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Mijaíl Gorbachov | expresidente de la Unión Soviética

“Es urgente construir la casa común europea”

El exdirigente publica 'Después del Kremlin', en el que repasa su vida y el devenir de Rusia

Pilar Bonet
Mijaíl Gorbachov celebra los 25 años de la caída del muro de Berlín.
Mijaíl Gorbachov celebra los 25 años de la caída del muro de Berlín. Agentur Gmbh (Guetty)

Construir la casa común europea es ahora más urgente que nunca. Hay que crear un sistema de seguridad que incluya a EE UU, Canadá, Rusia y los países europeos”, afirma vehemente Mijaíl Gorbachov, de 83 años, a la vista de las turbulencias por las que atraviesa la relación de Rusia con Occidente. Estamos en la fundación que lleva el nombre del único presidente que tuvo la URSS antes de desintegrarse en 1991. En la sala donde conversamos cuelgan fotos de Raísa, la esposa del político, fallecida en 1999. Por la ventana se ve caer la primera nevada del invierno.

“Propongo que los líderes de EE UU, la UE, Ucrania, Rusia y Canadá se sienten a la mesa y que hablen durante un día, una semana, un mes, un año, hasta que resulte algo”, dice. “La casa común europea hay que edificarla con buenos cimientos para que todos se sientan bien en ella”, opina, recuperando una de las ideas con las que revolucionó el panorama internacional cuando llegó al poder en 1985. “Creo que la UE no debería haberse limitado a construir sólo la fachada occidental, sino que debería haberse involucrado en la fachada oriental. La descuidaron y ahora pagan por ello”. Gorbachov se manifiesta “rotundamente en contra de las sanciones, vengan de donde vengan”, en referencia a las impuestas desde la UE, EE UU y Rusia por la crisis ucrania. “Estoy dispuesto a decirlo hasta que me muera o lo acepten”.

El exlíder soviético se reunió en Berlín con la canciller Angela Merkel y también con el excanciller Helmut Kohl y con el que fuera su ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher. “Kohl y Genscher están en contra de las sanciones, y Merkel, en una difícil situación, porque Alemania es el país más importante de la UE y debe expresar la voluntad consensuada de sus miembros y al mismo tiempo comprender el valor de las relaciones entre Rusia y Alemania y las enormes responsabilidades que implicaría destruirlas”. Gorbachov ve como un “signo negativo” el aplazamiento del Diálogo de San Petersburgo, un foro bilateral ruso-alemán que reunía cada año a políticos, intelectuales y representantes de la sociedad civil de los dos países. “Si se suprimieran ahora las sanciones, se llegaría a acuerdos sobre muchas cosas con Rusia, pero sin ultimátum, porque no se puede tratar así, sin contemplaciones a Rusia y a un pueblo que sacrificó a 25 millones de personas para parar el fascismo”.

Estoy en contra de las sanciones, vengan de donde vengan”

Le observo que el país que derrotó a Hitler fue la Unión Soviética. “La URSS era la gran Rusia” y también “una forma de existencia del Estado ruso, lo que no excluye la pluralidad de nacionalidades y de culturas”, dice Gorbachov, a quien le duele todavía la desintegración del Estado soviético, que él quiso evitar con el Tratado de la Unión. Era este un documento que debía renovar el tratado fundacional de la URSS firmado en 1922. Pero los acontecimientos dieron otro giro y los tres dirigentes eslavos (el ruso Borís Yeltsin, el bielorruso Stanislav Shushkévich y el ucranio Leonid Kravchuk) que se reunieron en Belavézhskaya, en Bielorrusia, el 8 de diciembre de 1991, “llamaron a la granja de George Bush padre para darle la noticia de que habían disuelto la URSS”, recuerda con acritud. Eso, antes de llamarle a él, al Kremlin. “Se comportaron como alguien que quema la casa para encender un cigarrillo”, exclama, y explica que “la sociedad no reaccionó porque atravesaba grandes dificultades económicas y sociales, y reinaba la idea de que Yeltsin tal vez conseguiría superarlas, pero él no estuvo a la altura de las circunstancias y destruyó el país”.

