El sufrimiento de un país
Existe un creciente enfado por el daño que los ataques yihadistas han hecho al turismo
No hay golpe que pueda sorprender ya a los sufridos egipcios, sobre todo aquellos que dependen del sector de los servicios. Este jueves por la mañana, lo que hace solo una década eran grandes centros de atracción del turismo mundial —las pirámides de Giza, los templos de Luxor, los meandros del Nilo a su paso por Asuán— han amanecido tan vacíos o más que el día anterior, avión desaparecido o no. Aun así, que nada sorprenda ya no significa que no haya una creciente amargura y enfado por la deriva de una industria que en sus buenos años movía un 1% de todos los viajes de placer a nivel mundial.
Esta mañana, Mohammed Abdelrahim, un guía en el templo de Karnak, en Luxor, se lamentaba entre las ruinas: “Antes tenía grupo tras grupo, cientos de personas. Hoy, mire”. A su alrededor, efectivamente, no hay ni un alma. Él ha tenido hoy suerte porque le hemos pagado 100 libras egipcias, 10 euros, por tres horas de paseo y lecciones de historia bajo un sol de 40 grados. Licenciado en Egiptología por la Universidad de El Cairo, está contento de poder hacer su trabajo, pues muchos son los guías y vendedores que más que ofrecer guías o souvenirs imploran una ayuda ante la falta total de ingresos.
Como Mohammed, son casi tres millones, de una población total de 90 millones, los egipcios que dependen del sector turístico. Según un reciente informe del Consejo Mundial de Viajes y Turismo, este sector supone un 13% del Producto Interior Bruto del país, y va decreciendo, año tras año, de forma parece que irremediable.
La pregunta unánime, que también se formula Mohammed, es, ¿qué más puede pasar? El avión procedente de Francia desaparecido este mismo jueves. El secuestro y asesinato de un ciudadano italiano que estudiaba en El Cairo a principios de año. El estallido de un vuelo con destino a Rusia tras despegar de la localidad de playa de Sharm el Sheij en octubre. El ascenso de Al Qaeda en la península del Sinaí. Los motivos que sopesan los egipcios son tan variados como poco definitivos. ¿Hace lo suficiente el Gabinete del mariscal Abdelfatá Al Sisi? ¿Son responsables de estos males los caóticos meses de Gobierno de los Hermanos Musulmanes? ¿Comenzó todo con la llamada primavera árabe?
Lo cierto es que el sector del turismo y una buena parte del modo de vida de Egipto comenzó a hundirse hace casi dos décadas, al convertirse este país en laboratorio del yihadismo antes del 11-S. Aquí mismo en Luxor, en el templo funerario de la reina Hatshepsut, el 17 de noviembre de 1997, seis miembros de la milicia islamista Gama al Islamiya asesinaron a 58 turistas suizos, japoneses, británicos, alemanes y colombianos, además de a cuatro trabajadores egipcios. Dos meses antes, otro ataque similar en el museo de El Cairo se había saldado con 10 muertos, entre ellos seis turistas alemanes. Con esos ataques querían, según su organización terrorista, hundir la economía de Egipto.
Ese fue en efecto la estrategia inicial del yihadismo: atacar a Occidente allá donde se lo encontrara. Y qué puede haber más occidental que esos viajes de placer a algunas de las ruinas más fascinantes y mejor preservadas de la historia. Egipto reunía todas las condiciones: pocos controles, muchos visitantes extranjeros, bolsas de islamismo incipiente. Y es cierto que ahora son incontables los restaurantes y tiendas que han cerrado, las habitaciones de hotel vacías, los cruceros amarrados en el Nilo. Aunque los turistas hayan encontrado otros lugares exóticos a los que evadirse, nadie sufre tanto toda esta violencia como el egipcio medio.
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