Ennahda abandona las tareas religiosas para centrarse en política
El mayor partido del Parlamento de Túnez consolida en un congreso su apuesta por la moderación
El histórico partido islamista tunecino Ennahda quiere dejar de ser islamista. Al menos, eso declaró su carismático líder, Rachid Ghannouchi, en los días previos al décimo congreso de la formación, que se inauguró el pasado viernes en un abarrotado polideportivo de las afueras de la capital con la asistencia de más de 10.000 militantes. Entre el público, una gran pancarta proclamaba “No al terrorismo”. La etiqueta “islamista” se ha convertido en tóxica en la era del autoproclamado Estado Islámico para los partidos de base religiosa musulmana que reniegan de la violencia y abogan por participar en las instituciones democráticas. Como Ennahda, que integra un Gobierno de coalición que lidera su principal adversario en las últimas elecciones, el partido conservador y anti-islamista Nidá Tunis.
El congreso, el segundo después de la revolución popular que depuso al dictador Zine El Abidine Ben Alí en 2011 y supuso el inicio de la primavera árabe, tiene como objetivo actualizar la doctrina del partido a la luz de los cambios que han experimentado Túnez y el propio movimiento político. Entre las principales reformas que se adoptarán en el congreso, tras haber sido pactadas entre las diversas facciones, figura el cese de toda actividad religiosa en el seno de Ennahda (que significa renacimiento), que se convertirá en una organización estrictamente política. “Esta no es una decisión que caiga del cielo, sino la coronación de un proceso histórico... Debemos separar la religión de las luchas políticas”, proclamó desde el estrado Ghannouchi que, con toda probabilidad, saldrá reelegido como presidente del partido. Túnez es el más laico de los países árabes.
Incluso el ala más conservadora cerró filas con la dirección. “El término islamismo pertenece a un periodo pasado, de represión. Ahora somos un partido demócrata nacional con una referencia islámica”, afirmó a este diario Sadok Churu, representante de los halcones de un partido que se ha transformado de un movimiento de protesta, perseguido por Ben Ali, a un partido con vocación de Gobierno.
Después de haber pasado la mayor parte de sus tres décadas de historia en la clandestinidad o el exilio, Ennahda se impuso en las primeras elecciones democráticas celebradas tras la caída del antiguo régimen. Su Ejecutivo estuvo marcado por una profunda polarización política entre islamistas y laicos, lo que forzó a Ennahda a entregar el poder a un Gabinete de unidad nacional antes de terminar su mandato. Este gesto permitió encarrilar la transición democrática y terminar las labores de redacción de la nueva Constitución, aprobada por consenso.
Después de la escisión sufrida por el gobernante Nidá Tunis, Ennahda es ahora el mayor partido del Parlamento y cuenta con un ministro en el Ejecutivo, si bien su peso es decisivo. “La lucha por la defensa de la identidad está superada. Ahora, nuestra prioridad es garantizar la seguridad de la población frente a la amenaza terrorista y promover el desarrollo económico”, explicó en un acto previo al cónclave Ali Laraid, primer ministro en 2013. El yihadismo se ha cebado en Túnez, y en su industria turística, en los últimos años.
Según los analistas, más que una ruptura con el pasado, el congreso representa otro paso en el largo camino hacia la moderación iniciado desde hace más de dos décadas, cuando este partido tunecino abrazó la democracia y los derechos humanos. De hecho, actualmente, las actividades proselitistas en el seno de Ennahda son marginales. Aunque el partido todavía forma parte de la organización internacional de los Hermanos Musulmanes, que inspiró su fundación en 1979, existen notables diferencias ideológicas entre ambos. La sociedad tunecina es la más laica de la región. Según una reciente encuesta de la fundación Konrad Adenauer, tan solo un 23% de los tunecinos apoya la preeminencia sharia, o ley islámica, en el ordenamiento jurídico, frente a un 60% de los egipcios o un 77% de los libios.
La coalición con Nidá Tunis, integrado por algunos dirigentes vinculados al antiguo régimen, ha sido definida por algunos expertos como “un compromiso histórico” entre las dos almas políticas del país magrebí, la tradicionalista y la modernista. “Con esta extraña alianza, Ennahda quiere normalizar su presencia en la escena política, reforzar su posición como partido del establishment”, sostiene la politóloga Nadia Marzouki, que lamenta que el peaje haya sido adoptar un enfoque económico neoliberal y abandonar los ideales de la denominada Revolución de los Jazmines.
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