Tess Asplund nació aquí (Cali, Valle del Cauca)
Será ridículo el titular, “Colombianos que triunfan en el exterior”, el día en que sea posible triunfar en el interior
Sé que sucede en todo el mundo: que en todo el mundo tiende a celebrarse el triunfo de un coterráneo como un pequeño orgullo en la familia. “El primero que pisó la Luna fue un estadounidense”, “el primero que escaló el Everest fue un neozelandés”, se dice, en breves raptos de patrioterismo, en las salas de todos los países, pero mucho me temo –y estoy dispuesto a recibir mil y una pruebas de mi error– que aquí en Colombia es peor. Quizás porque seguimos en mora de hacer una nación, y somos incapaces de reconocernos acá adentro, aparecen con demasiada frecuencia en nuestros medios artículos titulados “Colombianos que triunfan en el exterior”. Este es el punto más bajo de nuestra manía: “¡Schwarzenegger fue infiel a su esposa con la mujer de un pereirano!”. Pero ese en general es el estilo.
Por supuesto, si un colombiano comete la afrenta de acrecentar su buena fama en el mundo, si perpetra la ofensa de “seguir triunfando en el exterior” sin ningún permiso, es lo más seguro que comience a ser odiado por estos lados: “García Márquez nunca hizo nada por Colombia…”. Pero en un primer momento es lo más común que, por obra y gracia de su éxito innegable, se le conceda el gentilicio “colombiano” a algún incauto que a duras penas ha pensando en el país: “el bogotano John Leguizamo triunfa en Broadway”, “una vez Charlize Theron trabajó en Bogotá como modelo”. Y si digo esto, si doy vueltas a semejante complejo que pasa en todas partes pero aquí es mucho peor, es porque el otro día –en una entrevista radial– se celebró a la sueca Tess Asplund como “la colombiana que se enfrentó sola a 300 neonazis en Borlänge, Suecia”.
Creería que todo el mundo ha visto esa fotografía: ella encara con el puño al aire a una marcha del partido de derecha Movimiento de Resistencia Nórdica.
Y sí, la activista Asplund nació hace 42 años en Cali, en el Valle del Cauca –tierra de valientes, de azucareros, de ingeniosos, de cinéfilos–, pero fue adoptada por una familia sueca cuando era apenas una bebé de siete meses. Ojalá fuera de acá. Ojalá hubiera estado aquí para que su buena memoria insistiera en que hubo una vez, hace veintitantos años, cuando sólo los narcos preferían una tumba acá en Colombia; para que su inconformidad les preguntara a esos 1.245 coterráneos que aparecen en los filtrados “papeles de Panamá”, sin moralismos ni morbos de redes sociales, por qué tanto empeño en proteger su dinero del país; para que su coraje parara estas marchas de colombianos puros, nórdicos, que, encabezados por el expresidente Uribe Vélez, han amenazado con una “resistencia civil” contra los acuerdos de paz.
Sé que sucede en todo el mundo: que en todo el mundo hay una extrema derecha que vive indignada por las conquistas del progresismo, exasperada por las equidades, asqueada por los derechos. Pero mucho me temo que no hay otra tierra en la que el Día de la Madre sea la fecha más violenta del año, ni hay otro país en el que un poderosísimo expresidente convoque, como un Gandhi al revés, a la “resistencia civil” contra el fin de la interminable guerra con las Farc –porque entonces, dirá, de qué infierno van a huir los colombianos, qué miedo a qué guerrilla va a reunirnos en un simulacro de nación, cuál cortina de humo va a ocultar que la élite saca su dinero de aquí porque no cree en Colombia–, y tantos parecen de acuerdo con que es mejor que no haya paz si los verdugos no van a ser lapidados en una plaza de un siglo pasado.
Será ridículo el titular, “Colombianos que triunfan en el exterior”, el día en que sea posible triunfar en el interior, el día en que seamos capaces de enfrentar a esos violentos que son nuestro fracaso, el día en que adoptarnos no sea más la solución.
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