Una gran sorpresa contra los sondeos
La victoria de Iohannis en Rumanía demuestra la resistencia ciudadana frente a la corrupción y la arrogancia de la élite política
Hay momentos mágicos en la política democrática, cuando las estadísticas y los cálculos estratégicos resultan completamente equivocados. Hay momentos en los que la espontaneidad de la movilización ciudadana supera todas las expectativas. El resultado de las elecciones rumanas, con la victoria de Klaus Iohannis como el nuevo presidente del país, de la plataforma Alianza Cristiana Liberal (ACL y Partido Democrático Liberal), es la prueba más viva de la resistencia ciudadana frente a la corrupción y la arrogancia de la élite política. Representada, en este caso, por Victor Ponta, actual primer ministro y líder del Partido Socialdemócrata (PSD). Arropado por los votos de la diáspora rumana, Iohannis ha sido elegido en unas elecciones con una movilización sin precedentes (63,95%). Y la democracia rumana ha roto tabúes básicos: Iohannis es el primer presidente que llega de fuera de la capital y que forma parte de la minoría rumano-alemana. Además, es la primera vez que un candidato de religión no ortodoxa logra ser presidente en un país donde la Iglesia ortodoxa juega un papel determinante en la sociedad y la política.
¿Qué ha pasado? Iohannis es un orador pobre que no ha realizado una campaña extraordinaria. Victor Ponta es, en realidad, el artífice de su propia derrota. Como dice un personaje de Shakespeare, “el orgulloso se come a sí mismo”. La auto-confianza en su victoria y los denunciados gestos de corrupción electoral sin tapujos —edificios regalados a la Iglesia Ortodoxa; el bonus de última hora a los profesores; el desprecio hacia los votantes del exterior— se han vuelto en su contra. El voto negativo contra Ponta, en un país bajo el foco de la UE en su lucha contra la corrupción, castiga el desprecio de la élite política rumana hacia los valores democráticos, y opta por un outsider que, aun apoyado por un partido que tiene sus problemas de corrupción, se ha mostrado eficaz como alcalde de Sibiu.
Pero para entender la política rumana tras la Revolución de 1989 hay que tener en cuenta el contexto histórico y tomar con cuidado las etiquetas ideológicas. En Rumania no existe una izquierda verdadera basada en los principios fundamentales de solidaridad, igualdad social y autonomía. Y tras a revolución, el partido de Ponta —que tiene entre sus filas a cargos de la época de Ceaucescu como el expresidente Ion Iliescu— ha monopolizado el discurso de izquierdas. La caída del comunismo no trajo un cambio radical de élites. Las élites comunistas usaron la revolución para cambiar el capital político por capital económico, y ganar de nuevo la hegemonía política.
Sin embargo, no hay que idealizar la victoria de Iohannis. El régimen rumano es semipresidencial, pero Ponta sigue como primer ministro, y las próximas elecciones para el Parlamento serán en 2016. También es problemático que el polo de centro-derecha en Rumania está dividido. Además, los partidos liberales se apoyan también, aunque quizá en menor medida, en redes de barones. El nuevo presidente se enfrentará a obstáculos estructurales para introducir reformas básicas como la independencia de la justicia, la lucha contra la corrupción, y la reforma del Parlamento (que es casi tan grande como la Eurocámara). Pero si el nuevo presidente sabe usar bien las condiciones de este despertar político hay, por fin, motivos de esperanza.
Camil Ungureanu es profesor de Filosofía Política en la Universitat Pompeu Fabra
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