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Kochville o los hijos de Wichita

Los hermanos Koch heredaron una fortuna que han multiplicado astronómicamente

Yolanda Monge
Protesta en Los Ángeles contra la compra del diario 'Los Angeles Times' por parte de los hermanos Koch, en mayo de 2013.
Protesta en Los Ángeles contra la compra del diario 'Los Angeles Times' por parte de los hermanos Koch, en mayo de 2013.ZUMAPRESS

Está la Kansas con puerta al sueño-pesadilla de Dorothy, los chapines rojos y la bruja mala del Este; la Kansas brutal del asesinato a sangre fría de la familia Clutter en Holcomb, de la pena de muerte y trasladada a novela por Truman Capote; y la Kansas del petróleo, el dinero y el poder de la familia Koch, que hace palidecer a sagas “como las de Dallas o Dinastía” –en palabras de Bill, uno de los cuatro hermanos Koch, citado en el libro de Daniel Schulman ‘Hijos de Wichita’-.

Dorothy sigue residiendo donde siempre lo hizo, en la ficción; Capote es recordado de cuando en cuando y elevado a cumbres más altas en cada ocasión; y el sello Koch gravita de forma omnipresente por la destartalada Wichita, donde el apellido es reverenciado y odiado a partes iguales por distintos motivos y grupos desde que allá por los años veinte del siglo pasado el patriarca, Fred, llegara a esta ciudad para quedarse proveniente de un remoto pueblo de Texas.

Charles (78) y David Koch (74) han construido con el devenir de los años uno de los imperios industriales más grandes del mundo y la segunda mayor corporación privada de Estados Unidos. En la labor de incrementar astronómicamente la fortuna que el hijo de emigrantes holandeses comenzó a hacer cuando en lugar de agua salía petróleo de los pozos y se transformaba la fisonomía de Estados Unidos, se han quedado en el camino –aunque no desasistidos, ambos son multimillonarios- dos de los hermanos Koch, el primogénito Frederick (81) y Bill –este último gemelo de David-.

Pero los hermanos Koch –como se conoce a Charles y David a pesar de que existan Frederick y Bill- han hecho mucho más que tocar prácticamente la vida de cada uno de los norteamericanos en actividades cotidianas que incluyen desde la gasolina que llena los tanques del coche hasta la carne que se come o la moqueta que se pisa en los hogares. Ambos, como quiso hacer su padre participando en el nacimiento de la John Birch Society –sociedad surgida bajo el temor al peligro comunista-, han dedicado muchos años de sus vidas a intentar redibujar el paisaje político norteamericano existente y hacer de sus ideas libertarias moneda común.

Porque los Koch no son donantes políticos cualquiera. Aportan dinero, sí, y mucho. Donan ellos y, según sus detractores, donan otros muchos sujetos fantasma que bajo su batuta inyectan decenas de millones a las campañas electorales. Pero los Koch además de liquidez contribuyen con una visión estratégica, visión que luego extienden a través de ‘laboratorios de ideas’ (think tanks como el Instituto CATO) y organizaciones como American For Prosperity, entre otros.

Sin duda, visión y liquidez ayudaron a que echara raíces el movimiento de extrema derecha del Tea Party tras la elección de Barack Obama como presidente en 2008. Lo que no deja de ser una ironía cuando se conoce el germen del que proviene la primera fortuna hecha por el patriarca Koch, que no fue otro que el primer plan quinquenal puesto en práctica en la URSS por Stalin.

Acababa la década de 1920 cuando Koch padre vivió en primera persona la rigurosidad de las leyes del mercado que reverenciaba. Una serie de demandas dejaban fuera de juego la patente para refinar crudo que acababa de crear. Al mismo tiempo, el Kremlin buscaba ingenieros petroleros. La ecuación estaba planteada y se resolvió con Fred Koch firmando un contrato por valor de cinco millones de dólares en 1929 para construir 15 refinerías en la Unión Soviética. Transcurrido el quinquenio, Koch padre retornaba a Wichita con medio millón de dólares de entonces en su bolsillo fruto de su colaboración con el régimen estalinista.

Mucho ha cambiado Wichita desde 1930. Imperturbable sigue el río Arkansas. Pero sus márgenes relatan hoy una historia social y económica bien diferente donde la marca Koch está tan presente que esta ciudad de menos de 400.000 habitantes bien podría llamarse Kochville. El estadio Koch; el Centro Acuático Koch; el Zoo Koch; el Centro de Scout Koch; Big Brothers and Sisters, organización pagada por los Koch bajo el paraguas del Ejército de Salvación… “De alguna manera, la vida de casi todos está tocada por los hermanos Koch”, aventura Bess Hegeman, sentada a la entrada del Zoo a la espera de que salga su hija y nietos.

De 58 años, enfermera retirada antes de tiempo por invalidez, Hegeman no entiende muy bien la animadversión que existe contra los Koch. “Son buenos trabajadores que lo que desean es devolver parte de lo que tienen a la comunidad”, explica. “Son gente sencilla”, prosigue en referencia a Charles y David Koch, cuya fortuna personal –de cada uno- está valorada en 40.000 millones de dólares. “Mi cuñado trabaja en su compañía y dice que no es raro ver al mayor, al que vive aquí [David vive en Nueva York], en la cola del restaurante a la hora de la comida, como un trabajador más”.

Si no es el cuñado de la señora Hegeman, es un primo, un sobrino, un tío. Alguien. Siempre hay alguien que tiene a alguien que trabaja con o para los Koch en Wichita. En el Café Carlos O´Kelly´s, Reyna relata maravillas de ‘los patrones’, por lo que ha oído, porque “claro, no los conozco”. En el Auntie Mae's, Jordin cree que las industrias Koch mantendrán viva y en el mapa a la ciudad y no la dejarán desaparecer bajo el polvo, lo que sería el caso si no existiesen.

Loas y bienaventuranzas. Hasta entrar en la oficina de campaña del candidato demócrata a Gobernador, Paul Davis. Allí, una joven entusiasta que prepara pancartas para un próximo mitin dice que si le piden su opinión, a ella le parece estupendo que los Koch construyan piscinas y den albergue a los chimpancés y orangutanes –en referencia al hábitat creado dentro del Zoo por los hermanos Koch-. “Pero que no utilicen su dinero para cambiar mis derechos”, explica en alusión a un tema controvertido en Kansas, el aborto, que costó la vida en 2009 al médico George Tiller, tras ser tiroteado a la salida de misa por un hombre que dijo en su defensa que lo hizo para evitar que “matara a más niños”. “Los Koch usan su fortuna para comprar voluntades y moldear las leyes a su antojo, y yo no veo mucha filantropía en ello”. “Si ellos quieren al Gobierno fuera de su vida; yo los quiero a ellos fuera de la mía”, prosigue. “¿Es justo, no?”, pregunta.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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