El ‘regreso’ del imperio
China califica su capacidad crediticia y de inversión de 'herramienta diplomática' Un elemento puede faltar, sin embargo, en esa colonización geopolítica: el 'soft power'
China es tan antigua que para todo hay precedente. Y en este siglo protagoniza una formidable descubierta cuyo horizonte es el mundo entero. El desenclavamiento de Pekín lo inició Mao, pero estaba muy ocupado dando un gran salto hacia adelante, por lo que el segundo y positivo aliento le cupo a Deng Xiaoping, ya en los años 90, y a sus sucesores, notablemente Xi Jinping, que han proseguido una razzia que les ha llevado a África, poner pie en Europa, y desembarcar con una billetera sin fondo en América Latina. Pero China reanuda hoy lo que brevemente experimentó hace 500 años.
La política exterior china es un todo interconectado en el tiempo y el espacio. A comienzos del siglo XV el emperador Yongle dispuso que la mayor flota hasta entonces conocida partiera al reconocimiento del planeta. El almirante Cheng Ho llegó hasta el mar Rojo y las costas africanas del Índico, pero otro emperador, solo unas décadas más tarde, canceló su séptima expedición y mandó destruir la escuadra. China iniciaba, así, una permanencia sobre el propio terreno a la que solo el comunismo-capitalista ha puesto término. Y Pekín parece ávido de comprarlo todo. En la última década ha desembolsado más de 100.000 millones de dólares en América Latina; construye islotes artificiales que albergarán bases militares en sus costas; planea con Brasil y Perú un ferrocarril entre los océanos Atlántico y Pacífico; mediante una firma que se dice privada (HKND), comenzará a excavar un canal a través de Nicaragua que compita con la vía panameña; y su primer ministro, Li Keqiang, de visita en Brasil, Perú, Colombia y Chile, prometía recientemente una inversión de 250.000 millones en los próximos 10 años.
China es ya, todavía tras EE UU, el segundo socio comercial de Iberoamérica, a donde envía un 30% de sus exportaciones y recibe el 25% de las importaciones. Esa relación ha sido particularmente intensa con Venezuela, Ecuador y Bolivia, los bolivarianos, y últimamente, con Argentina, Brasil, Colombia y Perú. Para que nadie se llame a engaño, Pekín ha calificado su capacidad crediticia y de inversión de herramienta diplomática, y para subrayar el factor intemporal de su política exterior, el propio Jinping hablaba de esa conexión con América Latina como una nueva ruta de la seda, la vía comercial terrestre que unía a paso de camello China con la Europa de Marco Polo. Y todo ello pensado para un espectador que también es rival aún hegemónico: EE UU, que se debate entre embarcarse en una nueva guerra terrestre en Asia para combatir al Estado Islámico o contemplar cómo las fuerzas iraquíes dejan el campo libre a los yihadistas. Demasiados frentes para un presidente Obama, que se quería de prudencia en el repliegue.
¿Significa todo ello que el siglo XXI será el de China y que el Pacífico vaya a desbancar definitivamente al Atlántico como océano universal? Un elemento puede faltar, sin embargo, en esa colonización geopolítica: el soft power (poder blando), que como capital simbólico, en terminología de Pierre Bourdieu, ha sido un eje del señoreo norteamericano en el mundo. Cuando China fabrique su Humphrey Bogart y su Scott Fitzgerald, habrá que pensarlo todo de nuevo.
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