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El enterrador de Pedernales

Tres meses después del terremoto, Froilán Cevallos cuenta su historia: "Yo debajo de la cama donde duermo tengo un muertito entero que me protege"

Manuel Jabois
Froilán Cevallos frente a uno de los ataúdes abandonados después de las últimas exhumaciones.
Froilán Cevallos frente a uno de los ataúdes abandonados después de las últimas exhumaciones.Lys Arango

El día en que Pedernales tembló, su enterrador, Froilán Cevallos, se echó al suelo para abrazarlo.

-Me sacudía tanto que parecía que se me estaba batiendo hasta el cerebro. Cuando alcé la mirada todo era una polvareda. No se escuchaba la caída de los edificios sino el rugir de la tierra. Batía el suelo como un movimiento de olas. Si llega a demorar un minuto entero estaríamos todos muertos.

A Lys Arango, periodista y responsable de prensa de Acción contra el Hambre, Cevallos le contó que a los pocos días vio llegar a su cementerio a sus hermanos y sus amigos metidos en féretros.

-Los que no cupieron o los que no tenían dinero para costearse los gastos, fueron apilados en fosas comunes. Vi cómo las máquinas levantaban cabezas, pedazos de brazos y piernas e iban a parar a las escombreras. El Gobierno dice que fallecieron cerca 100 personas en Pedernales, pero nosotros sabemos que hubo muchos más.

Le pregunté a Arango cómo es un terremoto. Ella acudió a Ecuador tras el primer seísmo. Días después, junto a otros trabajadores de la ONG, se encontraba hablando con varios supervivientes cuando la tierra empezó a tabletear y finalmente se quebró, provocando un colapso en la puerta del edificio en el que se encontraban.

-El suelo salta, se rompe -dice

De aquella charla de la ONG hubo gente que salió arrastrándose por el suelo moviéndose con los codos como en un ejercicio militar. De sus casas no quedaba casi nada, sólo alguna pared y un techo. Pero habían dejado a sus hijos en ellas.

Cuando la tierra tiembla en Pedernales Froilán Cevallos piensa en sus muertos. Lys Arango fue a visitarlo al cementerio: lo encontró junto a su hijo y tres muchachos preparando una tumba a la que trasladar el cuerpo de una mujer y su hijo, enterrados en una bóveda ajena. “Yo soy analfabeto, nunca fui a la escuela”, le dijo. “Mi hijo viene a ayudarme porque me ve viejito, y eso le honra. Yo aprendí desde muy niño a trabajar en el campo, con el machete: me hizo persona de bien”.

Cuando ocurrió el terremoto lo primero que hizo Cevallos fue subirse a la moto y acudir al centro a ver qué había ocurrido. Entró así en una película de terror: no había electricidad y los faros de la moto iluminaban edificios caídos, gente gritando y pidiendo auxilio. Escuchó voces que avisaban de la llegada de un tsunami y se acercó al malecón (“soy hombre de mar”). Pero la única ola que se acercaba a Pedernales, dijo, era de ladrones. Saquearon almacenes y casas en la misma noche del terremoto.

Ocurrió a las 18.58 del 16 de abril; en ese momento Ecuador sufrió un temblor de 7,8 grados de magnitud durante 45 segundos; provocó 661 muertos, y la ciudad peor parada fue Pedernales: allí apenas quedaron unos pocos edificios en pie.

“Cuando yo estaba abrazado a mi tierra prometí que de mi Pedernales (pone los dedos pulgar e índice en cruz sobre su boca y los besa haciendo un ruido sonoro) jamás me iré. Mejor me muero. Nací aquí y aquí voy a morir", le contó a Arango. Esa misma noche sacó cadáveres de los escombros y de mañana, sin dormir, buscó huecos en el cementerio. Esas nuevas tumbas no tienen adornos, no tienen cruces, no tienen fechas. Algunas incluso no tienen nombre. Porque están hechas, dijo, “a la desesperación”.

Después de decenas de llamadas se quedó sin teléfono; una mala noticia en un pueblo es que al enterrador se le acabe la batería.

La relación de Froilán Cevallos con los muertos comenzó a los 17 años, cuando abrió su primer cadáver. Él habría querido ser forense, pero como sus padres no le llevaron a la escuela se fue a pedir trabajo a la morgue. “Me dediqué a andar con los muertos”, dice. Y se iba solo allí para ver el trabajo que hacían los médicos para tratar mejor, con más cariño, “a mis muertitos”.

Le llegaron a ofrecer dinero por un cadáver, algo que no sólo es delito “sino pecado”. Dijo que cuando entra un muerto está él para hacerle respetar: él sabe que los muertos le quieren. Hace años un accidente de avioneta terminó con dos mexicanos en la tierra de Pedernales; fue sonado: llevaban 1,3 millones de dólares. Hasta que se decidió el destino de los cuerpos (se les hizo la autopsia para comprobar que no llevaban droga en el cuerpo) Froilán Cevallos se ocupó de ellos, echándole cal para que no se pudriesen, pues en la morgue de Pedernales no hay cámara frigorífica.

No es su experiencia más cercana con un muerto: vive con uno.

-Yo debajo de la cama donde duermo tengo un muertito entero -le contó a Lys Arango.

Hace cuatro años se encontraba tomando unos tragos cuando a las 5.30 de la mañana escuchó unos ruidos. Se acercó al lugar de donde procedían y vio a “dos pendejos” cargando un saco enorme, así que Froilán Cevallos agarró un machete y fue tras ellos.

-A la carrera dejaron el saco tirado y se largaron en una moto. Yo lo recogí y vi que dentro había un muertito. Puros huesos. Me lo cargué al hombro. Cuando amaneció llamé a la policía judicial, a la criminalística y pudimos encontrar a la familia. Me dijeron que esto había ocurrido porque debían un dinerito, pero ellos no querían al muerto. De modo que me lo llevé a mi casa.

El muerto de Froilán Cevallos se llama Lisandro Cotera, pero en casa le llaman Don Liso. Duerme debajo de su cama y “ya es parte de la familia”.

-Tengo perro, tengo gato, tengo chancho, tengo gallinas, tengo mis muchachos, tengo mi esposa y tengo mi muerto. Él nos protege.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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