¿Hacia dónde va Cataluña?
Con el título de ¿Hacia dónde va Cataluña? pronuncié el pasado jueves una conferencia en el salón de actos de Foment de Terrassa, invitado conjuntamente por el Ayuntamiento de la ciudad y la Fundación Olof Palme. Quien desee leer la transcripción de la conferencia en el idioma catalán original en el que la pronuncié, podrá acceder aquí en el enlace con elpais.cat, la edición digital catalana de EL PAÍS. Aquí en el blog la publico a continuación en su traducción castellana:
"¿Hacia dónde va Cataluña? Digámoslo bien claro y de buen principio. Ahora mismo no sabemos dónde estamos ni hacia dónde vamos. Todo el mundo sabe y son muchos los que no se atreven a decirlo, pero hay un lugar hacia el que seguro no vamos, y este es la independencia.
Esto es duro de digerir y será duro de digerir. Habían fijado fechas exactas, que han sido sobradamente superadas. Unos querían que fuera el 11 de septiembre de 2014, coincidiendo con el tercer centenario. Otros apostaban porque fuera el 23 de abril de 2015. El último de las numerosas hojas de ruta la había fijado para la primavera de 2017, más o menos a 18 meses de las elecciones del 27S.
Recordemos que se trataba de un camino sin retorno, que teníamos que dar pasos irreversibles y no habría posibilidad de echarse atrás. Habíamos desconectado definitivamente, se nos decía, y sólo había que dejar constancia, levantar acta legal de ello. Lo había hecho, como mínimo, una parte sustancial del país, tal vez la mayoría, y nadie les iría a parar ni a convencerles que retrocedieran a partir de ahora.
Para avanzar hasta aquí, había sido necesario trabajar mucho, hacer muchos esfuerzos y hojas de ruta, consumir miles de horas y de energías, escribir miles de páginas y de libros, por parte de autores individuales y colectivos, privados y oficiales , incluidos los 18 interminables informes del Consejo de la Transición Nacional, donde se nos dan las instrucciones y los caminos para lograrlo, casi todos ellos destinados a demostrar el carácter ineluctable, definitivo, indiscutible, de la vía catalana.
Nunca tantos habían trabajado tanto y escrito tanto en tan poco tiempo sobre el mismo tema, el monotema que nos ha ocupado y preocupado, y que nos sigue preocupando, olvidando quizás a la vez que en el mundo había muchos otros temas y quizás mucho más trascendentes.
Todos los caminos alternativos quedaron excluidos y cegados, todos los inconvenientes han sido superados y descartados por argumentarios repetidos como las rogativas para pedir la lluvia, en este caso para decirnos a nosotros mismos una y otra vez con fe supersticiosa que la independencia era casi inevitable de forma que al final la reiteración acabara consiguiendo efectos sobre la realidad.
La independencia era además un objeto de belleza sobrecogedora e indiscutible, que como una fruta madura tenía que caer muy pronto, mañana mismo, y sin que costara prácticamente otra esfuerzo que el de manifestarse una o dos veces a la año festivamente con los abuelos y los niños. Y todo lo que traería sería bondad, belleza y riqueza.
Nuestros dirigentes, empezando por el presidente Mas, habían intentado incluso convencernos de que no sería buena sólo por los catalanes, y que nos haría de repente más benéficos, más felices e incluso más hermosos, sino que sería buena para el conjunto de los españoles y los europeos. Era cuestión de chasquear los dedos como en un juego de manos y convertirnos de pronto en países como Dinamarca y Suiza gracias a las virtudes inherentes a la secesión de España.
Nos decía Mas que era la fórmula win-win, todos ganamos, en lugar de la fórmula de suma cero, en la que lo que gana uno lo pierde el otro; pero aplicada aquí según una técnica nominalista y de raíces mágicas muy practicada por los propagandistas del proceso: parece que basta con decir el nombre de la cosa para que la cosa se haga realidad.
La han aplicado a la misma idea de la historia, que teníamos que hacerla gracias a nuestra fuerte voluntad colectiva, a la intensidad de los deseos de los catalanes, aunque olvidando el famoso dicho marxista que quiere que los hombres hacemos historia pero no sepamos nunca exactamente la historia que hacemos.
