Vigilias de dolor en Brooklyn
Los homenajes a los policías asesinados congregan en el barrio a representantes de todas las religiones y colectivos
Nada hay que iguale más que la muerte. Esta vez no hubo gritos, ni consignas, ni llamadas a la acción, pero el dolor, la rabia contenida y la emoción fueron las mismas. Brooklyn volvió a ser el escenario de una mala noche, de un rumor desagradable. En medio de un silencio roto por el vuelo de los aviones y los flashes de las cámaras, en un ambiente gélido, cientos de personas honraron la memoria de Wenjian Liu, de 32 años, y Rafael Ramos, los dos policías tiroteados en su coche al sábado. Allí donde murieron, en la esquina de las avenidas Myrtle y Tompkin, en Bedford-Stuyvesant, ramos de flores, velas y otros recuerdos ocuparon la acera. En sus casas, en Gravesend y Cypress Hill, en los dos extremos del barrio, los vecinos despidieron a los suyos con vigilias improvisadas.
Liu acababa de casarse hacía tres meses. Ramos había estrenado un coche nuevo. Detalles por el estilo, anécdotas de los dos hombres que se ocultaban tras el uniforme, recorrieron los corrillos entre el ajetreo silencioso de las cámaras. Había que recordar que el drama es humano, pese a que la guerra entre los sindicatos policiales y el alcalde acapare los principales titulares.
Policías de uniforme de diferentes unidades con rosas en las manos, bomberos en ropa de faena recién llegados con el gesto cansado tras una emergencia cercana, concejales, pastores de las iglesias próximas, senadores del Estado, líderes comunitarios, dueños de tiendas, ministros del islam, representantes de la comunidad judía… Pocos faltaron en el lugar de la tragedia. En las viviendas de protección social cercanas, las Tompkin Houses, algunos chicos afroamericanos de caminar agresivo pasaron sin prestar demasiada atención. Esta vez las víctimas han caído del otro lado, pudieron pensar.
“Las familias solo quieren una cosa: unidad. Piden que el alcalde y el jefe del sindicato se sienten a hablar. Lo que ha sucedido no tiene que ver con sucesos anteriores. Ha sido una desgracia, un crimen sin sentido”, declaró a EL PAÍS el senador estatal Martin Malavé. “Es tiempo de curación”, rezaba el improvisado cartel que, a unos metros del senador, mantenía en alto un vecino. “El alcalde no puede gobernar sin el apoyo de la policía. Lo que ha sucedido debería unirnos, no separarnos”, añadió Malavé.
Eric Adams, presidente del barrio de Brooklyn, repitió el mismo mensaje ante una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis cadenas de televisión: “Unidad, unidad, unidad”. A pocos metros de él, bajo el letrero del local de la esquina, la pizzería Mike’s, se oyó una voz grave cantar: “Let it shine, let it shine”. Eran los miembros de una congregación pentecostal cercana. Portaban velas en las manos.
El coro atrajo a los presentes y, de repente, se produjo un extraño fenómeno. En apenas dos metros cuadrados, cristianos, musulmanes comenzaron a entonar cantos, rezos y a leer algún papel escrito. Allí estaban los pastores de la New Testament Church of God y de la St. Stephen United Church of God, pero también Ibrahim Kurtulus, de la United American Muslim Association of New York y el ministro Mickens, de la Open Nation of Islam. Alrededor, un grupo de personas levantaron sus carteles: “Los musulmanes de Nueva York están con la policía. Que Dios proteja a quienes nos protegen. Una nación”.
Antes de que acabaran los predicamentos en inglés, español y árabe, uno de los presentes preguntó: “¿Alguna otra comunidad quieren intervenir? ¿Hay algún rabino judío aquí?”. Mientras, la ola humana seguía yendo y viniendo en el improvisado altar de velas y flores. “Nuestros rezos van para las familias de todo el cuerpo de policía”, decía una cartulina. “Un héroe es alguien que da su vida por algo más grande que él mismo”, proclamaba otra. En alto, una bandera de los Estados Unidos advertía a todos que aquel era el lugar de la tragedia. A su lado, un candelabro judío con nueve velas. “Se han ido, pero no les olvidamos”, podía leerse en un ramo de rosas azules, el color de los agentes.
A medida que avanzaba la noche y el frío dolía, los presentes se resistían a abandonar el lugar. Claudio Defrancesco, de la National Latino Officers Association, es un agente retirado. Llevaba un ramo de flores en las manos. No conocía a los agentes, pero ha patrullado las calles de Brooklyn antes de dedicarse a labores de asesoría legal. “He venido a presentar mis respetos. Estos hombres soportan un trabajo muy duro. Hay que reconocérselo”, explicó. “Es por eso por lo que el alcalde tiene que sentarse con ellos, y hablar, y conocer su realidad. De Blasio lleva demasiado tiempo lejos de sus hombres”, añadió.
Defrancesco se abrió paso para depositar sus flores. Un grupo de oficiales de la sección de Community Affairs de la policía guardó cola pacientemente para depositar sus rosas. Los agentes no hablaron con la prensa, que revoloteó por el lugar intentado no herir sensibilidades. “Sois nuestros héroes. Digamos: nunca más. Digamos: estamos cansados. Oremos por la paz”, afirmó el ministro Mickens con las palmas de las manos hacia el cielo. Cuando terminó, a escasos metros, un grupo de personas cruzó la calle para abandonar el lugar. Entonaron un villancico: Noche de paz. Pese a todo, la Navidad está a la vuelta de la esquina.
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