Los líderes rusos actuales gustan de atribuir los males del Estado a una supuesta conspiración occidental, pero Gorbachov afirma que la causa de la desintegración de la URSS fue “interna”. “No nos podemos quejar de nadie, aunque los políticos de EE UU se frotaba las manos debajo de la mesa para que no se viera el placer que les causaba y declaraban que iban a apoyar y a desarrollar las relaciones de amistad”. “Fue entonces cuando se tendría que haber planteado la cuestión de Crimea”, señala.

El responsable no es solo Putin, sino también la sociedad, porque cada país tiene el Gobierno que se merece”

“¡Se ha vertido tanta sangre rusa!, ¡se ha luchado tantos siglos por Crimea, por la salida [de Rusia] a los mares!”, exclama. Según Guennadi Búrbulis, que estuvo en Belavézhskaya en calidad de secretario de Estado de Rusia, Yeltsin preguntó a Kravchuk debatir sobre Crimea, pero éste se negó a abordar el tema. Gorbachov no desea criticar al ya fallecido Yeltsin. “Borís, un hombre deshonesto al que yo respaldé, preparó un golpe de Estado a mis espaldas y comenzó a jugar con América. ¡Qué vergüenza!”. “Pasó el tiempo y hoy tenemos un problema que tiene su origen entonces [en la reunión de Belavézhskaya]”.

¿Vivimos aún en 1991?, le pregunto. “Tal vez, incluso en una época anterior, en el siglo XIX…”, contesta con sorna. Gorbachov apoya la política de Putin en Crimea. “Para mí lo principal es que la gente [en Crimea] quería regresar a Rusia. Crimea es rusa y era una herida abierta que ahora se ha cerrado. En lo que se refiere a Crimea, en Occidente deben dormir tranquilos”, dice. Gorbachov recuerda a su madre, ucrania, y a la abuela con las que cantaba coplas en ese idioma. “En mi persona están tejidas Ucrania y Rusia”, manifiesta y me demuestra que habla con soltura el dialecto ucranio del sur de Rusia. “Fue Lenin quien creó el Estado ucranio. Antes era solo Malarossia. No hay que exagerar. Rusia arrastraba la locomotora por todos [los pueblos de la URSS] e hizo un enorme trabajo civilizador, en el Norte, en el Este”.

Gorbachov evita criticar a Putin, más allá de afirmar que el líder ruso “recurre a métodos autoritarios en mayor medida que en el pasado”. “El responsable no es solo Putin, sino también la sociedad, porque cada país tiene el Gobierno que se merece”, matiza.

Rusia necesita el cambio “como el aire”

Gorbachov ha desplegado una gran actividad en las últimas semanas. A principios de noviembre, estuvo en Berlín para celebrar el 20º aniversario de la caída del Muro y más tarde presentó su último libro en Moscú. Se llama Después del Kremlin (Posle Kremlia, editorial Ves Mir,2014) y es un relato en el que se entrelaza la vida del expresidente, tras dejar el poder el 25 de diciembre de 1991, y la de Rusia.

Recuerda Gorbachov que los documentos de la cumbre eslava de Belavézhskaya, que sellaron el fin de la URSS, contemplaban la “coordinación de la política interna y de defensa” de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, pero ese punto “se olvidó enseguida”. Admite haber sentido “amargura” cuando la Perestroika se truncó “a medio camino e incluso en su mismo comienzo”. “La herencia del totalitarismo en las tradiciones, ideas y costumbres resultó muy profunda”, escribe.

Al desalojar el Kremlin, Gorbachov se vio obligado también a dejar el apartamento de 140 metros cuadrados que ocupaba en la calle Kossiguin de Moscú e instalarse en otro más pequeño, de 65 metros, en el mismo edificio, con la obligación de renovarlo de su propio bolsillo. Yeltsin no esperó a ocupar el despacho de Gorbachov y ya estaba instalado en él antes de que acabara el año. El 27 de diciembre, cuando el expresidente acudía a una cita con unos periodistas japoneses, le advirtieron que Yeltsin y sus allegados estaban bebiendo whisky en los que habían sido sus aposentos, mientras un ujier arrastraba un carrito cargado con los últimos objetos personales del presidente de la URSS. La Fundación que Gorbachov puso en marcha después hubo de enfrentarse a múltiples dificultades, porque Yeltsin y su administración temían que se convirtiera en un foco de oposición a su política. Las conferencias en el extranjero acabaron siendo la “principal fuente de ingresos” de Gorbachov.

