Tras los pasos del ‘hombre del sombrero’ que atentó en Bruselas
EL PAÍS recorre el largo camino que realizó a pie el tercer terrorista del aeropuerto
Dos horas de paseo. Una chaqueta en un cubo de basura que sigue sin aparecer. Y un sombrero, al que debe su apodo, vendido en el camino. La huida del hombre del sombrero, como ha sido conocido el tercer terrorista que acompañó a los suicidas del aeropuerto de Zaventem, es, hasta el momento, un relato contado a medias por las imágenes de cámaras de seguridad difundidas por la policía y las palabras de Mohamed Abrini, el confeso portador de la prenda el día de los atentados, finalmente detenido el viernes por su doble implicación en los ataques de París y Bruselas.
Seguir los pasos exactos del yihadista en aquel día es de momento imposible. La policía impide el paso a todo el que no vaya a viajar o sea cliente del hotel Sheraton, aledaño al aeropuerto, ante el que las cámaras lo captaron poco después de las explosiones. La zona es un territorio blindado al que ni siquiera llega todavía el tren, que se detiene en el municipio que da nombre al aeródromo, donde un autobús recoge a los pasajeros para completar el recorrido.
Por sus silenciosas calles pasó el 22 de marzo el hombre del sombrero sin sembrar sospechas entre sus más de 30.000 vecinos, una población envejecida que vive en casas de no más de dos plantas en su mayoría y entre la que también hay empleados de compañías aéreas. Este sábado, las puertas de algunas viviendas aparecían despreocupadamente abiertas y una niña se paseaba en zapatillas de andar por casa junto a una calle sin apenas tráfico, un ejemplo de la imperturbable tranquilidad que respira Zaventem, situada 15 kilómetros al noreste del centro de Bruselas.
Unos metros más allá de la salida del parking de la empresa Avis por el que el terrorista entró a la localidad, paseando a su perro junto a unos matorrales como si siguiera algún tipo de pista, camina Xabier van Laere, de 20 años. "La policía tocó el timbre de mi casa para preguntarme si lo vi pasar o cómo tiraba su chaqueta", cuenta. Abrini aseguró a las autoridades que se desprendió de su abrigo en una papelera de Zaventem, pero nadie ha logrado encontrarlo. Tampoco se sabe nada sobre a quién o con qué intención vendió su sombrero, tal y como afirma haber hecho.
Xabier no vio pasar al terrorista, pero conoce de primera mano las consecuencias de su acción: es empleado en el área de salidas del aeropuerto desde hace dos años. "Estaba a 20 metros de la primera explosión, tras un mostrador. Me encerré en una sala y cuando salí vi a muchos heridos. No es fácil vivir algo así", reconoce, admitiendo trabajar con miedo a que vuelva a suceder algo similar.
En las calles de Zaventem apenas se oyen aviones —el aeropuerto funciona a medio gas— , y solo alguna solitaria bandera belga colgada del balcón recuerda la tragedia. En su camino, el terrorista pasó muy cerca del polideportivo al que después llevarían a los pasajeros que no pudieron tomar su vuelo tras los atentados. Vacío y silencioso, con las gradas plegadas y las líneas de la cancha de baloncesto visibles, su aspecto dista mucho del de ese lugar en el que centenares de personas se acomodaban sobre improvisadas sillas o colchonetas sin apenas asimilar por qué no estaban subidos a un avión rumbo a sus respectivos destinos.
El hombre del sombrero siguió su camino junto al parque principal de Zaventem, un paisaje idílico donde las bicicletas circulan, los lectores se acomodan en sus bancos rojos y decenas de patos nadan en un lago junto a una señal de tráfico que advierte de su presencia. Poco después llegó al cruce donde fue captado por las cámaras de nuevo casi una hora después de su paso por el Sheraton, ya sin chaqueta, con una camisa azul claro con coderas.
El terrorista tardó en cubrir este primer tramo, de menos de cuatro kilómetros, más de 50 minutos, un paso mucho más lento que el que emprendería después y que puede explicarse por las mayores dificultades para salir del aeropuerto y el tiempo empleado en cambiar de apariencia.
Una recta de casi seis kilómetros
En los límites de Zaventem el paisaje cambia por completo. En su larga marcha hacia el centro de Bruselas, Abrini enfiló una interminable recta de casi seis kilómetros llena de concesionarios, tiendas de muebles y algún establecimiento para parar a comer. Lejos de ser un laberinto de callejuelas donde perderse, se trata de una vía amplia, abierta y expuesta a los vaivenes del viento, concebida para los vehículos, incómoda para el peatón, con aceras estrechas y caminos de tierra junto a una carretera de tres carriles en la que los coches pasan a gran velocidad. En el primer tramo de esa inmensa vía que alterna subidas y bajadas, apenas se habría cruzado con peatones, pero sí con los numerosos vehículos que entran y salen de la capital belga.
Llegamos al barrio de Schaerbeek, el siguiente punto en que una cámara grabó a Abrini, en 57 minutos tras caminar a paso ligero. El terrorista llegó, según la Fiscalía, en 52. Las cámaras de seguridad son visibles sobre varios semáforos del cruce que precede a la entrada norte de Schaerbeek. El lugar es conocido por Abrini: allí se encontraron sus huellas en el apartamento del que salieron en taxi los terroristas que atentaron en el aeropuerto.
El paisaje es urbano, con edificios de hasta siete alturas, restaurantes, tiendas y una parada de tranvía que el terrorista ignoró para seguir caminando otros ocho minutos hasta que se le pierde la pista en la calle de Noyer, junto a la floristería New Natural. En ella trabaja Laurence Lambert, de 22 años. Como Xabier van Laere en Zaventem, también recibió la visita de la policía. "No vimos nada. No nos pasamos el día mirando por la ventana", respondió a los agentes como si fuera imposible identificar a alguien que camina en medio de las obligaciones del trabajo diario.
En este punto, el terrorista había caminado ya poco más de 10 kilómetros durante casi dos horas y está a 15 minutos a pie de la estación de metro de Maelbeek, junto a las instituciones europeas, atacada unos cuarenta minutos antes de su llegada. El ruido de las sirenas en un lugar tan cercano al suburbano pudo alertarle de que el atentado se había producido, si bien también es factible que tuviera noticias previas dado que en alguna de las grabaciones parece estar hablando por un móvil.
Solo Abrini podrá aclararlo. Las autoridades han dado credibilidad a su versión de que él es el tercer terrorista del aeropuerto y no maneja públicamente la hipótesis de que sea falsa y busque proteger a otro terrorista. Pero la fiabilidad de estas autoridades está en entredicho desde que señalaran como principal sospechoso de ser el hombre del sombrero al periodista Fayçal Cheffou, al que liberaron apenas 48 horas después por falta de pruebas tras ser imputado por asesinatos terroristas. Si colabora en los interrogatorios, podrá también aportar luz sobre por qué eligió fiar a sus piernas la huida en una larga marcha en medio de una ciudad convulsionada por unos atentados que algunos califican como el peor golpe sufrido por Bélgica desde la II Guerra Mundial.
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