La Iglesia Católica, la más severa
El Papa introduce el espinoso aborto en su campaña de misericordia con los pecadores
El gesto del papa Francisco de permitir, con motivo del próximo Jubileo de la Iglesia, que todos los sacerdotes y no sólo los obispos, puedan absolver a las mujeres cristianas del pecado de aborto, merece un aplauso, pero aún es insuficiente, a pesar de que para los católicos más tradicionales podrá sonar a herejía. La Iglesia Católica es hoy, en efecto -si se exceptúan las iglesias evangélicas fundamentalistas, militantes contra el aborto sin matices-, la más severa en contra del aborto, ya que considera que el feto tiene vida propia desde el primer momento de la concepción.
Las Iglesias protestantes, en general, aún considerando que el aborto hiere el principio del respeto a la vida, son más liberales que la católica. La Iglesia Anglicana, por ejemplo, permite el aborto antes de las 28 semanas. Los metodistas, dejan a la mujer la libertad de abortar, “después de una profunda meditación”, es decir, con responsabilidad. Entre los luteranos existen dos corrientes: la radical, que se identifica con la católica oficial, y la más liberal que permite el aborto bajo ciertas condiciones.
Hasta el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, es más liberal ya que considera que el feto empieza a tener alma sólo después de 120 días, por lo que antes estaría permitido el aborto. Lo está también en caso de peligro de vida de la mujer. Según el Corán, si la vida de la madre está en peligro es preferible sacrificar la planta para salvar la raíz.
Para el judaísmo, en tiempos de Jesús, no suponía un problema ya que la mayor condena para una mujer era ser estéril. Un hijo era la mayor bendición.
El papa Francisco ha querido introducir el espinoso caso de las mujeres cristianas que han abortado en su campaña de misericordia con los pecadores a quienes la Iglesia ha negado el perdón. Lo ha hecho con los homosexuales, con los divorciados y hasta con los condenados por crímenes graves. En eso, Francisco apela a la figura de Jesús, en los inicios del cristianismo, que decía haber venido a rescatar a todos los enfermos y no a los sanos, a los pecadores y los que eran despreciados.
Las mujeres cristianas que han abortado fueron siempre vistas por la Iglesia como las grandes pecadoras a las que sólo un obispo podía perdonar. El papa jesuita habla con amor y dolor de ellas, porque arrastran, afirma el santo padre, “una cicatriz en su corazón”. Dice mucho de su espíritu de solidaridad, pero seguramente será aún insuficiente para las mujeres.
El Papa lo sabe, pero conoce también la resistencia de la Iglesia oficial en abrir la mano en este tema. Con sentido práctico, abre caminos transversales, a la espera, quizás, de que otros mañana puedan dar nuevos pasos.
¿No sería mejor que la Iglesia se preocupara menos de cuantificar pecados y más de recordar lo que defendía el cardenal Newman, que convertido del anglicanismo al catolicismo, sostenía: “Mejor equivocarse siguiendo la propia conciencia que acertar contra ella”?
Si la Iglesia, en la Edad Media, llegó a dudar de que las mujeres tuvieran alma, la Iglesia de hoy aún se resiste a aceptar que también las mujeres tienen una conciencia a la que dar cuenta antes que a nadie.
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