Amapola, el otro petróleo
Las principales exportaciones de México estén representadas por dos actividades disímbolas: autos y droga
¿Qué pasa con el alma de un país cuando su economía deja de estar petrolizada para comenzar a estar narcotraficada? Muy probablemente 2015 sea el primer año en que las exportaciones de drogas ilegales superen los ingresos petroleros procedentes del extranjero. El auge del consumo de heroína en Estados Unidos ha provocado una explosión en la siembra de amapola en las sierras mexicanas para la producción de pasta de opio y su transformación en heroína, un fenómeno que se está convirtiendo en la nueva fiebre del oro.
En realidad, el petróleo dejó de ser el principal producto de exportación del país hace tiempo, cuando las exportaciones de la industria automotriz desplazaron a los hidrocarburos como la principal fuente de ingresos del exterior. En 2014, los autos aportaron 49.000 millones de dólares a la balanza comercial, casi el doble que los 28.000 millones procedentes del petróleo. En 2015, se estima que los hidrocarburos se desplomarán hasta casi la mitad, para situarse entre 15.000 y 17.000 millones de dólares. Seguramente, muy por debajo de los ingresos generados por el tráfico de estupefacientes.
El consumo de heroína en 2010 alcanzó los 27.000 millones de dólares en EE UU
Probablemente, nada describe mejor la sociedad dual en la que se ha convertido México que el hecho de que las principales exportaciones del país estén representadas por dos actividades tan disímbolas: autos y droga. La primera se caracteriza por cadenas productivas de tecnología punta y fábricas robotizadas que están ubicadas en su mayor parte en los altiplanos del norte del país. El proceso está en manos de un puñado de transnacionales y el efecto multiplicador sobre la economía local es débil, si se considera la magnitud de la operación.
En lo referente a la droga, es justo lo contrario. La base de la pirámide involucra a cientos de miles de campesinos dispersos por las sierras inaccesibles de Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Varios miles más participan en los laboratorios clandestinos para generar goma de opio y convertirla en heroína (15.000 plantas de amapola producen los 15 kilos de goma necesarios para un kilo de heroína).
Dependiendo de la calidad de la heroína, el valor se multiplica exponencialmente a medida que se aleja de Guerrero y se acerca a Chicago o Nueva York. Unos 5.000 o 6.000 dólares en la sierra, 25.000 dólares en la frontera, hasta 100.000 dólares al mayoreo en las calles de una ciudad estadounidense. Desde luego son precios que no están sujetos a códigos de barras y dependen de la oferta y la demanda cambiante en cada lugar, a cada semana. Lo cierto es que, a lo largo de la cadena de circulación y distribución, hay una derrama continua que termina por involucrar a cientos de miles de personas. Desde los comerciantes que surten de productos químicos a plantíos y laboratorios, hasta autoridades locales y estatales de toda índole, pasando por guardias de plantíos, de almacenes y de rutas de circulación, cadenas de transportadores, sicarios, lavadores de dinero, policías y un largo etcétera.
¿De qué tamaño es el fenómeno económico? Por razones obvias es una actividad que sólo podemos dimensionar de bulto. Según el Gobierno de Estados Unidos, el consumo de heroína en 2010 alcanzó un valor de unos 27.000 millones de dólares en ese país. Eso fue hace cinco años y desde entonces las cifras se han disparado en magnitudes que podrían estar entre tres y cuatro veces el monto anterior. Basta un dato para ilustrarlo: de 2010 a 2012, en apenas dos años, los fallecimientos relacionados con sobredosis de esa droga aumentaron al doble, pasando de 1.779 a 3.665 casos. Tales tendencias coinciden con los reportes del ejército mexicano sobre heroína incautada y hectáreas de sembradíos destruidos. Estos dos conceptos han crecido exponencialmente en los últimos años.
¿Qué pasa con el alma de un país cuando su economía deja de estar petrolizada para comenzar a estar narcotraficada?
Imposible cuantificar con precisión el valor económico actual del consumo de heroína en Estados Unidos; para efectos de esta columna podríamos situarlo en cifras que van de 60.000 millones de dólares a 90.000 millones. ¿Cuánto de eso se queda en México? Según las autoridades del país vecino, la mitad del abastecimiento procede de cárteles mexicanos. A valor frontera, estaríamos hablando de 10.000 o 12.000 millones de dólares y de casi el triple al otro lado de la línea. Y toda vez que, por lo general, son los narcotraficantes nacionales los responsables del trasiego hasta las grandes ciudades de Norteamérica, por lo menos al mayoreo, es presumible suponer que la mayor parte del fenómeno tiene una derrama a todo lo largo de la pirámide del crimen organizado y desorganizado nacional. Es decir, una cifra que rondaría los 20.000 millones de dólares y probablemente mucho más (siempre considerando que la otra mitad de la heroína consumida en Estados Unidos no procede de México).
El análisis de las consecuencias políticas y sociales del fenómeno desborda a este espacio. Pero el efecto brutal en términos de violencia y corrupción que ejerce en el tejido social y político está a la vista. Guerrero mismo, donde se siembra el 60% de la amapola, está desquiciado. En un contexto de miseria y atraso, la flor del opio se convierte en una fuerza irresistible que corrompe absolutamente todo. La verdadera explicación de Ayotzinapa reside, en última instancia, en una flor.
(Fuente: agencias del Gobierno de México y de Estados Unidos, y el largo reportaje de Humberto Padgett en varias entregas en Sinembargo.mx en febrero pasado).
@jorgezepedap
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