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Erdogan busca sacar rédito político al acuerdo con la UE

La exención de visados podría granjear apoyos al presidente de cara a un referéndum

Andrés Mourenza
Policías antidisturbios detienen a una mujer durante una marcha en el distrito estambulí de Kadiköy para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el pasado domingo.
Policías antidisturbios detienen a una mujer durante una marcha en el distrito estambulí de Kadiköy para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el pasado domingo. OZAN KOSE (AFP)

Desde el punto de vista político podría parecer una locura que, mientras los Gobiernos europeos se pelean por el reparto de algunos miles de refugiados, Turquía se haya comprometido no solo a mantener en su territorio a los 2,7 millones de sirios que —asegura— residen actualmente, sino también a evitar que aquellos que lleguen en un futuro escapen de sus fronteras. El pago a cambio de ello —6.000 millones de euros y la incierta promesa de acelerar el proceso de adhesión a la Unión Europea— parece un premio escaso cuando Ankara ha gastado, en los últimos cinco años, 9.000 millones en cubrir las necesidades de unos refugiados sirios que, si la situación no cambia sustancialmente, se convertirán en residentes definitivos. Pero a Turquía quizá le compensa si cambio obtiene la exención de la obligatoriedad de visados para viajar a territorio Schengen.

La dispensa de ese documento —una vieja aspiración de los turcos— puede suponer un gran triunfo para el Gobierno islamista del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Se eliminaría así la necesidad de recorrer un camino tortuoso y en muchos casos humillante —por el trato recibido en las embajadas y consulados— para muchos ciudadanos turcos a la hora de visitar países europeos. Y en un país tan orgulloso y nacionalista como Turquía, esto puede sumar enteros para un AKP que lucha en múltiples frentes y que podría utilizar a su favor en caso de convocar un referéndum sobre la reforma de la Constitución (algo que pretende el presidente Recep Tayyip Erdogan para instaurar un régimen presidencialista).

“El único interés del Gobierno en firmar este acuerdo es poder anunciar a la opinión pública la exención de visados y mostrar así lo bueno que es”, sostiene el experto en relaciones turco-europeas Cengiz Aktar. La posibilidad de viajar a la UE sin visado no será automática, como dejó claro el pasado viernes el embajador de la Unión en Turquía, Hansjörg Haber, ya que antes Turquía deberá renovar los pasaportes de sus ciudadanos para equipararlos a los comunitarios —lo que supondrá un filtro—, pero Aktar cree que lo importante, desde la óptica del Ejecutivo, es poder anunciar la noticia: “Es una pura operación de relaciones públicas”.

Hay otro argumento que juega a favor de Erdogan y los suyos, y que asusta entre los opositores al cada vez más autoritario presidente turco. Desde que Bruselas ha dado a Turquía la llave de la puerta suroriental de Europa, sus críticas al deterioro de los derechos humanos y las libertades en el país euroasiático se ha reducido —no en vano, la Comisión Europea retrasó la publicación de su último informe sobre Turquía hasta después de las elecciones del pasado 1 de noviembre para no perjudicar al AKP—. Periodistas críticos como Can Dündar, que se enfrenta a cadena perpetua por publicar información comprometedora para el Gobierno, han tachado el acuerdo sobre los refugiados de “sucio regateo” y “soborno” y el líder del partido prokurdo HDP, Selahattin Demirtas, se quejaba este domingo de que la UE no debería aceptar el “chantaje” de Erdogan ni dejar de mirar para otro lado respecto a las violaciones de los derechos humanos en un país cuya región kurda está prácticamente bajo estado de excepción.

“A la UE no le importa el estado de los derechos humanos en Turquía, porque Bruselas sabe que Turquía jamás será un estado miembro”, lamenta Aktar. A pocos escapa que el compromiso alcanzado por ambas partes de acelerar la adhesión es poco más que una promesa vacua para calmar el ego de los gobernantes turcos y que éstos puedan mostrarse ante su población negociando de igual a igual con los gerifaltes del viejo continente.

Fuentes diplomáticas europeas y turcas aseguran que el dinero prometido a Ankara —aún no ha sido entregado— se destinará fundamentalmente a iniciativas para mejorar la integración de los sirios en Turquía, especialmente a proyectos de educación, y a cupones para que puedan adquirir comida y productos básicos. En un momento en que la economía turca no pasa por su mejor momento, resta saber cómo acogerá la población el número creciente de refugiados sirios e iraquíes, así como los inmigrantes de otras nacionalidades, ya que Turquía se enfrenta a “la mayor ola migratoria de la historia de la República”, en palabras del director del Centro para el Estudio de las Migraciones de la Universidad Koç de Estambul (MIREKOÇ), Ahmet Içduygu. Este académico subraya que los sirios con medios son los que ya han escapado a la UE, mientras que en Turquía han quedado los menos pudientes y, aunque algunos refugiados de clase media han abierto negocios, contribuyendo así a la economía local, la mayoría compiten con las clases más bajas del país por empleos precarios y cada vez peor remunerados. “Por el momento no ha habido tanta tensión como en otros países europeos, pero existe un serio problema de integración y hay cierta discriminación y xenofobia”, apunta Içduygu. No en vano, la palabra Süriyeli (sirio) se está extendiendo en el vocabulario callejero turco como forma de insulto.

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