La mano dura de Erdogan agrava la polarización social en Turquía
Las detenciones de académicos por firmar un manifiesto genera indignación
Los problemas se suceden en Turquía –terrorismo, conflictos diplomáticos, ataques a las libertades- y el Gobierno islamista moderado ha optado por la mano dura para atajarlos, como ha demostrado la reciente detención e interrogatorio de al menos 18 académicos por publicar un manifiesto contrario a la política del Ejecutivo o la envergadura de las operaciones militares que se están llevando a cabo en las zonas kurdas de Turquía, donde cientos de personas han muerto en los últimos meses en enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y el grupo armado PKK. Pero, según diversos analistas, estas políticas no hacen sino crear nuevos problemas y enquistar los presentes.
Entre las virtudes de Recep Tayyip Erdogan no se cuenta desde luego el talante. El jefe de Estado turco, quien verdaderamente gobierna el país pese a que su cargo es oficialmente poco más que ceremonial, no deja de repartir invectivas a diestro y siniestro: los académicos críticos son “traidores” y “quintacolumnistas”; quienes protestan en las calles, “saqueadores” y “ateos”; los políticos de la izquierda prokurda, “cómplices de los terroristas”; los socialdemócratas “aliados de golpistas”. Desde Noam Chomsky a Vladimir Putin, Erdogan se ha enfrentado en los últimos meses con todo aquel que le criticase, haciendo honor a la máxima de quien no está conmigo, está contra mí. No importa si son grandes o chicos, un gran medio de comunicación o un niño que arranca un póster con la efigie del presidente, la maquinaria judicial se pone en marcha para perseguirlos. “Intentar reprimir al que está en tu contra, en lugar de convencerle con palabras, es un signo claro de debilidad y desesperación”, arguye Gareth Jenkins, analista del Institute for Security and Development Policy, en entrevista con EL PAÍS.
El columnista Murat Akyol, que antiguamente era un gran defensor del partido islamista gobernante, pone como ejemplo la campaña de desprestigio lanzada recientemente desde círculos cercanos al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) contra el en nada político programa de televisión Beyaz Show después de que una espectadora hiciese una llamada en directo y llamase la atención sobre la situación de violencia que se vive en el sudeste kurdo. Tras lo cual se tildó la emisión de “propaganda terrorista” y se abrió una investigación judicial. “Es un incidente que refleja lo profundos que han llegado a ser la paranoia y el odio político en Turquía. (…) Y al combinarse con un poder enorme, resulta en una locura más peligrosa que la de cualquiera”, escribe Akyol. “El país lleva una dirección preocupante y está completamente dividido entre laicos y religiosos, entre la cofradía de Gülen y el AKP, entre turcos y kurdos. Y, si las cosas siguen así en el sudeste, existe un serio riesgo de secesión por parte de los kurdos”, advierte Cengiz Aktar, profesor de la Universidad Süleyman Sah, en declaraciones a este diario.
Podría pensarse que las diferencias quedarían aparcadas ante un hecho tan grave como el reciente atentado en Sultanahmet, pero, como explica el analista Semih Idiz, “en Turquía todo se usa para profundizar las divisiones sociales”. “Carecemos de una elite política capaz de poner las diferencias a un lado y aprovechar la ocasión. El propio Erdogan prueba cada día que no es el presidente de toda Turquía sino sólo de los que le han votado”, añade.
El primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, acusó del atentado a “actores secretos” que habrían “subcontratado” al ISIS para dañar a una Turquía que pretende mostrarse fuerte y soberana ante el mundo, algo que para el profesor Aktar son “teorías de la conspiración propias de países tercermundistas”. “Los gobiernos que no son transparentes o capaces siempre buscan una mano oculta a la que culpar”, critica. De hecho, tanto el Gobierno como el presidente Erdogan han reforzado en los últimos años su mensaje nacionalista, denunciando a numerosos países de su alrededor –también a medios de comunicación y a “intereses ocultos”- por tramar en contra de Turquía. Es una vuelta al eslogan nacionalista “Los turcos no tienen otros amigos que los turcos”, un discurso que tanto criticaba el AKP en sus primeros años de gobierno (entonces la sostenían los militares y los partidos laicos). Pero es una narrativa “efectiva”, prosigue Aktar: “En nuestro país el nivel cultural es bajo y la gente prefiere creer que todos nuestros problemas se deben a que conspiran los americanos o los rusos y así se pueden ir a la cama tranquilos”.
No se le pueden negar a Erdogan dotes de estratega pues desde su ascenso al poder hace más de una década ha ido reduciendo uno a uno a sus adversarios políticos. Enemigos de tal calado como el antaño todopoderoso estamento castrense, los jueces kemalistas, los conglomerados mediáticos contrarios al AKP, la cofradía de Fethullah Gülen… Ahora parece haberle llegado el turno a la Academia. Pero hay quien cree que, rodeado como vive de asesores zalameros y una corte de colaboradores que “le dicen que sí a todo”, Erdogan no calculado bien esta vez. “Ha cometido un error. Cuando atacaba a los intelectuales y a los profesores individualmente pasaba desapercibido, pero no se puede ir contra más de mil académicos a la vez e intentar encarcelarlos y que eso sea olvidado en Turquía y en el exterior. Dejará huella”, sostiene Jenkins.
El problema, para Cengiz Aktar, uno de los firmantes del manifiesto que ha desatado esta caza de brujas, es la falta de reacción internacional. “EE UU sólo ha criticado las detenciones de boquilla, porque está interesado en seguir usando la base de Incirlik (Desde la que se ataca al ISIS en Siria) ¿Y dónde está la Unión Europea? Está encantada con que Turquía le contenga a los refugiados sirios”, lamenta. Algo que también ha denunciado el director del diario Cumhuriyet, Can Dündar, encarcelado desde noviembre, en una carta abierta a los líderes europeos en la que pide que “esta crisis (migratoria) no haga olvidar las violaciones de derechos fundamentales en Turquía”.
Jenkins en cambio cree que se está llegando a un punto de no retorno y que la opinión pública internacional presionará a sus gobiernos para que tomen medidas contra Turquía. “Erdogan ha ganado muchas batallas pero va a perder la guerra, porque no entiende que esta manera de actuar provoca más problemas para el futuro debido a la polarización que está generando –dice Jenkins-. El ejemplo es el conflicto kurdo, pues la política de tierra quemada y las torturas de la década de 1990 crearon a la nueva generación (de nacionalistas kurdos), mucho más radicales”.
La UE condena las “intimidaciones”
La Unión Europea (UE) condenó ayer la detención de académicos turcos por denunciar en un manifiesto presuntas masacres del Ejército en ciudades kurdas, y calificó la actuación de “extremadamente preocupante”. “La libertad de expresión tiene que garantizarse, en línea con los criterios políticos de Copenhague, y un clima intimidatorio va en contra de ello”, señalaron los portavoces de la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, en un comunicado.
La UE quiso reafirmar su condena a todas las formas de ataques terroristas, incluidos los del PKK y el que se perpetró contra comisarías en Cinar el 14 de enero, pero recalcó a través del Servicio de Acción Exterior que la lucha contra el terrorismo tiene que “respetar plenamente las obligaciones bajo el derecho internacional, los derechos humanos y el derecho humanitario”. “Esperamos de Turquía que asegure que su legislación sea aplicada de manera que esté conforme con los estándares europeos”. / EFE
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