¿Cuántas jornadas históricas habremos vivido desde la manifestación del verano de 2010 contra la sentencia del Estatuto? El mundo nos miraba y nos admiraba. La historia nos convocaba. Todo lo que hacíamos era excepcional y único, histórico. Tanta singularidad, pacífica y democrática, debía ser premiada. No había un caso parecido ni en Europa ni en el mundo.
Nuestros informativos de televisión y radio, especialmente los públicos, y las primeras páginas de los periódicos se han llenado de fotos históricas, firmas históricas, reuniones históricas, manifestaciones históricas, y algunos de los objetos y documentos utilizados han ido incluso a parar a los estantes del Museo de Historia de Cataluña antes de que la historia haya cuajado y se haya convirtió en evento efectivamente relevante.
La realidad, como hemos podido comprobar, es muy diferente. La historia, en este tiempo, nos la han hecho a menudo otros y nosotros hemos sido los sujetos pasivos y hemos hecho bien poco. Basta con tener en cuenta los atentados de París para darnos cuenta de la frivolidad de nuestra vida política, embarrancada y paralizada en uno de los momentos más dramáticos de la historia europea. Me pregunto a dónde va Cataluña y en propiedad tendría que preguntar a dónde va Europa y a dónde va el mundo, mucho más importante, incluso por los catalanes, que la pregunta sobre el futuro estrictamente doméstico.
No estoy diciendo que la idea de independencia no sea relevante, y sobre todo cuando hay casi dos millones de compatriotas que han votado en las últimas elecciones empujados en una u otra medida por las expectativas creadas en torno al proyecto independentista.
Lo que digo es que, tal como se ha planteado el proceso soberanista y tal como lo han concebido y dirigido Convergencia y el presidente Mas, ha resultado una extraordinaria historia circular, en la que siempre hemos acabado volviendo al mismo lugar y a los mismos argumentos sin conseguir avanzar ni un solo paso. Creíamos que sucedían cosas y que hacíamos historia y nos manteníamos inmóviles en el mismo punto mientras todo el resto del mundo cambiaba.
Nunca se había visto con tanta nitidez como ahora mismo, en el momento en que ya llevamos más de 50 días desde las elecciones, sin que haya ni siquiera la sombra de una mayoría presidencial y de gobierno, y cuando las huidas hacia adelante y las rectificaciones se suceden en medio de la más absoluta desorientación de la opinión pública. Recordemos, muy brevemente, para no hacer más sangre de la estrictamente imprescindible, que se trataba del voto de nuestra vida, de que lo teníamos que depositar pensando en nuestros hijos y nuestros nietos.
Hay que decir que el resultado de las elecciones parece hijo de un designio perverso, malévolo y sádico, sobre todo con Artur Mas. Ni la mente más retorcida hubiera podido diseñar un resultado que da una mayoría absoluta de diputados independentistas sin mayoría de votos populares en favor de la independencia, con estos dos escaños que le faltan a Junts pel Sí para dar la presidencia a Mas y le hace totalmente dependiente de la CUP.
Las elecciones nos dibujan una Cataluña, por un lado, muy dividida, y por otro muy plural. Tal como han reconocido los dirigentes independentistas, en privado primero y luego en público, el 47'8 por ciento de los votos no es una mayoría suficiente para culminar el proceso soberanista. Hay un momento, con la declaración del Parlamento sobre la independencia, en que parece que todo se fíe a la desobediencia al Constitucional, hasta el punto de provocar una crisis en el límite de la ruptura del orden público. Para entendernos, se trataría de la obtención de un punto de fricción con una movilización popular en la calle que apoyara, por poner un caso, a una convocatoria de una reunión de la mesa del parlamento o incluso del pleno para legislar lo que el TC ha prohibido con la admisión del recurso del Gobierno de Rajoy.
