La psicosis del navajazo
Los robos con apuñalamiento atemorizan a los vecinos de barrios acomodados de Río de Janeiro
En pleno barrio noble de Botafogo (Río de Janeiro), atascado sin esperanza a la hora punta de la tarde, el taxista sale de su letargo y se yergue como un sabueso. “Mire, esos garotos son los peligrosos… Están mirando, buscando. Tenga cuidado”. Se refiere a dos adolescentes que pasean con demasiada calma por el bordillo de la acera, observando una terraza cercana. Varios clientes se meten los móviles en el bolsillo. Últimamente no hay día sin atracos con apuñalamiento en Río y la gente está para pocas bromas.
En enero la epidemia fue de balas perdidas, pero este otoño abunda más el navajazo, muchas veces por sorpresa y sin mediar palabra, quizá por perder los nervios o para agilizar el trámite del robo. Puede ser un bolso, un teléfono o una bicicleta, como le pasó al cardiólogo de 57 años Jaime Gold, víctima mortal de dos chavales que le metieron tres cuchilladas en el abdomen y una en la mano cuando pedaleaba tranquilamente en uno de los lugares de recreo más representativos de Río: el lago Rodrigo de Freitas, futuro escenario olímpico y recinto privilegiado para miles de cariocas que comienzan y terminan la jornada haciendo deporte.
En esos ocho días de mayo hubo diez apuñalamientos en la ciudad, y los números no han variado desde entonces (aunque solo con heridos). La tragedia de Gold y el ataque a una turista chilena que recibió un corte de navaja en el cuello mientras tomaba el sol en la céntrica plaza de Gloria volvieron a colocar a Río al borde de la psicosis colectiva. “Antes solo utilizaban el cuchillo para amedrentar”, dice indignado un portero de un edificio señorial en Praia do Flamengo, “pero ahora pinchan primero y hablan después”. En los primeros cuatro meses del año, 167 víctimas de arma blanca fueron atendidas en las cuatro principales emergencias de la ciudad, según datos recogidos por el diario O Globo.
La cifra, comparada con otras grandes ciudades del mundo, es alta. Y sin embargo, según las estadísticas, no hay más ataques con cuchillo en Río de Janeiro que el año pasado. “Lo que sucede”, dice el profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ) y especialista en violencia, Ignacio Cano, “es que algunos ataques llamativos y desgraciados se han producido en la zona sur [acomodada] de la ciudad”. El sociólogo admite que existe miedo, especialmente en las clases medias, pero culpa a los medios de comunicación de “hacer un seguimiento exagerado de unos pocos casos que se acaban reproduciendo como noticia”.
El presidente de la activa ONG carioca Rio de Paz, Antonio Carlos Costa, opina que la psicosis es evidente y generalizada. “No se trata de una creación de la prensa. Son chicos muy jóvenes que bajan de los morros con un doble objetivo: robar bicicletas o ropa como símbolo de posición y adquirir visibilidad en la comunidad con sus proezas, como fuente de poder”. Según él, Río presenta una “química explosiva: desigualdad enorme y muy próxima entre sí, narcotráfico, una sociedad de consumo y un Estado débil... Pero las autoridades tienen la costumbre de actuar sobre las consecuencias y no las causas del problema”.
Más presencia policial
Una de las mayores paradojas de Río es la relación de la población con su policía, la más violenta del país. Solo en 2013 mató a 413 ciudadanos. Aunque los crímenes policiales se han reducido en el último lustro, el presunto equilibrio de numerosas favelas pacificadas es extremadamente frágil y no hay prácticamente semana sin alguna víctima de la violencia policial y sus balas perdidas, en ocasiones niños. La repulsa hacia la policía sigue siendo prácticamente unánime, a pesar del esfuerzo de las autoridades.
El profesor Ignacio Cano afirma que “nadie confía en la policía de Río, pero las clases medias piden más presencia”. La paradoja, subraya, es que el número de crímenes en áreas desfavorecidas de la Baixada Fluminense es escandalosamente superior al de la zona sur. “Es natural que las clases medias pidan más presencia policial en la zona sur”, sostiene Antonio Costa, “porque en los barrios nobles de Río la labor policial se ejerce como a los ciudadanos les gusta. No cometen los crímenes que cometen en las favelas”.
Uno de los presuntos asesinos de Gold tiene 16 años. Ha sido arrestado y liberado 15 veces, todas ellas por hurtos y robos con violencia en los barrios más prósperos de la zona sur. Esto ha recrudecido el debate que propone reducir la edad penal de 18 a 16 años. Los que protestaron contra el asesinato recibieron críticas por no otorgar igual importancia a las muertes violentas que ocurren en los barrios pobres (también a manos de la policía). Los que ponen el acento en las duras condiciones de vida de los chicos de la favela que bajan armados a robar a los barrios acomodados son a veces acusados de justificar la violencia y de relativismo moral.
El número de jóvenes recluidos en instituciones para delincuentes menores de edad en el país ha crecido casi un 40% en los últimos cinco años, según la BBC. El Gobierno considera que la reducción de la mayoría de edad penal “no resuelve nada”, en línea con numerosas organizaciones sociales, y se opone frontalmente a la medida.
La muerte del ciclista ocurrió el mismo día en que autoridades cariocas y fluminenses celebraban con miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) y el Comité Río 2016 una de sus periódicas reuniones de seguimiento. Los directivos repitieron su mensaje de apoyo a la ciudad y mostraron confianza ciega en que la presencia policial reforzada garantizará unos Juegos pacíficos. La policía ya ha aumentado el número de patrullas en áreas turísticas, incluso antes de las protestas. Desde esta semana se permite el bloqueo de teléfonos móviles splo con que la Policía Civil notifique su robo, para disuadir a los ladrones. En apenas unos días, la Asamblea Legislativa de Río ha aprobado el proyecto de ley que incluye el robo de bicicletas en los registros como un delito específico. El gobernador de Río, Luiz Fernando Pezão (PMDB), ha pedido rotundamente incluso la criminalización de llevar armas blancas.
En los primeros días de junio la violencia parece haberse desplazado de nuevo al norte de la ciudad. Una de las últimas víctimas con herida de navaja, la diseñadora de vestuario Nathália Labanca, fue atacada por tres menores en Tijuca. Asegura que uno de ellos tenía unos ocho años. Otras fuentes insisten en que el narcotráfico ha dado la orden de detener estas acciones en algunas favelas porque atrae atención policial a sus territorios dominados.
En Leblon, uno de los barrios más caros del continente, un cartel anuncia cursos de defensa contra ataques con cuchillo y su propietario explica que la idea surgió de una petición de los clientes: “La filosofía de la agresión cambió en Río: hoy primero te hieren y después se llevan sus pertenencias, aunque no tengas ninguna reacción”.
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