Holanda examina la profundidad del eurodesencanto en la Unión Europea
Bruselas espera un resultado positivo en Países Bajos que allane el camino en el referéndum británico
Hace poco más de una década, allá por 2005, el no a la Constitución Europea en el referéndum holandés rompió algo en la UE: tras medio siglo de construcción europea prácticamente ininterrumpida, las negativas de Holanda y de Francia a la carta magna marcaron un punto de inflexión que acabó convirtiéndose en una cuesta abajo de la integración europea con la irrupción de la Gran Crisis. Europa volvía este miércoles al lugar de los hechos. Holanda ha convocado un referéndum sobre un asunto menor —un tratado comercial de 2.100 páginas entre la Unión y Ucrania, que según los eurocríticos puede abrir la puerta de la UE a Kiev— que puede convertirse en una especie de termómetro del eurodesencanto en un momento muy delicado. Es el primer obstáculo de los muchos con los que Europa se topará en breve, obligada medirse con el euroescepticismo británico (en junio) y con un aluvión de crisis que se superponen: el eterno problema de Grecia, la anemia económica del euro (con 23 millones de parados y riesgo de deflación) y la enorme sacudida que suponen las crisis de refugiados y de seguridad, tras los recientes atentados en Bruselas.
Se trata de una simple consulta, pero Bruselas y La Haya temen algo más: una suerte de plebiscito sobre Ucrania y Rusia, sobre el propio Gobierno holandés (una coalición de liberales y socialdemócratas en horas bajas) y, en fin, sobre la propia Unión. “La cuestión, en términos europeos, es si los holandeses creen que Europa debe ser más poderosa y ambiciosa o no, además del impacto y el potencial efecto contagio que pueda tener ese voto en otros países”, apunta una fuente europea.
Hace tiempo que Europa dejó de ser un territorio de encarnizadas luchas ideológicas entre izquierda y derecha: el asunto ha virado hacia un conflicto entre ciudadanía y élites, o entre partidos tradicionales y anti-establishment. El auge de los populismos en Grecia y en Alemania, y desde luego en Holanda —con la extrema derecha arriba en las encuestas— evidencia ese cambio de retórica. Rem Korteweg, del Centro para la Reforma de Europa —un think tank londinense— se hace eco de las encuestas y apunta que el no holandés “es probable”. Y tendrá consecuencias: “Minaría la relación entre la UE y Ucrania, daría al presidente ruso Vladímir Putin una victoria inmerecida y avivaría los populismos a lo largo de Europa”, subraya.
A la corta, en Bruselas preocupa especialmente el contagio sobre Reino Unido; pero a la larga una negativa holandesa tendría poderosos efectos secundarios. Los referendos británico y holandés son el pistoletazo de salida de un arreón de consultas —puede que también acerca de la reunificación de Chipre en la segunda mitad del año— que de alguna manera acercan a Europa a la democracia directa en un momento de dudas respecto a la democracia representativa. Esas dos votaciones podrían ser la respuesta natural al creciente aislamiento de las élites políticas con el electorado europeo. Pero los expertos apuntan que, con contadas excepciones, los referendos tienen consecuencias inesperadas aunque se planten con las mejores intenciones. “El voto holandés, como el británico, supone grandes riesgos para la UE y puede provocar que la vecindad por el Este sea aún menos estable”, cierra Korteweg.
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