Una circunstancia así ha sido imaginada por algunos como una especie de Maidán catalán que abriría la puerta a la verdadera internacionalización que no se ha conseguido en los últimos tres años en cuanto a apoyos europeos y mundiales al proceso. La idea que se hacen algunos respecto al papel de la UE y de sus socios más poderosos es que no se permitiría una revuelta cívica en España que pudiera poner en peligro la estabilidad política española, disparase la prima de riesgo y de rebote abriera de nuevo la crisis del euro, y que si se produjera daría pie a todo tipo de presiones sobre Rajoy e incluso a ofrecerse para intermediar entre ambas partes, abriendo así el camino de un pacto y probablemente a la celebración de un referéndum a la escocesa.
Sin entrar a juzgar sobre la frivolidad, el aventurismo y la irresponsabilidad de este tipo de planes políticos, además de su irrealismo un punto infantil, me parece que los atentados de París han contribuido a descartar la conversión de la insurrección nominal y de papel que hemos experimentado hasta ahora en una insurrección de verdad, que primero se sigue declarando pacífica pero nunca se sabe si se puede controlar con respecto a las formas auténticas y peligrosas que suelen tener las insurrecciones.
Hay que decir que este peligro, o la sombra de este peligro, sólo ha durado una semana, la posterior a la declaración de ruptura con la legalidad española, que sembró la inquietud en todas partes, incluido el Gobierno catalán y la misma Convergència. Sabemos que los medios económicos, dentro y fuera, los diplomáticos y los más significados de los periodísticos internacionales, como es el caso del Financial Times, se han echado las manos a la cabeza ante la perspectiva de que Artur Mas se convirtiera en un presidente atado de pies y manos a una fuerza anti europeísta, anti capitalista y anti atlantista como es la CUP.
Si el presidente tenía una última reserva de prestigio y de autoridad la perdió del todo esta semana pasada. Al presidente Artur Mas ya se le ha acabado el tiempo político. Hasta ahora parecía que era o podía ser la solución, y así lo veían muchos votantes moderados, y ahora ya está claro que es el problema. Su futuro se acerca al cero absoluto. No se trata de una afirmación gratuita ni de un deseo, sino de una deducción lógica de los últimos episodios de este misma semana. La CUP y Junts pel Sí han llegado al final del camino con respecto a la investidura de Artur Mas como presidente: no hay acuerdo y no lo habrá.
Convergència ha hecho esfuerzos que rebasaban sus posibilidades como fue dar curso a la declaración de desconexión y de ruptura con la legalidad aprobada por el Parlament el 9 de noviembre. El presidente Mas también los hizo a la hora de ofrecer una estructura de Gobierno desconcentrada, con tres grandes áreas equivalentes a vicepresidencias, que despojaban al presidente de sus poderes, añadiendo a esto el compromiso de pedir la confianza del Parlament en el plazo máximo de diez meses. Esto era la presidencia coral o compartida que querían los jóvenes asamblearios de la CUP, que conseguían así incluso limitar el poder presidencial de disolución.
La CUP quería y quiere más, aunque esto que quiere es a la vez mucho y muy poco. Es mucho, porque lo que quiere es que el candidato no sea Artur Mas, sino un candidato alternativo de Convergència que no esté manchado por el pasado de recortes y de corrupción. Es muy poco, porque Artur Mas está muy quemado y a punto de su fallecimiento político, por lo que pedir su sustitución es casi una jugada forzada.
Todo el mundo ha leído las exigencias de la CUP y su segunda votación negativa de investidura, dentro y fuera de Convergència, dentro y fuera del independentismo, como una humillación a un presidente arrodillado y sometido a los diez diputados cupaires. Primero fueron advertencias como las de Mas Colell respecto a la subordinación del Gobierno a una dirección exterior extremista y a la pérdida del apoyo a las clases medias que significarían tantas concesiones; luego fue el golpe de timón de Francesc Homs, que considera imprescindible garantizar la seguridad jurídica, la pertenencia a la Unión Europea y el diálogo con el Gobierno, una enmienda a la totalidad de la declaración del 9 de noviembre.
La repetición de las elecciones en marzo, dada la imposibilidad de investir a Mas, es ahora la opción que todos ponen sobre la mesa. Esta es una amenaza muy peculiar, puesto que sirve sobre todo para que quienes la esgrimen se hagan miedo a ellos mismos. Nadie saldría tan perjudicado como Convergència de unas elecciones nuevamente precipitadas, las cuartas autonómicas desde 2010.
