos que ningún atleta contrajo el virus del zika, la pregunta es: pero, ¿y la población de Río? ¿Está a salvo del zika o, más que del zika, del dengue? Y las mujeres que han tenido y aún tendrán niños con daños cerebrales graves, ¿tendrán acceso a protección y salud? Estas son las preguntas que tratan del país, y no de la fiesta.

Cuando dicen radiantes que Río nunca fue tan seguro como durante los 17 días de los Juegos Olímpicos y que los más de 80.000 policías y soldados deberían continuar en las calles para defender a los ciudadanos “de bien”, la pregunta es: ¿y en las comunidades? Murió gente en las favelas, y no solo el soldado de la Fuerza Nacional Hélio Andrade. De modo general, está considerado como la única baja en el período de los Juegos, ya que los demás muertos son aquellos que el país se ha acostumbrado a considerar "matables". Al menos 31 personas murieron y otras 51 resultaron heridas en 95 tiroteos en el Río Olímpico, según Amnistía Internacional. ¿No interesa para la fiesta? Debería interesarle al país.

¿Cuál fue el costo financiero de esa fiesta (gastos aún a la espera de transparencia), para un Estado, el de Río, que declaró la situación de “calamidad pública” menos de dos meses antes del megaevento, para una ciudad en quiebra y para un país en crisis? ¿Quién mide el éxito o quién dice qué es el éxito? ¿El éxito para quién? Seguro que no para los miles de desahuciados para la realización de las obras.

Y, sobre todo, ¿éxito a ojos de quién? Cuando alguien exalta que la bahía de Guanabara estaba límpida, lo que se entiende es que la persona conmemora el hecho de haber conseguido esconder la mierda durante dos semanas de los ojos de los gringos, a quienes les interesa mostrar que seguimos bonitos por naturaleza. Y alegres, muy alegres.

Ante este país sin rostro, se pega la cara desgastada de siempre

La frase en Facebook es cristalina: “Somos un país de pobretones, pero nos montamos las fiestas como nadie”. Ante un país sin rostro, se pega la cara desgastada de siempre, de que somos muy buenos en montar fiestas. Y en las fiestas somos cordiales, alegres y hospitalarios. Y se trata de tapar agujeros que ya no pueden taparse. Conflictos que ya no pueden ser encubiertos por la “fiesta del mestizaje”. Mitos en descomposición.

Este es un país donde las escenas de gente dándose palizas por usar camisetas de colores diferentes se han convertido en algo corriente. Era de esperar que quienes se disputan la narrativa se aferrasen a cualquier unidad, donde no hay ninguna, a cualquier consenso, donde no hay ninguno. Es bastante fascinante que la unidad fraguada, el brasileño único, el brasileño, sea, una y otra vez, esa persona que se monta muy bien las fiestas. Es bastante fascinante que los brasileños, que ya no pueden decir quiénes son o qué son, puedan –al menos– tener la comodidad de una identidad fugaz. Aunque esa identidad sea la de “montarse las fiestas como nadie”.

Lo más fascinante, por otra parte, es que esta narrativa se ha impuesto con muy poca crítica. Los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en Río mientras se desarrollaba el proceso de destitución. Se terminaron los juegos y comenzó el juicio de la presidenta Dilma Rousseff en el Senado. En vez de interpretar los sentidos, lo que se disputa es la autoría del "éxito". Y así, en nombre de la agenda de ocasión, o de la elección de 2018, se ocultan –o incluso se borran– las contradicciones. Presentados –y aprobados por los diversos actores políticos– como un legado de "éxito", a quién le pertenecen los Juegos Olímpicos es todo lo que pasa a interesar. En vez de disputarse el país, se disputa una fiesta. Hasta este nivel ha bajado el debate.

La unidad fraguada es la del viejo cliché del brasileño que se monta muy bien las fiestas

También es así como se invoca, de nuevo y una vez más, el Complejo de Perro Callejero, un concepto del escritor Nelson Rodrigues, un gran intérprete del fútbol y del Brasil del siglo 20. Está claro que el perro callejero es siempre el otro. Las sospechas de que los Juegos Olímpicos no funcionarían –o "no tendrían éxito"– serían el resultado de la falta de autoestima de los brasileños, que se sentirían inferiores a los gringos. También se considera la posibilidad de que el verdadero perro callejero sea aquel que tiene como única medida la mirada de los gringos y que necesita su aprobación para saber si tiene valor. Lo curioso es que, en la tesis de la perrocallejerización, se utiliza la fiesta como categoría totalizadora. Aunque en algunos casos esto puede ser tan solo un problema cognitivo, en otros suena como mala fe.

