El respaldo militar ruso a Siria da oxígeno a Bachar el Asad
La alianza entre los dos países, forjada EN la Guerra Fría, se reaviva con más colaboración
“Rusia es nuestro mejor aliado”, espeta sin titubeos el general Samir Mohamed Suleimán, portavoz del Ejército sirio. “Su apoyo ha sido crucial para lograr rápidos avances en el terreno, y ello gracias a un armamento moderno así como a un desarrollado sistema de reconocimiento aéreo”, añade.
En el plano político, el apoyo diplomático ruso no es una novedad, pero se ha visto intensificado después de que el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) se convirtiera en prioridad absoluta en la agenda de la lucha internacional contra el terrorismo. “Siria es un país pequeño, por lo que necesita de un aliado de peso en el tablero internacional. Y Rusia es el más adecuado, ya que ni se impone como poder colonial ni se inmiscuye en los asuntos internos”, valora Basam Abu Abdalá, analista y profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Damasco.
Tras más de cuatro años de guerra y más de 240.000 muertos, el decisivo respaldo militar ruso abre una nueva etapa en el conflicto sirio. Un envite que ha supuesto un soplo vital no solo en el campo de batalla para las tropas regulares sirias, sino también un espaldarazo político en el tablero internacional para el régimen de Bachar el Asad.
Ahora Rusia dará un paso más: tras el derribo de un caza ruso por parte de la aviación turca el pasado martes, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha dado la orden de desplegar avanzados sistemas de defensa antiaérea S400 en la costera provincia de Latakia.
El apoyo ruso se antoja crucial ante unos efectivos sirios hoy insuficientes para nutrir los múltiples frentes abiertos. Cerca del 55% del país está en manos de las diferentes facciones rebeldes de mayor o menor corte islamista, o bien preso de la rápida expansión de grupos yihadistas como Al Nusra (rama local de Al Qaeda) o el ISIS.
En el plano internacional, las aviaciones que sobrevuelan el cielo sirio —Rusia, Francia y la coalición liderada por EE UU— coinciden tanto en la necesidad de desplegar tropas en el terreno contra el ISIS como en negarse a que sean las suyas. Por lo tanto, en el caso de que las tropas sirias leales se integraran en la coalición internacional, la coordinación debería pasar por Moscú. “No hay más opción en el terreno para combatir al ISIS que el Ejército de El Asad, es nuestro aliado natural en la lucha contra el terrorismo”, ha declarado el presidente ruso, Vladímir Putin.
A la par que aumenta la presencia rusa en Siria, se estrechan los lazos entre ambos Ejércitos. La única salida al Mediterráneo de la potencia rusa, la base naval ubicada desde 1971 en Tartous (Siria), podría ser ampliada con la construcción de una segunda en Latakia. A la presencia marítima, se suman los refuerzos de la aviación rusa, desplegada en un aeropuerto cercano a Damasco, así como la anunciada construcción de una base militar en Latakia, feudo de la familia El Asad.
El efecto Putin incide también en la moral de los soldados rasos. “[El presidente turco Recep Tayyip] Erdogan no debe estar durmiendo bien estos días pensando en Putin”, ironiza un soldado en el frente de Yarmouk, a tan solo tres kilómetros de Damasco.
Sin embargo, ante la euforia militar, las calles sirias responden con indiferencia a la presencia rusa. Los mayores se consumen ante la paupérrima economía y la vertiginosa devaluación de la lira siria. Los más jóvenes ponen sus esperanzas en Berlín y no en Moscú.
El compromiso ruso hacia Damasco no hace más que reavivar la luna de miel que viven ambos países desde hace más de cuatro décadas. Fue Hafez el Asad, padre de Bachar, quien inauguró la alianza ruso-siria tras la creación del partido Baaz. Constituido en los años sesenta, la formación panarabista abrazó la dialéctica de la antigua Unión Soviética en la Guerra Fría. Igualmente, las relaciones económicas se han intensificado con el apoyo a las infraestructuras sirias, lo que se complementa el ámbito armamentístico: Moscú es el mayor proveedor de Damasco. Y más de 100.000 rusos y ciudadanos de la antigua Unión Soviética viven en Siria.
Impronta en el Ejército
Además, la impronta rusa se hace notar en una rusificación de la inteligencia siria. “Más de 35.000 abogados, médicos o militares sirios han estudiado en Rusia o en países de la antigua Unión Soviética”, dice el analista sirio Basam Abu Abdalá. Prueba de ello es la casta de generales hoy a cargo de la Administración militar, en cuyos pasillos se escucha un ruso fluido. Hoy, incluso varios colegios comienzan a ofertar el ruso como segunda lengua.
A la par que Rusia se yergue como líder indiscutible de la coalición Irán-Hezbolá-Siria, Moscú puede restar peso a Teherán. “Irán mantendrá un rol complementario, pero es un aliado muy reciente en la historia de Siria frente al ruso”, matiza Mazen al Mugrabi, general sirio retirado y miembro del Centro Nacional de Estudios Políticos.
En los bastidores de la esfera política interna siria, donde no se alza voz disidente alguna, todos cierran filas alrededor de El Asad. “Guste o no, este es el único Gobierno legítimo que tenemos en Siria y el único capaz de proteger a su población”, cuenta desde el anonimato un miembro del partido oficial Baaz. “El resto son grupos armados con posiciones cambiantes que defienden exclusivamente los intereses de sus seguidores”, apostilla.
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