“Rusia puede prestar apoyo político y simbólico a Grecia, pero no financiero”
Butórina apunta que la relación política de Moscú y Atenas "puede hacerse más cálida"
Debido a la difícil situación presupuestaria que atraviesa, Moscú “tiene posibilidades muy limitadas” de prestarle recursos a Grecia en caso de que este país se lo pidiera para pagar su deuda, afirma Olga Butórina, vicedirectora del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia. “Lo más probable es que Rusia se limite a acciones simbólicas, aunque las relaciones políticas puedan hacerse más cálidas”, dice Butórina, una reconocida especialista en el euro y el sistema monetario europeo.
El domingo los griegos rechazaron las recomendaciones de la Comisión Europea, el FMI y el BCE sobre las condiciones de un acuerdo. Este lunes, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha telefoneado al presidente de Rusia, Vladímir Putin, según el servicio de prensa del Kremlin. Ambos mandatarios, que se reunieron en junio en San Petersburgo, han comentado los resultados de la consulta y también “algunas cuestiones sobre el ulterior desarrollo de la cooperación ruso-griega”. Tsipras ha informado de que los contactos con los acreedores europeos continúan y Rusia ha expresado apoyo a los “esfuerzos de la sociedad griega para salir de la situación”, según ha manifestado Yuri Ushakov, ayudante del presidente Putin. Según los medios rusos, la conversación con Putin fue la primera que Tsipras mantuvo con un jefe de Estado tras divulgarse los resultados del referéndum.
“La respuesta negativa en el referéndum de Grecia estimulará la disminución de la autoridad y del papel de la UE y del FMI a ojos de los rusos, algo que está en consonancia con la generalizada actitud de escepticismo hacia los socios occidentales”, explica Butórina, en una conversación con EL PAIS. En el terreno práctico, el referéndum “contribuirá al estancamiento de las relaciones entre Rusia y la UE y a los intentos de algunos de los países participantes en el diálogo entre Rusia y la Unión Europea de sustituir ese formato multilateral por un formato bilateral de país a país, por ejemplo Rusia-Grecia o Rusia con algunos otros Estados de la UE”, afirma; y puntualiza que “el fracaso de la política de Asociación Oriental de la UE ha contribuido al debilitamiento de la relación entre Rusia y la UE como organización”.
Otra consecuencia del no en el referéndum griego es la caída del euro frente al dólar y la creciente volatilidad del cambio entre las dos monedas y un descenso de la cotización del euro que, en conjunto, sería beneficiosa para los exportadores de Rusia, que venden en dólares, y también para los importadores, teniendo en cuenta que más de la mitad de los productos manufacturados son importados de Europa en euros. El euro se cotizaba el lunes a 62,42 rublos según el cambio oficial del Banco Central, lo que suponía un incremento del 0,67% con respecto al pasado viernes. Esta cotización, sin embargo, era consecuencia de la dinámica del rublo, pero no del euro, puntualizaba Butórina. “Las consecuencias de carácter estratégico son una posible desestabilización de la situación en la UE y un incremento de problemas en la zona del euro con el consiguiente estancamiento de las relaciones entre la UE y Rusia. A diferencia de Chipre, donde el sector bancario multiplicaba varias veces el producto interno bruto, Grecia sufre un problema de desindustrialización y de falta de competitividad. Aparte de la estadística falsificada, la mala recaudación de impuestos, el elevado número de prestaciones sociales y la hipertrofia del aparato burocrático, la UE no ha querido ver que “una de las causas básicas” de la situación griega es que la economía de ese país “no ha podido soportar la globalización y la competencia y se ha resentido por la creación de un mercado único en el interior de la UE”.
Butórina recuerda un informe de trabajo de 1987 dirigido por Tommaso Padoa-Schioppa (uno de los padres del euro y miembro fundador de la junta directiva del BCE, fallecido en 2010), según el cual “la creación de un mercado interno produciría muchos problemas estructurales para los países débiles de la región porque contribuiría a la fuga de capitales y la pérdida de capacidad competitiva de muchas ramas de su economía. “Ejemplo de esta situación es Grecia, que producía mercancías medianamente competitivas con una cierta demanda hasta que se creó la divisa única”, dice. “Los ingenieros y trabajadores cualificados que producían mercancías de mediana calidad se quedaron sin trabajo, y sus hijos son funcionarios que reciben sobornos, vendedores en los mercados o taxistas, así que ha empeorado la estructura de las fuerzas laborales y la calidad que recibe el ciudadano”, señala. “Para haber evitado esto, Grecia debería haber tenido dirigentes que hubieran iniciado una reforma a largo plazo que diera resultado dentro de 15 ó 20 años y sobrepasara el ciclo electoral de cuatro años, pero ¿qué político quiere hacer esto?”. “No todos los países pueden formar un equipo de economistas eficaces capaces de elaborar una estrategia de desarrollo a largo plazo. El BCE contempla de forma positiva las solicitudes de entrar en el euro de Bulgaria o Rumania, países que son candidatos a repetir lo mismo que le ha sucedido a Grecia”, sentencia.
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