En Medio de Oriente
La Autoridad Palestina solo puede ganar la batalla de la diplomacia
La guerra de Palestina se traslada al Consejo de Seguridad de la ONU. Estos días estaba prevista la presentación de un proyecto de resolución de la Autoridad Palestina (AP), en el que se establece un plazo de dos años para la retirada israelí de los territorios ocupados, que posiblemente deberá competir con un texto francés apoyado por Reino Unido y Alemania, en el que se supedita la retirada a un acuerdo de paz, tras unas negociaciones —hoy inexistentes— entre las partes.
El gran argumento del líder palestino Mahmud Abbas para acudir a tan alta instancia es, precisamente ese, que no puede haber negociaciones dignas de tal nombre mientras Israel siga colonizando los territorios, y en el tiempo del primer ministro Benjamín Netanyahu (2009-14) el número de nuevos pobladores solo en Cisjordania ha aumentado en un 23% hasta 355.000 (Haaretz). El del Gobierno de Jerusalén es que, mientras existan Hamás y su objetivo nunca desmentido de destruir el Estado de Israel, no hay interlocutor válido con quien negociar.
Pero en esta vericueta historia de ocupantes y ocupados siempre hay —como ocurre con las muñecas rusas—, una caja dentro de otra caja: lo que hoy inspira una especial urgencia al movimiento palestino es la pretensión de la derecha israelí de convertir al Estado sionista en Estado judío, que es cierto que lo ha sido siempre, pero se trataría de darle un carácter especialmente legal, que convertiría no solo de hecho, sino de derecho a todos los palestinos de nacionalidad israelí, más de un millón, en ciudadanos de segunda clase, y a los que sería más fácil convencer de que emigraran a un eventual Estado árabe. Ese es el planteamiento de la ultraderecha israelí, en la que, por algún motivo ignoto, no se suele incluir al líder del Likud. Pero, nuevamente, la caja encierra otra caja más: el 17 de marzo se celebrarán elecciones anticipadas en Israel, al tiempo que en el país cobra fuerza un movimiento de oposición, cuyo eslogan de campaña podría ser “cualquiera-menos-Netanyahu”, y que encabezan el líder laborista Herzog, izquierda clásica, y la autodenominada centrista, Tzipi Livni, ambos contrarios a la judaización extrema del Estado.
La aprobación del texto palestino parece imposible, puesto que EE UU, en cumplimiento de la obra publicada y de las repetidas exhortaciones de Netanyahu, lo vetaría, aunque la preferencia de Washington es que se deje toda maniobra diplomática para después de las elecciones en Israel; mientras que la del texto europeo, aunque tampoco complace a Jerusalén, no implica una verdadera urgencia. ¿Qué posibilidades reales de negociación existirían si la oposición ganara las elecciones? Se dejaría de lado el plan teocrático judaizador, con un gran alivio para Europa y EE UU, porque haría innecesaria la difícil defensa de un Estado étnico-religioso, pero de eso a una reanudación significativa de las negociaciones media algún trecho. Sobre todo, mientras Hamás siga siendo lo que es.
La batalla se escenifica solo en el plano diplomático, lo que no debe, sin embargo, menospreciarse porque es en el único en el que la AP puede salir ganando y erosionar con ello el considerable apoyo que acumula Israel, pese a su intangible espíritu negociador, en todo el mundo occidental.
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