El expresidente intentó en vano mediar entre Yeltsin y el Parlamento ruso que le había desafiado en el otoño de 1993 y que el dirigente ruso ordenó cañonear. En 1994 el exlíder soviético conoció a Vladímir Putin, que en calidad de vicealcalde de San Petersburgo le acompañó durante una visita a la ciudad. Gorbachov todavía conserva las fotos donde puede verse a aquel funcionario discreto y de mirada triste que iba enfundado en un largo abrigo. Gorbachov intentó también mediar en la guerra de Chechenia, cuando le llamó el general Dzhojar Dudáiev, el líder de los rebeldes de aquel territorio, para decirle que “no se imaginaba su futuro sin Rusia”. Sin embargo, Yeltsin firmó un decreto para “restablecer la legalidad y el orden” en Chechenia y en diciembre de 1994 mandó las tropas a la república caucásica. En vísperas del año nuevo los cuerpos de decenas de soldados rusos yacían en las calles de Grozni.

Gorbachov prefiere “las transformaciones paulatinas en lugar de las radicales y revolucionarias”, pero advierte que los cambios “rara vez son indoloros” porque afectan a “los destinos e intereses de la gente”. Rusia necesita el cambio como el “aire” y no podrá evitarlo, escribe y “cuando más se demore su comienzo, tanto más doloroso será”. “En los últimos tiempos en las intervenciones de los políticos rusos rara vez suena la palabra “democracia”, afirma. “Rusia necesita un líder fuerte, pero no un caudillo, no un Stalin. Los llamamientos para el retorno de Stalin son una equivocación peligrosa”, escribe.

¿Qué se hizo de la sed de libertad que sacó a tanta gente a la calle durante la perestroika? “Se emborracharon, saciaron su sed”, contesta con ironía. Gorbachov está de acuerdo con Putin cuando este afirma que, tras la guerra fFría, los países occidentales se comportaron como “nuevos ricos”. “Comenzaron a limpiarse las botas en Rusia como si fuera un felpudo. Elogiaban a Yeltsin mientras el país estaba postrado”. “No es tarde para dar un viraje todos juntos, aunque no se puede esperar nada de Ucrania, que está dispuesta a todo para que la admitan en la OTAN y en la Unión Europea”, dice. “Los edificios se pueden reconstruir rápidamente, pero restablecer la confianza que forjamos con tanta dificultad llevará mucho tiempo y sin confianza no se puede lograr ni un orden europeo ni un orden mundial”, señala.

En la cumbre de la CSCE (Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, posteriormente la OSCE) celebrada en París en noviembre de 1990 se firmó una carta que Gorbachov considera fundamental y válida hasta hoy. Era un documento para la convivencia y desarrollo de un modelo de seguridad común, elaborado en el breve intervalo entre la caída del muro de Berlín y el fin de la URSS. Cuando fue presidente de Rusia (2008-2011), Dmitri Medvédev recicló varias ideas de Gorbachov en una propuesta para una arquitectura de seguridad en Europa. El expresidente opina que es un error recordarle al Kremlin el origen de las ideas expuestas. “No pueden aceptar nada que venga de mí, porque me consideran un traidor”, afirma. “Me critican, me entierran prematuramente, pero hay que actuar sin demora, porque se están acumulando muchas cosas negativas entre los países y los pueblos”, afirma.

La delicada salud no impide a Gorbachov disfrutar de un buen vino o salpicar la conversación con chistes que evocan su infancia campesina en la provincia de Stávropol e incluso compartir con esta corresponsal los recuerdos sobre el perfume del heno recién segado y las recetas de su menú de régimen actual, como el trigo sarraceno cocido o el borsh (sopa de verduras eslava), “al estilo de Stávropol”, que se prepara a partir del “caldo de pollo y no de ternera, como gustan de prepararlo en Moscú”. Gorbachov vive solo en una dacha en las afueras de la capital, vecina a la dacha de Valentina Matveenko, la jefa del Consejo de la Federación (Cámara Alta). Su hija y sus nietas le visitan, pero viajan mucho y él tiene pocas relaciones con los vecinos. Su fundación, adonde acude todos los días, es casi como un hogar para él. Con los años, Gorbachov afirma que cada vez admira más a Vladímir Lenin, aunque esto no resulte popular. 

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.
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