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El presidente de Chad aspira a su sexto mandato

Déby, que lleva 26 años en el poder, está apuntalado por la represión de la contestación ciudadana y su alianza con Occidente frente al terrorismo

José Naranjo
Varias mujeres esperan para votar en las presidenciales de Chad, en N'djamena, este domingo.
Varias mujeres esperan para votar en las presidenciales de Chad, en N'djamena, este domingo. ISSOUF SANOGO (AFP)

Los chadianos están llamados este domingo a las urnas para unas elecciones presidenciales que casi nadie se cree en un clima de alta tensión. Con los principales líderes del movimiento ciudadano encarcelados desde el pasado 23 de marzo por manifestarse contra el presidente y con todas las instituciones sometidas al control del partido en el poder, Idriss Déby tiene muchas papeletas para renovar en el cargo y alcanzar su sexto mandato tras 26 años en el poder. La tolerancia de la comunidad internacional con la maquinaria represiva del régimen se explica en el hecho de que Déby es uno de los principales aliados de Occidente en la lucha contra el terrorismo yihadista en la región. “Y los chadianos pagamos un alto precio por ello”, asegura Abdelkerim Yacoub Koundougoumi, activista ciudadano.

Fue la chispa que encendió la mecha. El pasado 8 de febrero, cinco jóvenes raptaban y abusaban sexualmente de la joven Zara Mahamat Yesko en Yamena, la capital chadiana. La noticia del incidente no hubiera corrido como la pólvora de no ser porque los agresores eran hijos de generales y de un ministro, miembros de la élite que dirige el país, y porque la joven se atrevió a denunciar los hechos. A partir de ahí, miles de personas se echaron a las calles en varias ciudades del país reclamando justicia y denunciando la impunidad de un régimen que respondió como suele hacer, reprimiendo las manifestaciones con violencia. Dos adolescentes murieron a manos de la Policía.

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La protesta adquirió rápidamente un tono político en plena campaña electoral. Los chadianos que marchaban en la calle con pancartas hacían sonar sus silbatos por la carestía de la vida, la falta de libertades y los abusos del régimen. Por primera vez en sus 26 años en el poder, Déby se ha visto cuestionado públicamente no por la oposición, sino por decenas de miles de ciudadanos que reclamaban, ya sin ambages, que no se presentara a las elecciones. El pasado 22 de marzo llegó la respuesta del régimen con la detención de Celine Narmaji (coalición Trop c’est trop), Mahamat Nour Ahmed Ibedou (coalición Ça suffit), Younous Mahadjir (Unión de Sindicatos de Chad) y Nadjo Kaina Palmer (movimiento Iyina), que se enfrentan a seis meses de cárcel por intento de desorden público y oposición a una autoridad legítima, entre otros cargos.

El Gobierno ha desplegado al Ejército y a la Policía en las grandes ciudades, enviando un mensaje claro a la población. Si a esto se suma que al frente del Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo y de la propia Comisión Electoral se encuentran miembros del partido en el poder, el Movimiento Patriótico de Salvación (MPS), o personas afines a Déby todo apunta en la dirección de una reelección. Pese a ello, trece candidatos de la oposición concurren a estos comicios, de los que tan solo el eterno aspirante Saleh Kebzabo o el ex primer ministro Joseph Djimrangar están en condiciones de forzar una segunda vuelta. Pero lo tienen muy complicado.

“No nos creemos estas elecciones”, asegura desde París Abdelkerim Yacoub Koundougoumi, miembro de la coalición Trop c’est trop, “todo está preparado para que Déby vuelva a ganar. Aun así, la sociedad civil ha hecho un gran trabajo que ha cristalizado en estas manifestaciones. Ahora tiene miedo y por eso se ha arremangado y se ha puesto a recorrer los pueblos y ciudades”. Koundougoumi añade que le provoca “una enorme frustración” ver cómo François Hollande, presidente francés, recibe con honores a Déby y le protege mientras critica a Nkurunziza (Burundi), Kabila (RDC) o Sassou Nguesso (Congo) por presentarse a un tercer mandato.

El presidnete Idriss Deby vota en las elecciones presidenciales en N'djamena.
El presidnete Idriss Deby vota en las elecciones presidenciales en N'djamena.ISSOUF SANOGO (AFP)

Gracias en buena medida al dinero del petróleo y pese a ser uno de los países más pobres del mundo, Chad se ha convertido, en los últimos cinco años, en la nueva potencia militar de África central y en el aliado imprescindible de Occidente en la lucha contra el terrorismo en el continente. Su decisiva participación en la operación Serval liderada por Francia en 2013 para desalojar a los radicales del norte de Malí, su liderazgo en las operaciones militares regionales contra Boko Haram o incluso su implicación como fuerza de interposición en la República Centroafricana se suma al hecho de que Yamena alberga el centro de mando de la Operación Barkhane, el dispositivo militar francés contra el terrorismo en el Sahel.

Asimismo, Chad emerge como un país sólido en un contexto turbulento (Libia, Sudán, Sudán del Sur, norte de Nigeria, República centroafricana, Malí) que acoge a 650.000 refugiados de los conflictos vecinos y lo último que la comunidad internacional desea es un nuevo frente de inestabilidad en África. Aunque para eso haya que mirar hacia otro lado en materia de Derechos Humanos o democracia.

Toda vez que Déby, que llegó al poder al frente de una rebelión armada contra Hissèin Habré en 1990, ya reformó la Constitución en 2005 para poder seguir en el poder, las únicas tres opciones para que deje el sillón presidencial son su propia retirada, anunció en campaña que este sería su último mandato, que su enfermedad empeore, sus constantes revisiones en Francia hacen contener la respiración a todo el aparato del Estado, o que haya una sublevación armada que puede proceder tanto de movimientos rebeldes que aún existen en el exterior del país como en el seno del propio Ejército. Las Fuerzas Armadas, que cuentan con más de 30.000 elementos, están profundamente divididas, con unos 10.000 miembros de la Guardia Presidencial, dirigidos por la familia del presidente y la mayoría de su etnia, los zaghawa, que concentran todas las armas y privilegios.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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