La mirada perdida de Buteflika
El régimen argelino está paralizado ante la crisis, como su presidente en la silla de ruedas
Manuel Valls se llevó el demérito con su tuit en el que aparecía sentado junto a un Abdelaziz Buteflika con la mirada fija y desencajada. Jean-Louis Debré, expresidente del Consejo Constitucional francés, remató la faena con su libro Lo que no podía decir, en el que proporciona detalles de las dificultades expresivas del anciano presidente durante su entrevista del pasado diciembre. Sendos vídeos del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, disponibles en YouTube, ofrecen la misma imagen decrépita de un presidente incapaz de regir los destinos de su país, pero no han suscitado ni críticas ni debates.
La explicación es el prejuicio ampliamente compartido en la vecina Argelia: nada malo sucede en que no estén los franceses de por medio. Es imposible ocultar, desde la última campaña presidencial en la que ni siquiera participó, que Buteflika, sentado en su silla de ruedas, nunca se recuperará del ictus que sufrió hace tres años. Pero si su parálisis tiene carta de naturaleza pública es por culpa de Francia, un país con el que Argelia mantiene unas relaciones tan estrechas como difíciles y llenas de mutuos resentimientos y susceptibilidades, celos y complejos.
Los medios oficiales pretenden que quien fue el ministro de Exteriores más joven del mundo conserva enteras la inteligencia y claridad de juicio. También lo confirma Debré en su libro, aunque la exhibición de clarividencia sea mero fruto de una esmerada preparación de las escasas y breves reuniones en las que participa el anciano.
Si las élites argelinas, fundamentalmente militares y servicios secretos, decidieron que solo tenían a un pobre enfermo para presidir el país es porque no han conseguido arbitrar la guerra sorda que hay entre los clanes del poder en un momento que se percibe como un fin de régimen. Argelia solo exporta productos energéticos (97%), con los que financia un 60% del presupuesto, cuya parte del león son unas fuerzas armadas y de seguridad que le sitúan entre los de mayor gasto militar de África.
Ahora acaba de lanzar una emisión de bonos patrióticos, con los que obtener liquidez de sus propios ciudadanos y bombear de la economía informal. No tiene deuda exterior, fruto de los años de bonanza, pero pronto no quedará nada en la hucha de las rentas energéticas. Los escándalos políticos se amontonan, la inestabilidad geopolítica presiona sobre sus fronteras y persiste o incluso se incrementa la amenaza del terrorismo interior.
Todos los países dependientes del petróleo deberán recortar subvenciones y diversificar su economía. En el caso argelino, nada hay similar al plan saudí, a pesar de que las señales de alarma vienen sonando desde 2014, cuando empezó la caída de los precios energéticos. Al contrario, incapaz de abordar la crisis y resolver las querellas entre sus clanes internos, el régimen sigue exhibiendo su parálisis, como Buteflika en su silla de ruedas, a la espera de la muerte que le acecha.
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