Primero porque difícilmente podrá repetir la fórmula de Junts pel Sí, dado que Esquerra, la silenciosa Esquerra, querrá capitalizar los sacrificios hechos hasta ahora para convertirse de una vez por todas en la fuerza hegemónica y central del catalanismo, sustituyendo finalmente a Convergència. Segundo, porque será muy difícil que Artur Mas se presente como candidato, esta vez en el primer lugar, y condenado prácticamente a ser desautorizado por el electorado en las urnas.
El callejón sin salida es notable y sólo tiene dos puntos de fuga. O la CUP da gratuitamente a Mas los dos votos que necesita o Mas da un paso atrás y cede la presidencia a otra candidato de Convergència. Y si no, vamos a nuevas elecciones en marzo, malas para todos, también para la CUP, y especialmente malas para Mas, que difícilmente querrá y podrá presentarse.
A riesgo de que Mas quiera prolongar aún más su agonía, Convergència se verá empujada muy pronto a improvisar su sucesión al frente del partido y como candidato a la presidencia de la Generalitat, e incluso tendrá que calcular si no le conviene más adelantarse tanto como pueda y situar al sucesor o sucesora al frente del Gobierno interino, aunque sólo sea para aprovechar el efecto mediático que da la presidencia. Como todos ustedes saben, la vicepresidenta Neus Munté es la persona que reúne la doble condición de número dos del Gobierno y de candidata in pectore a sustituir a Mas como candidato y reúne también las condiciones exigidas por la CUP respecto a su desvinculación de las políticas de recortes y de la corrupción.
De manera que se produce la paradoja de que la propuesta de la CUP de encontrar un candidato de Convergència alternativo a Mas es la que más conviene a la propia Convergència si no quiere perder las pocas bazas que le quedan de cara a las siguientes elecciones, sean en marzo o sean más tarde, los 18 meses inicialmente pactados con Esquerra. Esto me lleva a concluir que lo más natural y fácil es que Convergència acabe entregando la cabeza de Mas a la CUP a cambio de los dos votos que necesita para la investidura de su nuevo candidato y poder formar un Gobierno que ya no tendrá las limitaciones que tendría con Mas.
Es una hipótesis, naturalmente, pero me parece que bastante bien fundamentada. Y que cuenta con una gran dificultad política y aún más personal y es que probablemente quien debe dar este paso, la retirada de Mas, es el propio presidente, algo que solo puede hacer como si fuera por su propio pie, dando las correspondientes explicaciones y como un gran sacrificio en bien del proceso. Mas se encuentra ahora como Julio César ante el Senado: todo el mundo quiere liquidarlo, incluidos los suyos, pero nadie se atreve a dar el primer paso, de forma que tendrá que dar un paso atrás él mismo si no quiere que sean todos, incluido su hijo Bruto, quienes le apuñalen escondidos bajo las togas.
El proceso seguirá, de eso no tengan ninguna duda. Estamos en tiempos de políticas virtuales y nominalistas, en que las cosas no son como son sino como quieren que sean los que tienen la manija para imponer el relato político hegemónico. Uno de los componedores de este relato maravilloso de la revolución de las sonrisas acaba de publicar ahora mismo un libro que se titula '¿Por qué hemos ganado'. ¡Santas victorias que sólo lo son en el nombre y que pueden disfrazar los fallos más espectaculares en las ideas y análisis y las más amargas derrotas en los hechos y en las realidades políticas! ¡Dejemos que disfruten si así son felices los que practican este tipo de tergiversaciones tan poco inocentes!
Todo depende ahora, claro está, de las elecciones generales y de la nueva distribución del poder parlamentario que salga. Pero la siguiente fase, con Mas o con Munté, con CUP o sin ella, es la del retorno al derecho a decidir. El proceso seguirá pero como los cangrejos, dando pasos hacia atrás. Ya que no es posible saltar ahora la pared de la independencia, nos echamos un poco atrás y tomamos impulso, intentamos volver a reunir fuerzas, e incluso aceptamos cambios en los liderazgos, Esquerra en lugar de Convergència, Oriol Junqueras en lugar de Mas, y tratamos de negociar con el nuevo Gobierno que se instale en Madrid un referéndum como el que pactó Alex Salmond con Cameron.
