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Tribuna
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El poder detrás del trono

Las elecciones presidenciales en Brasil tienen una importancia enorme por ser la mayor nación de Latinoamérica, con una población que hoy es de más de 200 millones de personas y un producto bruto que es el más grande de la región. Desde 2004 y hasta 2012 su economía ha experimentado una de las tasas de crecimiento más altas del mundo entero, superada solamente por China e India, razón por la cual es un verdadero coloso a escala mundial. A ello se agrega la extraordinaria riqueza de sus recursos naturales, con las selvas y varios de los ríos más importantes del planeta, y una sociedad compleja que ostenta una vibrante producción cultural y científica. Estas son razones suficientes como para que se preste más atención a esta gran nación, pero la verdad es que todavía en el mundo hispanoparlante sigue existiendo una notable reticencia a profundizar en el conocimiento de las sociedades de lengua portuguesa.

La clase de los verdaderamente pobres en Brasil ha disminuido del 28% en 2003 al 8% en 2014

La expansión contemporánea de la economía brasileña ha impulsado un cambio impresionante en las dimensiones de su producción así como de sus mercados y su capacidad de consumo. Ello ha sido acompañado por un cambio muy importante en la distribución del ingreso, de manera que la clase de los verdaderamente pobres en Brasil ha disminuido del 28% en 2003 al 8% en 2014. La nueva dinámica económica y social ha permitido que el mercado de consumo de masas haya aumentado con la entrada de más de 50 millones de personas en apenas un decenio. Estas transformaciones son resultado de las políticas públicas y sociales novedosas implementadas por el Gobierno de Lula entre 2003 y 2010, seguidas desde entonces por la administración de Dilma Rousseff, pero también son consecuencia de una combinación bastante singular de factores de largo plazo, que incluyen dinamismo empresarial privado y público, fuertes inversiones en economía y educación, y un conjunto de estrategias nacionales incluyentes y ambiciosas.

Brasil es un Estado donde la democracia funciona, razón por la cual es poco probable que éste se vea seriamente amenazada por los cambios que producirán las elecciones presidenciales y estatales en curso. La razón estriba en el fortalecimiento progresivo de una especie de pacto social que permite que tanto los empresarios como los sindicalistas compartan el poder, dentro de un escenario donde los ámbitos de lo público y lo privado tienden a reforzarse mutuamente.

Esta integración es resultado de la construcción progresiva de un Estado fuerte, proceso que tiene una larga historia. Durante la mayor parte del siglo XIX, Brasil fue el país más estable de Latinoamérica en buena medida por contar con una administración centralista —con un emperador y un parlamento— que le permitió escapar de las guerras civiles y de las consecuencias del federalismo que afectaron de manera tan acuciante a sus hermanas repúblicas hispanoamericanas. Pero esta monarquía se asentaba sobre el dominio de una oligarquía de terratenientes esclavistas que disfrutaban de las rentas del café y el azúcar producidos por una masa de trabajadores extremadamente pobres.

Desde principios del siglo XX, bajo el nuevo régimen de república federal, la economía brasileña creció con considerable velocidad tanto en el plano agrario como comercial, al tiempo que se produjo el surgimiento de una etapa de industrialización temprana. La crisis financiera mundial de 1929 provocó una crisis política y social de proporciones en Brasil, que desembocó en el levantamiento encabezado por el jefe político regional de Rio Grande do Sul, Getulio Vargas, quien habría de convertirse en presidente durante veinte años. Vargas es considerado como el forjador del Estado moderno en Brasil, en buena medida por haber impulsado una serie de alianzas entre el Estado, el ejército y la empresa privada. A su vez, logró establecer un equilibrio político y administrativo entre un Gobierno central fuerte y administraciones estatales que también eran (y son) poderosos. Su legado continuó siendo fundamental después de su muerte, lo que contribuyó al éxito de los procesos de industrialización y modernización de este vasto país.

Es más, durante la larga dictadura militar de los años 1964-1984, y pese a la represión política, se sostuvieron estrategias de modernización en numerosos planos de la economía y la sociedad, siendo pieza clave la triple alianza entre empresas estatales, empresas multinacionales y grandes empresas privadas nacionales. Luego, durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso en los años noventa, se adoptaron políticas para la privatización de buen número de las empresas públicas, pero a pesar de ello muchas sobrevivieron como empresas mixtas y se logró una fuerte modernización de la administración estatal.

Hoy en día los fondos de pensiones de los empleados y trabajadores brasileños son los inversores a largo plazo

Sin embargo, no sería hasta el Gobierno de Lula (2003-2010) que se lograron iniciar las profundas reformas sociales que requería el país, y pudo consolidarse un régimen de democracia social. Desde entonces, los representantes de sindicatos y de los fondos de ahorro e inversión de los empleados gubernamentales, y en particular de las empresas estatales, alcanzaron un gran poder financiero, convirtiéndose en aliados estratégicos tanto para la banca como para la empresa, ya que manejan el mayor volumen de inversión de los mercados de capitales del país. Hoy en día los fondos de pensiones de los empleados y trabajadores brasileños son los inversores a largo plazo más importantes de la Bolsa de São Paulo, la mayor de América Latina. Sus directivos son miembros de los consejos de dirección de las mayores empresas brasileñas, incluyendo firmas como la Vale, que es hoy la segunda compañía minera más grande del mundo. Lo mismo puede decirse con respecto al predominio de los fondos de pensión populares en la banca, empresas de electricidad, siderúrgicas, petroleras y aeronáutica, entre otros sectores claves. Esta estrategia es bastante singular en América Latina, pero no es nueva sino consecuencia del hecho de que en Brasil, desde hace veinticinco años, los sindicatos de bancarios, electricistas, telefónicos, petroleros y algunos metalúrgicos revindicaron no sólo la creación de los ahora muy poderosos fondos de pensiones, sino que también insistieron en mantener una participación activa en su gestión. En este sentido, los paralelos con el modelo alemán de democracia social son patentes, pues los representantes sindicales participan en los consejos de administración de muchas de las mayores empresas germanas.

Durante la última década, los Gobiernos de Lula y Rousseff adoptaron políticas sociales nuevas pero al mismo tiempo fortalecieron estrategias ya probadas para proyectar a Brasil como potencia regional. Los instrumentos han consistido en sostener el crecimiento económico y ampliar mercados internos, impulsar varias docenas de grandes empresas brasileñas (públicas y privadas) para que se convirtieran en campeones nacionales e internacionales, y consolidar las alianzas con naciones vecinas, incluyendo mecanismos colectivos como el Mercosur y Unasur. Es cierto que el dinamismo de los proyectos de integración sudamericana ha perdido fuelle en los últimos dos o tres años, en parte por la recesión que ha golpeado a Brasil. Sin embargo, no hay duda que cualquiera sea el resultado de las urnas en este mes, el Gobierno seguirá impulsando a Brasil como potencia media a escala global. Por ello, quien gane las elecciones deberá garantizar la paz social, ampliando el empleo bien remunerado, lo cual depende del sostenimiento de estrategias que ya han demostrado ser efectivas. Precisamente por ello es probable que siga en pie el modelo reciente pero ya consolidado y exitoso de democracia con pacto social en Brasil: ese es hoy por hoy el verdadero poder detrás del trono de la silla presidencial y con bastante certeza lo será durante las próximas décadas.

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