La Bruselas que conocíamos
La Europa de la de la paz que siguió a las guerras puede haberse esfumado
Las bombas han quebrado la vida de una Europa que hace tiempo que no se siente segura, pero que este martes fue atacada en su línea de flotación. El aeropuerto de Zaventem y la parada de metro de Maelbeek en el barrio europeo son lugares, pero también son símbolos. Forman parte del ADN de la vida comunitaria bruselense que construyen a diario los europeos, rasgada ahora irremediablemente.
En Zaventem aterrizan y despegan los eurodiputados cada semana y de allí salen los comisarios y eurócratas a reunirse con gobernantes de toda Europa. Al aeropuerto bruselense también llegan lobbistas, estudiantes Erasmus, onegeros que vienen a convencer y agricultores que pelean por un pedazo de la política agraria común. Ellos y muchos otros europeos debieron pensar el martes que podían haber sido ellos. Que ya no se sienten seguros. Que cuántas veces han pasado frío en el quicio de las puertas de ese aeropuerto mientras se fumaban el último cigarro antes de acercarse a los mostradores ahora dinamitados. Que en cuántas ocasiones la lluvia les ha sorprendido al subir las escaleras en la parada de Maelbeek y han vuelto a pensar que Bruselas es maravillosa pero que no les importaría que lloviera un poco menos.
Para muchos europeos que desfilan por la capital belga, Bruselas era hasta el martes por la mañana, un lugar de trabajo y escenario de batallas políticas y económicas. Pero era también una ciudad balsámica, una especie de pueblo grande en el que no se esperaban grandes sobresaltos y al que casi siempre apetecía escaparse para dejar atrás las peleas nacionales y beberse una tibia cerveza belga. Eso también ha cambiado, al menos por un tiempo que se presume largo. La familiaridad del pueblo grande ha dado paso a una inquietante sensación de vulnerabilidad. A mirarse de reojo y con desconfianza en los vagones de metro, a respirar hondo camino del aeropuerto y a convivir con los soldados y los blindados en las calles. Aquí, es fácil dejarse atrapar por el presentimiento de que la Bruselas y la Europa que conocimos, la de la paz que siguió a las guerras, puede haberse esfumado, tal vez para siempre.
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