El chadiano Habré, el primer déspota juzgado por jueces locales en África
El exdictador se sentará en el banquillo el 20 de julio por torturas y crímenes de guerra
A Husseini Robert Gambier, de 61 años, hay que gritarle al oído izquierdo. Apenas puede ver por un ojo y está prácticamente sordo. “Día y noche, incluso cuando duermo, escucho un ruido tremendo dentro de mi cabeza, como un motor que no para nunca”. En febrero de 1985 fue detenido y torturado con saña: le pusieron dos maderas a ambos lados de la cabeza y se las ataron por delante y por detrás a presión mientras le daban patadas, luego le amarraron los brazos y los pies por detrás del cuerpo y le apuntalaron los brazos con clavos. Aún son visibles las heridas. Pasó cinco años en distintas cárceles de Chad donde los muertos se acumulaban en las celdas sin ventilación a 40 grados hasta que los llevaban a enterrar en fosas comunes, sin espacio ni para estirar las piernas, apenas alimentados. No tenía casi opciones, pero logró sobrevivir. A Gambier le conocen hoy como Sabagal Moute, “el que corre más rápido que la muerte”.
Cronología del juicio a Hissène Habré
1982. El líder guerrillero Hissène Habré toma el poder en Chad tras una rebelión.
1990. El régimen de Habré cae a manos de Idriss Déby. El dictador se marcha a un exilio dorado en Senegal.
1992. Una comisión de investigación nacional concluye que el régimen de Habré mató a 40.000 ciudadanos y que la tortura se practicaba de forma sistemática.
2000. Primera denuncia de las víctimas en Senegal y arresto de Habré. La Justicia senegalesa se declara incompetente.
2005. Un juez belga pide la extradición de Habré.
2006. El Gobierno de Dakar consulta a la Unión Africana, cuyo comité de juristas le pide que juzgue a Habré "en nombre de toda África".
2012. La Corte Internacional de Justicia ordena a Senegal juzgar o extraditar a Habré. Dakar crea una jurisdicción especial para el proceso.
Son comerciantes, funcionarios, agricultores, profesores o vendedoras de verduras. Gente normal. A Fatimé Tchangdoum le mataron a su marido por una falsa acusación y tuvo que criar a sus cuatro hijos rechazada por todos; Hawa Brahim, con solo 16 años, fue violada una y otra vez durante un año en un cuartel militar; al pastor protestante Jean Noyoma le obligaron a tragar agua para luego caminarle sobre el vientre hinchado.
La dimensión de la herida infringida a muchos chadianos y su capacidad de mantener la llama de su lucha encendida ha permitido que el próximo 20 de julio, 25 años después de su caída, el dictador Hissène Habré se siente en el banquillo de los acusados para ser juzgado por torturas, crímenes de guerra y contra la humanidad. El camino, en el que las víctimas han contado con el constante apoyo de Human Rights Watch, ha estado lleno de espinas.
Durante ocho años, entre 1982 y 1990, Hissène Habré fue presidente de Chad. Conquistó el poder a sangre y fuego tras protagonizar una rebelión e impuso un régimen de terror con la tortura y el asesinato como métodos cotidianos. Apoyado por Francia y sobre todo por Estados Unidos como gran bastión frente a Gadafi, que era el enemigo público número uno de la Administración Reagan, Habré se obsesionó con mantener su poder a toda costa frente al expansionismo libio mientras Occidente hacía oídos sordos a las constantes denuncias sobre violaciones de los derechos humanos. Todo eso era un mal menor a ojos de París y Washington, que no tuvo reparos en armarlo hasta los dientes.
Exilio en Senegal
Se calcula que unas 40.000 personas murieron durante esos ocho años, entre prisioneros de guerra y víctimas civiles. Los detenidos y torturados son incontables. Sólo por pertenecer a un grupo étnico determinado, como los Hadjarai o los Zaghawa, se podía ser arrestado. Y salir con vida de las prisiones del régimen no era tarea fácil. El campo de los Mártires, la principal prisión militar de Yamena, fue apodada “el país de los muertos andantes”. Clement Abaifouta, presidente de la Asociación de Víctimas, fue elegido para ayudar a enterrar los cadáveres.
En Amral Goz, entonces un descampado a las afueras de Yamena, hay decenas de fosas comunes, algunas de ellas han sido exhumadas. “Hoy llamamos a este lugar la Planicie de la Muerte. Es difícil calcular, pero yo personalmente ayudé a enterrar aquí al menos a un millar de personas. Íbamos varias veces al día, pero sobre todo por la noche. La gente moría como moscas”, asegura.
El 30 de noviembre de 1990, una rebelión encabezada por el que fuera su hombre fuerte en el Ejército, Idriss Déby, logró derrocar a Habré, quien se refugió en Senegal tras esquilmar el tesoro público. En Dakar, creyéndose intocable, se instaló en una lujosa casa del barrio de Ouakam.
Sin embargo, el viento empezó a soplar en otra dirección en 1998. El exdictador chileno Augusto Pinochet es arrestado en Londres tras la emisión de una orden de detención por parte del juez español Baltasar Garzón en aplicación de la jurisdicción universal. Resulta que los exdictadores no son tan invulnerables.
Tras múltiples intentos y de acudir incluso a la justicia belga, no es hasta 2012, con la llegada al poder en Senegal de Macky Sall, cuando el caso se reactiva. Y esta vez en serio. El nuevo presidente aprueba la creación de las Cámaras Africanas Extraordinarias, donde se celebrará el proceso, que está previsto que dure al menos hasta finales de octubre.
Por primera vez en la historia, un dictador africano será juzgado en otro país por jueces africanos, todo ello a instancia de sus propias víctimas. Un centenar de ellas acudirá a Dakar, capital de Senegal, para dar testimonio de su calvario. Después de que asesinaran a su marido, a Fatimé Toumle la echaron de su casa con sus cuatro hijos. “Hemos conseguido alguna victoria, pero nos falta la victoria final, que Habré sea condenado. Ahora creemos que es posible”, remacha.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.