Eso si nos encontramos en la mejor de las hipótesis, secretamente acariciada por Convergència, de una mayoría que tenga al PSOE como fuerza central y a ser posible a Podemos como complemento. Pero también nos podemos encontrar y yo diría que casi seguro que nos encontraremos con la contraria, una mayoría formada por PP y Ciudadanos, fuertemente hostil a la misma idea del referéndum, que es también la hipótesis secretamente acariciada por la CUP y quizá también por Esquerra, dado que daría la posibilidad de radicalizar de nuevo el independentismo y hacer posible otra vez la idea de que se puede saltar la pared de la independencia.
A partir de aquí no iré mucho más lejos respecto a hacia dónde vamos, porque es muy difícil un pronóstico sin los resultados de las elecciones generales y sin la certeza sobre la eventualidad de unas nuevas elecciones catalanas. Pero sí quisiera terminar explicando cómo veo el final de la actual partida.
España está a punto de entrar en una etapa en la que se reformará de una forma u otra la regla de juego, la Constitución. Una de las cosas que se jugará en las elecciones generales del 20N es la profundidad y el alcance de la reforma y, de cara a Cataluña, su capacidad para desactivar el actual conflicto de legitimidad, el proceso. Como ustedes saben, hay fuerzas centrípetas que sólo quieren reformas si son para asegurar la unidad del Estado y que ven cualquier movimiento de significación catalana dentro del texto constitucional como una desigualdad estrictamente insoportable. También hay fuerzas que no ven incompatible el reforzamiento del Estado gracias a una estructura federalista con una singularización que satisficiera las demandas de reconocimiento de Cataluña.
Una de las cosas que no sabemos todavía es si Convergència querrá estar presente en este momento de reforma y sobre todo si las fuerzas de la centralidad catalana del momento, sean las que sean, estarán representadas. Si atendemos a lo que ha sido hasta ahora el proceso, estrictamente orientado a la unilateralidad y la desconexión, no deberían estar; pero si hacemos caso a las declaraciones más recientes de Francesc Homs, Convergència deberá abrirse de nuevo al diálogo y al pacto y participar en la nueva etapa constitucional española, aunque lo haga desde una posición doctrinal o ideológica independentista.
El problema es que desde Madrid es muy posible que sólo se quiera hablar de la Constitución y desde Barcelona sólo se quiera hablar ahora de una consulta sobre la independencia. Lo normal sería que todos estuvieran dispuestos a hablar con todos de todo, pero lo más probable es que finalmente sólo se pueda hablar con algunos del alcance, el método y las formas que debe adoptar la reforma constitucional.
Lo que es seguro es que la reforma constitucional que nos conviene a los catalanes es una que pueda ser votada favorablemente por la mayoría en Cataluña y que sea así porque satisfaga de forma bastante razonable los deseos mostrados por los ciudadanos en todas las encuestas respecto a una tercera vía entre el inmovilismo y la independencia. Si la reforma constitucional que se pone a votación no tiene unos resultados suficientemente satisfactorios en las circunscripciones catalanas, es decir, una participación y un voto afirmativo muy por encima del 50 por ciento, podemos dar por seguro que la actual crisis seguirá y quizás reanudará con mayor vigor.
El caso contrario, en cambio, será la formalización de un consenso constitucional recuperado. Se podrá dar por cerrada la herida que abrió la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto en 2010. El derecho a decidir, y aún más la independencia, perderán mucho de su actual fuerza, hasta el punto de que muchos dentro y fuera de Cataluña los darán por superados. Y quizás entonces nos podremos poner de lleno y a fondo a pensar y a preocuparnos sobre hacia dónde va Europa y hacia dónde va el mundo, hacia dónde van nuestras sociedades, en lugar de quedarnos ensimismados en nuestros problemas domésticos que, como ya se ha visto, no interesan especialmente fuera de Cataluña y de España. Quizá entonces podremos ponernos otra vez a trabajar después de haber perdido ya demasiado tiempo".
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