La muerte política del hombre que fue mano derecha de Jomeini en Irán
El expresidente Rafsanyaní ve cómo su antigua influencia se transforma en irrelevancia
Ali Akbar Hachemí Rafsanyaní ha sido uno de los políticos más influyentes de Irán. Hombre de confianza de ayatolá Jomeiní, el líder de la revolución iraní, fue clave en la formación de la República Islámica, en 1979, y en la elección de Ali Jameneí para suceder a Jomeiní, una década después. Como presidente, su plan de reconstrucción del país tras ocho años de guerra con Irak no sólo marcó el rumbo económico para las siguientes décadas, sino la estrategia de desarrollo. Desde entonces ha perdido mucho terreno ante sus rivales políticos, en especial ante el actual líder supremo, y su respaldo a Hasan Rohaní en las presidenciales de 2013 tal vez sea su último error.
De hecho, ese apoyo dio paso a la muerte política de Hachemí, conocido en Occidente como Rafsanyaní, por su región de origen. El presidente Rohaní se ha convertido en lo que él siempre quiso ser: un político moderado que se lleva bien con la mayoría de los grupos y que, sin alejarse mucho, le mantiene a distancia para contar con el apoyo del líder supremo, sabedor de que ya no representa ninguna facción importante.
A sus 81 años, Rafsanyaní ha participado en la mayoría de las elecciones celebradas en la República Islámica, aunque durante las últimas dos décadas siempre resultó derrotado. Hasta los comicios a la Asamblea de Expertos del pasado 26 de febrero cuando, con 2,3 millones de sufragios, se convirtió en el candidato más votado de toda la historia de esta cámara que nombra, supervisa y destituye al líder supremo. Sin embargo, no presentó su candidatura a presidirla, lo que dejó vía libre a Ahmad Jannatí, uno de los clérigos más conservadores del país elegido en el último puesto por Teherán. Su gesto frustró las esperanzas de muchos reformistas que le habían apoyado y ratificó su falta de peso en el sistema iraní.
El ocaso de Rafsanyaní empezó en la cima de su poder, cuando la gente empezó a llamarlo “Akbar Shah” (Rey Akbar) por la fortuna que había amasado, aunque sus seguidores preferían verlo como un Deng Xiaoping iraní. Al romperse el equilibrio entre derechistas e izquierdistas tras la muerte de Jomeiní, se dejó llevar por el bando más fuerte, el de los conservadores. En su segundo mandato renunció a las figuras reformistas y aceptó la dimisión de su entonces ministro de Cultura, Mohamed Jatamí.
En las siguientes elecciones, en 1997, Jatamí salió elegido presidente y su Gobierno rompió el tabú que impedía criticar a Rafsanyaní. Los reformistas trataron de cortar sus lazos en el sistema mediante una campaña extraoficial para desprestigiarlo. Pero fue el principalista Mahmud Ahmadineyad quien durante su presidencia (2005-2013) puso coto al imperio económico de la familia Hachemí y neutralizó sus mecanismos políticos. A partir de entonces, el viejo político tuvo que conformarse con la limitada influencia que le confería encabezar el Consejo de Discernimiento y la Asamblea de Expertos.
A medida que disminuía el poder de Rafsanyaní, el ayatolá Jameneí, su gran rival político, salía de la sombra y, con posturas cada vez más firmes, se convertía en un escollo para sus proyectos. Desde su nombramiento como líder supremo, Jameneí sintió el peligro de un ambicioso Rafsanyaní que buscaba modificar la Constitución para permanecer en la presidencia, así que decidió trasladar la Casa del Líder de su sede en el norte de Teherán a la calle Pasteur, en el centro de la capital, justo al lado de la Presidencia, y convertirse en un poder paralelo.
Tras haber fracasado en sus intentos de presentarse como una figura independiente en buenas relaciones con todos los grupos políticos, Rafsanyaní creyó encontrar una oportunidad de oro en las protestas poselectorales de 2009. Apostó por los manifestantes para restaurar su base popular, pero los iraníes ya no le veían como una alternativa. Su cambio de postura le enfrentó con el líder y perdió la presidencia de la Asamblea de Expertos.
La merma del poder de Rafsanyaní no borra su herencia, pero los políticos suelen escribir sus memorias cuando se jubilan. Los gruesos tomos de las memorias de este veterano parecen confirmar que tal es su caso, aunque les falte un capítulo final con su muerte política, una muerte que, al contrario de la del líder supremo, no tiene muchos efectos en la vida política y social de Irán.
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