Aquí es donde entra un concepto esencial para comprender el momento: superación. Los Juegos Olímpicos de 2009 fueron soñados como la coronación de un país que ya se había superado. O que ya se había convertido en su propia promesa, con la mejora de la calidad de vida de decenas de millones y la reducción de las desigualdades. Una nación que ya había allanado su terreno entre las principales economías del mundo, un Brasil de "ciudadanía plena", un "país de primera clase". En los Juegos Olímpicos de 2016, la superación pasó a ser la cualidad de todo un país. La cualidad en sí, el movimiento continuo. El bucle eterno. El pobretón, que continúa pobretón, pero se monta las fiestas como nadie.

De este modo, nuestros atletas se convierten siempre en "historias de superación" dignas de toda alabanza. Gente como Rafaela Silva e Isaquias Queiroz. Si consiguieron superar todas las desigualdades y asimetrías de Brasil y se convirtieron en atletas capaces de ganar medallas en el podio, es un orgullo para ellos. Pero es imperativo recordar que vencieron a pesar de Brasil. Y ese hecho debería ser un motivo de vergüenza para el país.

Consumido por la máquina de hacer dinero que involucra a los medios de comunicación y los megaeventos, aquello que es una excepción –vencer contra todo y contra todos– se convierte en una cualidad totalizadora. De este modo, es Brasil entero el que se convierte en el "país de la superación". Son los Juegos Olímpicos "de la superación". Lo que debería ser una vergüenza, el hecho de que el país no les garantice la base mínima a sus niños y jóvenes para que desarrollen sus potencialidades en el deporte, y también en las matemáticas y la literatura, se convierte en un motivo de orgullo nacional.

La capacidad de superación es una mística ampliamente distribuida, mientras que los ingresos se concentran en manos de unos pocos y de los mismos

Esta falsificación sirve para muchas cosas. Entre ellas, enriquecer a mucha gente y alimentar el entretenimiento disfrazado de periodismo de algunas redes de televisión. Sirve también para algo perverso, con graves consecuencias en la vida concreta del país, que es estimular la creencia de que basta con tener voluntad personal para conseguir vencer en un país en el que la mayoría de las personas vive en tierras arrasadas, en centros educativos arrasados, en inseguridad alimentaria, ya sea por desnutrición o por obesidad. Así que, si no vences, es problema tuyo. No se responsabiliza al Estado, se borran las distorsiones históricas. Y, por lo tanto, no hay razón para pensar en una redistribución de los ingresos o en la reforma agraria o en la demarcación de las tierras tradicionales. El brasileño, ese unicornio, se supera. Es un pobretón, pero el que mejor se monta las fiestas.

Es el discurso de Galvão Bueno, de la Red Globo, calculadamente lacrimoso: "El deporte es la herramienta que hace que Rafaela Silva, nacida en la pobreza de Ciudad de Dios, y al supercampeón Bernardinho, hijo de la clase media carioca, compartan el mismo sueño y lleguen al mismo lugar". ¿Cuál es el mensaje de esa igualdad fraguada en uno de los países más desiguales del mundo? En el país de superación, no hace falta tocar los privilegios, porque todo depende de la fuerza de voluntad individual. La capacidad de superación es una mística ampliamente distribuida, mientras que los ingresos se concentran en manos de unos pocos, y de los mismos.

Debería producir alguna interrogación el hecho de que alguien como Galvão Bueno, con todo lo que es y representa, se haya convertido en una especie de portavoz del espíritu olímpico. Discursos semejantes al suyo, de exaltación de los Juegos Olímpicos, fueron repetidos incluso por intelectuales que, hasta ayer, mostraban un pensamiento complejo. No solo de derechas, sino también de izquierdas.

Una parte de la izquierda se suma a la misma falsificación de los medios a los que el resto del tiempo acusan de golpistas

Por la parte de la derecha, se trata, entre otras cosas, de asegurar que el país tenga unidad para proseguir, tras el impeachment, con la agenda conservadora en curso. Brasil es el que siempre ha sido, el período Lula-Dilma apenas una interrupción momentánea. Para una parte de la izquierda, el punto es asegurar los Juegos Olímpicos como un legado usurpado de Lula, en caso de que él llegue a las elecciones de 2018. En nombre de los proyectos de poder, se sacrifica la complejidad y se forja el consenso oportunista. Lo que no cabe en la versión se relega a la categoría de problemas de menor importancia.

