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Columna
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No es el macero negro

Berlín y París preparan una oferta para Reino Unido y un plan B por si Londres deja la UE

Lluís Bassets

David Cameron no es el macero negro, uno de los protagonistas del ritual que rodea al discurso de la reina. El macero negro, Black Rod en inglés, es el jefe de la seguridad de la Casa de los Lores, que cuenta entre sus extrañas obligaciones la de que le echen la puerta en las narices en el momento solemne en que se acerca a la Casa de los Comunes para convocar a los representantes del pueblo a que escuchen las palabras de la soberana.

Muchos creen que, como en el guion, el pueblo soberano también abrirá a continuación las puertas a David Cameron cuando el primer ministro británico llame por tres veces con la maza negra de la renegociación del estatus de Reino Unido en la Unión Europea y convoque el referéndum sobre su continuidad como socio.

Algo hay de Black Rod en el guion de las grandes crisis europeas. Alguien, uno de los grandes países, llega con sus exigencias, casi siempre inadmisibles. Todos ponen el grito en el cielo. A continuación llega la negociación a cara de perro. Y finalmente, tras largas peleas, se produce el acuerdo, usualmente monetizable, que se presenta como un final feliz y es una enorme componenda que cada uno de los socios puede vender en su país como un éxito.

Esta vez no será tan fácil. Por primera vez cada parte va a pedir exactamente, y no otra cosa, lo que la otra parte no puede entregar. Londres quiere una reforma de los tratados e incluso que desaparezca la declaración de intenciones que viene presidiendo los textos fundamentales desde el Tratado de Roma, sobre “una unión más estrecha entre los pueblos europeos”. Berlín y París, que son los que toman el mando en las crisis, aunque ahora sea siempre más Berlín que París, no quieren saber nada de una nueva reforma de los tratados.

La libre circulación de personas es uno de los puntos de fricción que separan las pretensiones británicas de control sobre la inmigración, incluida la intraeuropea, de los defensores de las libertades del mercado único como un todo innegociable. Cameron ya se ha avanzado con el mero anuncio del censo de votantes en el referéndum. Podrán votar los malteses, los chipriotas y los irlandeses residentes en Reino Unido, al igual que los llanitos de Gibraltar, por supuesto, pero no los europeos. Podrán los australianos y los indios residentes en Reino Unido, pero no los británicos que lleven más de 15 años fuera de su país, por ejemplo en algún país europeo. Londres dice a las claras que le importa más la Commonwealth que la Unión Europea.

La respuesta que se está trenzando es doble. Habrá que imaginar incentivos que permitan a Cameron salvar la cara ante sus electores sin darle nada sustancial: progresar en el mercado único digital y de servicios, acuerdos comerciales como el TTIP e incluso una simplificación normativa. Pero a la vez, habrá que prepararse por si al Black Rod no se le abre la puerta. Berlín y París se disponen a avanzar todavía más en la unión económica, fiscal y social entre los 19 países del euro. La huida de Cameron hacia delante puede llevar al blindaje de un núcleo duro alrededor del euro en una Europa de dos velocidades.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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