El discurso en Europa
Obama ha defendido en Hanover los valores y la unidad europea frente a los instintos negativos de los propios europeos
Hay errores que no tienen enmienda. Barack Obama no reparará la división de Europa a la que tanto contribuyó su antecesor George W. Bush y sobre todo la peña neocon que le rodeaba. Europa se hallaba dividida cuando llegó Obama en 2009 y está todavía más dividida y desorientada cuando se va ahora en 2016. No se trata de echar las responsabilidades sobre Washington y ni siquiera sobre quien más leña echó al fuego de la fragmentación europea con aquella guerra global contra el terror que decretó el fin del multilateralismo, la obsolescencia de Naciones Unidas y la vulneración de las leyes y códigos internacionales sobre derechos de las personas.
La principal responsabilidad es de los europeos y nadie ha contribuido tanto como ellos a la actual catástrofe política. Pero fue Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Bush, el sembrador de vientos que inventó la nueva Europa enfrentada a la vieja de la que surgen algunas de las tempestades actuales. A notar que en la Europa nueva estaban el Reino Unido que ahora quiere irse y los países del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia), que ahora galopan hacia el populismo xenófobo. También estaba la España de Aznar, que apoyó la resolución para declarar la guerra a Irak con sus votos en el Consejo de Seguridad, su foto de las Azores y su manifiesto en favor de Bush y contra Francia y Alemania que le valió el agradecimiento de la Casa Blanca y luego la incorporación al consejo editorial de News Corporation, el grupo de Murdoch que edita el Wall Street Journal donde salió publicado el panfleto; la misma España del Partido Popular que ahora con Rajoy se ha ausentado de Europa y del mundo hasta convertirse en invisible desde la Casa Blanca.
Obama es un presidente lejano pero no hostil ni ajeno a los valores europeos como eran los neocons. Es lejano porque nació en Hawai, se crió en Indonesia y observa el mundo desde la cuenca del Pacífico y con la piel de un nieto de musulmanes kenianos y cristianos blancos americanos: la globalidad mestiza se asemeja más a Obama que a los anteriores presidentes, de tez tan similar a las europeas. En formación y en mentalidad conecta mejor con las clases medias emergentes de lo que en su día fue el Tercer Mundo que con las sofisticadas burguesías europeas, como era el caso de la mayoría de sus predecesores.
Su preferencia estratégica se ha desplazado también hacia el Pacífico, en lo que se ha venido en llamar el pivote asiático: organizar la geometría de seguridad frente a China es una prioridad a largo plazo más acuciante que intentar resolver el rompecabezas de Oriente Próximo, contener a la Rusia de Putin o disciplinar a los europeos. Nadie está más cerca de Europa en cuanto a sentimientos y valores, es cierto: son los de la Ilustración que están en el origen de la democracia, pasados por la experiencia dolorosa de los totalitarismos del siglo XX, las dos guerras mundiales y la guerra fría. Pero los europeos pretenden viajar en primera con billete de segunda y por eso merecen la calificación de free riders o gorrones, tal como les adjetivó Obama en su entrevista a The Atlantic.
Esa entrevista, titulada La doctrina Obama, fue el aperitivo de su viaje a Europa esta pasada semana, probablemente el penúltimo que hace como presidente (en junio estará en Varsovia para una trascendental cumbre de la OTAN), en el que ha hecho un doble ejercicio: ha leído la cartilla a los europeos y ha elogiado la unidad europea con un énfasis y una capacidad de convicción que ya ningún europeo exhibe, justo en el momento en que la moda es hablar mal de Europa y anunciar su inminente fallecimiento como proyecto.
El presidente ha leído la cartilla a los países de la UE reticentes ante los compromisos comerciales y de defensa
La cartilla es larga y empieza por el capítulo británico: el Brexit es pésimo para Europa, para Estados Unidos y para la relación transatlántica. Debilitará y hará más vulnerables a los países occidentales. Será el primer paso hacia la fragmentación efectiva del continente, una especie de regresión que reforzará la vocación dominadora de Rusia sobre la pequeña península occidental de Euroasia.
Este peligro quedará más acentuado si los lazos transatlánticos siguen aflojándose. El segundo punto de la cartilla es la escasa responsabilidad europea en la seguridad común y se concretará en Varsovia en la exigencia de un 2% del PIB en gasto de defensa. El tercer punto corresponde al plano comercial, en el que Europa y EE UU tienen como objetivo la firma dentro del año actual de un Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), similar al Tratado Transpacífico (TTP), que han firmado ya diez países asiáticos y Washington.
En ambas cuestiones, defensa y comercio, los vientos soplan en contra. Las políticas de rigor no ayudarán a aumentar unos gastos de defensa que, además, son impopulares entre la izquierda europea emergente; pero más impopulares son, en Europa y en EE UU, las concesiones mutuas que exige el TTIP y los plazos razonables pero altamente improbables para su aprobación, que debieran caer dentro de la actual presidencia de Obama y sin que incidiera en la elección presidencial francesa y las elecciones generales alemanas, ambas en 2017.
Obama ha pedido más cosas a los europeos, como una mejor coordinación de los servicios secretos ante el terrorismo, mayor firmeza ante Putin y más compromiso en la resolución en origen de la crisis de los refugiados. Todo incide de nuevo en la seguridad y lleva a una conclusión inmediata: Europa debe contribuir más a terminar con las guerras de Siria, Irak y Afganistán y a combatir al Estado Islámico.
Es ya proverbial la inspiración de sus discursos, en buena parte surgida de los sermones movilizadores en las luchas de los derechos civiles en los años sesenta. Obama tiene su discurso de la raza, sobre las armas nucleares, sobre el islam, sobre la guerra o ahora sobre Europa en Hanover. Y siempre hay una parte de admonición, que en este es contra las vallas y fronteras, contra el racismo y la xenofobia, contra la división y el repliegue nacionalista e identitario; y otra de elogio: en esta ocasión a favor de la unidad y de los valores europeos.
El discurso de Europa contiene un elogio personal para Angela Merkel, a la que calificó de “campeona de nuestra alianza” y con la que Obama ha establecido una especial sintonía. Revela cómo la relación especial que Washington tenía con Londres se ha desplazado hacia Berlín —puenteando a Bruselas—, donde la Casa Blanca encuentra al auténtico interlocutor europeo. Después de la tensión que Bush introdujo, Obama ha querido cambiar la relación transatlántica, pero para reforzarla y asegurar su futuro dentro de una visión más global y menos eurocéntrica. Otra cosa es que los europeos aceptemos las críticas y nos creamos los elogios a esa unidad cada vez más dudosa de los pueblos de Europa.
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