Una vez más, en nombre de la agenda de ocasión, una parte de la izquierda se calla ante las tantas falsificaciones de los "Juegos Olímpicos de la Superación". Y reedita una especie de conciliación imagética, una especie de tregua olímpica, con los mismos medios de comunicación a los que el resto del tiempo tildaron de golpistas. Se disputa la firma del espectáculo, el éxito ya ha sido pactado.

En la mística de la superación, cuando aquellos que deberían superarse sufren una derrota, son sometidos a castigos como si hubiesen traicionado a todo un país. En ese momento es cuando aparecen los conflictos, y explotan el racismo, la homofobia y el machismo del pueblo alegre que se monta las fiestas como nadie. Como tan bien comprendió Rafaela Silva, a la que, al ser derrotada en los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012, le llamaron, en las redes sociales, macaca (mona). En tal volumen y con tal virulencia que a punto estuvo de dejar el yudo. En el año 2016, al ganar el oro en su categoría, se convirtió en una heroína nacional. Nadie duda de que, si hubiese perdido, la volverían a insultar de la misma forma.

La nadadora Joanna Maranhão conoció bien la cordialidad del pueblo brasileño al quedarse fuera de las semifinales de los 200 m mariposa. Joanna, que hace algunos años tuvo el valor de denunciar que sufrió abusos sexuales por parte de su técnico cuando era niña, oyó en las redes sociales, que, por haber perdido, "deberían violarla de nuevo". Brasil es homofóbico, machista, racista y xenófobo, denunció Joanna, en un desafío al país alegre y hospitalario, o "al pueblo que tan bien se comportó en los Juegos Olímpicos". Joanna y Rafaela demostraron tener madurez al no dejarse tragar por la máquina de entretenimiento. Al contrario, se arriesgaron a exponer los conflictos cuando nadie quería saber de ellos.

El país no fracasa cuando un atleta pierde en unos Juegos Olímpicos. Brasileñas como la judoca Rafaela Silva son victoriosas sencillamente por haber llegado vivas a la edad adulta. Llegar a los Juegos Olímpicos, ganando o no, es una enormidad. Brasil fracasa porque, durante el mismo período de los Juegos Olímpicos en los que Rafaela subió al podio, jóvenes como ella fueron ejecutados a tiros muy cerca de allí.

El éxito – o la "superación" – del Brasil Olímpico parece ser el de haber logrado esconder de los ojos de los gringos toda esa cantidad de mierda durante un par de semanas. Y no solo la de la bahía de Guanabara. Es cierto que un país puede medirse no solo por su éxito, sino por la regla con la que mide su éxito.

Los Juegos Olímpicos, como concepto cerrado, son grandiosos. Los atletas entrenan duro para hacer de ese momento un espectáculo, para crear belleza. Ofrecieron un espectáculo en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, en la Alemania nazi. Uso este ejemplo extremo porque ayuda a dejar claro que los Juegos Olímpicos no pertenecen solo a los atletas ni sirven apenas para celebrar a los pueblos. Parece obvio, pero no es lo que hemos visto en tantas justificaciones. Los usos de unos Juegos Olímpicos, así como las narrativas sobre ellos, son políticos, en el sentido amplio (y, a continuación, también en el rastrero). Y la forma como cada uno participa en ellos también es política.

La reedición del Complejo de Perro Callejero puede revelar la imposibilidad de crear conceptos originales en un momento tan desafiante

En este campo es donde llamo la atención sobre "el Brasil que ha demostrado que sabe hacer unos Juegos Olímpicos". Hay que tener mucho cuidado con quienes ponen algo tan complejo en la perspectiva del pesimismo/optimismo. Hay que tener una considerable delicadeza incluso con el concepto de Complejo de Perro Callejero. No se sabe si fue revivido porque realmente hace eco o por la incapacidad de crear conceptos originales para un momento tan desafiante para Brasil. Tiendo a apostar más por esta segunda hipótesis, y sigo defendiendo que nuestra crisis también es de palabra. De lenguaje y de estética.

Hay una diferencia entre ser capaz de montarse una fiesta, la medalla de oro de 2016, y ser capaz de construir un país, la medalla de oro de 2009. Es necesario marcar esta diferencia para no perder los Juegos Olímpicos del día siguiente.

Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.

Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

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