El pacto con Grecia se enfrenta a la hostilidad creciente en Alemania
Merkel deberá convencer a su partido y a la opinión pública, reacia a dar más ayudas
Los más cercanos a la canciller Angela Merkel le han oído en los últimos días comparar la relación entre Europa y Grecia con la de una familia que atraviesa graves dificultades. A un pariente cercano no se le deja en la estacada por muchos quebraderos de cabeza que dé, ha argumentado en privado la jefa del Gobierno alemán. Pero tras cinco años de problemas, muchos alemanes sienten que el hermano respondón no se deja ayudar. Y ya están hartos. Si las negociaciones frenéticas de esta semana llegan a buen puerto y Atenas recibe nuevos fondos que eviten su bancarrota, Merkel tendrá que esforzarse por explicar una decisión que encuentra cada vez más resistencia en casa.
Varias encuestas han mostrado en las últimas semanas que una mayoría de alemanes apuesta ya por una salida de Grecia del euro como la solución menos mala. Es lo que cada mañana exige machaconamente el tabloide Bild, el más vendido del país y un buen termómetro de lo que opina una parte no desdeñable del país. Pero no es solo el Bild. Muchos medios, que recuerdan constantemente los 50.000 millones de euros que Alemania puso para los dos rescates de Grecia, dan muestras de que la paciencia con el Gobierno de Alexis Tsipras se ha agotado.
El filósofo contra la canciller
Jürgen Habermas, el reconocido filósofo alemán que lleva años reclamando un cambio de rumbo en la política europea, salió ayer en defensa de las decisiones tomadas por el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, en los últimos años y criticó con dureza a la canciller alemana, Angela Merkel.
"Todos los ciudadanos deberían estar agradecidos a Draghi por haber evitado con unas palabras el hundimiento del euro", sostiene Habermas en un artículo publicado en el Süddeutsche Zeitung.
Para gobernantes como Merkel tiene palabras más duras, por negarse a reconocer la señal política que emana de la victoria de Syriza en las elecciones griegas. “Se presentan como políticos, pero hablan solo en su papel económico como acreedores”, asegura el filósofo, premio Príncipe de Asturias.
La situación para los democristianos no es dramática. Mantienen una intención de voto altísima, en torno al 40%. Pero Merkel, una política acostumbrada a liderar por consenso y no en contra de la mayoría, sufrirá si tiene que explicar futuras reestructuraciones de deuda que supongan pérdidas para el contribuyente.
Casi más preocupante aún para la canciller es la corriente crítica de la Unión Cristianodemócrata (CDU). El diputado Wolfgang Bosbach, del ala más conservadora del partido, despertó la semana pasada un larguísimo aplauso del público que asistía al debate estrella de la televisión alemana cuando anunció enfático que no apoyaría bajo ningún concepto un nuevo paquete de ayudas a Grecia. Y cada vez más democristianos opinan como él.
Las diferencias han alcanzado a su círculo más directo de colaboradores, como el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. El hombre que hasta ahora era la mano derecha de Merkel fue el lunes el más duro al valorar la nueva propuesta griega. “No hay nada nuevo”, dijo antes de reunirse con el resto de ministros en Bruselas. De madrugada, tras la cumbre de líderes, Merkel le llevaría la contraria al hablar de “ciertos progresos”.
Pese a las críticas, analistas como Daniela Vates, consideran que la amenaza para la líder es limitada. “Entre los democristianos hay descontento y dudas. Pero los que más hablan son los sospechosos principales. Y por encima de todo, a nadie le interesa dañar a Merkel. Ella es el principal activo del partido. Y no hay ningún remplazo en el horizonte”, señala. En febrero, una treintena de diputados de la CDU votó en contra de prorrogar el rescate griego, y un centenar mostró sus reservas. Nadie sabe cuántos noes democristianos cosechará una futura votación, pero la cifra promete ser mayor. “Nos ha resultado increíblemente difícil”, avisó entonces Schäuble.
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