Francis George, el cardenal de Chicago que afrontó los casos de pederastia
Fue rechazado en el seminario por ser cojo e hizo carrera como misionero oblato en África y Asia
Envuelto en agrias polémicas por no haber manejado dignamente los casos de pederastia entre sus sacerdotes, el cardenal Francis George, arzobispo de Chicago entre 1997 y 2014 y presidente de la Conferencia Episcopal de EE UU entre 2007 y 2010, dijo esta terrible frase en 2002: “Soy el último obispo de Chicago que morirá en la cama. Mi sucesor morirá en prisión y su sucesor será martirizado en la plaza pública”. Sufrió el sábado pasado una muerte largamente anunciada por un cáncer detectado en 2006 en la vejiga y que se extendió en 2012 a riñón e hígado; su sucesor, el arzobispo Blase J. Cupich, nombrado en 2014 por el papa Francisco, ha pronunciado las honras fúnebres con palabras optimistas, y, aunque el futuro nunca está escrito, nadie entre sus seguidores pronostica las violencias por razón de religión que el apocalíptico prelado profetizó hace trece años.
¿Qué provocó la ira del cardenal George, conocido como el Wojtyla de Estados Unidos, en referencia al tremendismo con que el papa polaco juzgaba también el destino del mundo? Todo empezó cuando la Prensa desveló los casos de abusos sexuales a menores por sacerdotes en decenas de diócesis, la mayoría de los cuales habían sido encubiertos por los prelados. La archidiócesis de Chicago divulgó ayer mismo en Internet más de 6.000 páginas de documentos sobre aquellos abusos. Se refieren a treinta de los más de 65 sacerdotes acusados “con denuncias fundamentadas”. La publicación es consecuencia de un acuerdo judicial pactado bajo el mandato de George. Los documentos proporcionan detalles de la forma en que la archidiócesis transfirió de una parroquia a otra a los sacerdotes acusados de abusos, y omitió notificar a la policía sobre las denuncias de tales abusos.
“No pude estar seguro de en quién se puede confiar; todo eso está en el pasado, esperemos”, confesó el cardenal George en medio del escándalo, reconociendo que había manejado “inapropiadamente” tres casos ocurridos bajo su autoridad. A partir de entonces, practicó la doctrina de “tolerancia cero” aún antes de que Roma la predicase, y echó los cimientos para recuperar prestigio a costa de la ruina de sus finanzas, que le abocaron a cerrar escuelas católicas y a despedir a empleados, además de a la venta de propiedades y a la emisión de bonos. Un tercio de los 600 millones de dólares que las diócesis estadounidenses han gastado en indemnizar a las víctimas salió de las arcas de la Iglesia de Chicago.
Restauracionista a machamartillo, tanto como el papa polaco, y muy conservador, el cardenal George nunca defraudaba por su brillante oratoria, que exhibía en media docena de idiomas, incluido el español. Tampoco retrocedió ante controversias sociales. Se opuso vehementemente a la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, la famosa Obamacare; se reunía con políticos católicos situados en la extrema derecha, y se pronunció con gruesas palabras en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Nacido en Chicago en enero de 1937, su vida no fue un camino de rosas después de que a los 13 años el seminario diocesano le cerrase las puertas sin contemplaciones por ser cojo (tenía una pierna ortopédica a consecuencia de la polio que sufrió de pequeño). Entonces, dio un rodeo. Se unió a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y sirvió en África y Asia, hasta llegar a Roma como vicario general de esa orden. Sobresalió de tal manera que el Vaticano lo llamó pronto para altos cargos. Antes de llegar al arzobispado de Chicago, la diócesis insignia de EE UU, sirvió como obispo de Yakima y arzobispo de Portland.
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