Las complicadas opciones de Xi Jinping
Pekín ha dejado actuar al Gobierno local frente a los manifestantes, mientras sopesa sus opciones


El Gobierno chino contempla desde la barrera, por el momento, los acontecimientos en Hong Kong. Le suponen un desafío serio. Son las mayores manifestaciones prodemocracia en suelo chino desde Tiananmen en 1989 y evocan ecos de las revoluciones árabes de hace tres años, auténtico anatema para el poder central. Hasta el momento Pekín ha dejado que sea el Ejecutivo autónomo que encabeza Leung Chun-Ying el que se desgaste en la respuesta a la campaña de desobediencia civil de los estudiantes y el movimiento Occupy Central. Mientras tanto, estudia sus opciones, todas ellas complicadas.
El movimiento prodemocracia exige la marcha de Leung y una reforma que permita comicios verdaderamente libres. Pero para muchos manifestantes, de lo que se trata sobre todo es de defender el modo de vida y un incipiente sentimiento de identidad como hongkoneses, más marcado entre los más jóvenes. No se sienten chinos y ven con preocupación lo que consideran una presencia cada vez más patente de la China continental y de sus ciudadanos en la excolonia británica. Algunas de las pancartas que muestran los estudiantes lo exponen claramente: “Somos hongkoneses. Somos asiáticos. No somos esa China”.
El miércoles, 1 de octubre, será un día clave. Es la fiesta nacional de China, que celebra el 65 aniversario de la fundación de la República Popular. Los organizadores esperan que el número de manifestantes quede muy por encima de los 100.000 que calculan que han participado en las concentraciones estos dos últimos días. Y han emplazado al Gobierno local a responder a sus demandas antes de la medianoche, bajo amenaza de extender la protesta a otros puntos del territorio autónomo y a ocupar edificios gubernamentales.
De momento, el uso de la fuerza parece descartado. La represión policial con gas lacrimógeno y gas pimienta el domingo solo consiguió multiplicar el número de participantes y extender la protesta por todo el centro de Hong Kong. Un uso aún mayor de la violencia está en la mente de muchos manifestantes, pero parece impensable que Pekín esté dispuesto a arriesgarse a ello 25 años después de Tiananmen, en una era de comunicaciones instantáneas y donde las redes sociales actúan como caja de resonancia en cuestión de segundos. Y cuando ha desplegado una estrategia de encanto para ganarse a Taiwán, que mira con mucha atención lo que ocurre en la excolonia.
La estrategia, de momento, es esperar. Instar a los participantes a volver a sus casas y ver si las protestas pierden fuelle por sí solas, como ha ocurrido con otros movimientos de indignados en otros puntos del planeta tras unas etapas iniciales de efervescencia.
Hasta cuándo estará dispuesto Pekín a esperar antes de mover ficha es la gran incógnita. El 20 de octubre comienza la reunión anual del plenario del Partido Comunista de China, una fecha clave en el calendario político del país y en el que se presentan las prioridades a desarrollar a lo largo del año.
El presidente chino, Xi Jinping, querrá llegar a esa reunión sin deberes pendientes. Y sin manifestaciones en un rincón del país que le hagan “perder cara”. Su preocupación no es tanto que las protestas puedan extenderse a otros lugares del país. Hong Kong y sus áreas circundantes, al fin y al cabo, siempre han servido de campo de experimentos económicos y políticos antes de que las autoridades chinas decidieran si exportarlos o no a otros territorios. La excolonia, levantada sobre una península y un archipiélago, está separada por una frontera del resto del país. Además, las informaciones que llegan a China sobre lo que ocurre en Hong Kong son muy limitadas, dado el control del poder central sobre los medios de comunicación chinos y sobre internet.
Pero una campaña de desobediencia civil prolongada en Pekín sí socavaría la imagen de Xi como líder completamente en control del país. Su campaña contra la corrupción ha causado malestar entre gente que, si bien no va a mover un dedo mientras Xi proyecte una imagen de líder duro, está a la espera de que el presidente cometa algún error.
Una opción que no parece completamente descabellada sería dejar caer al impopular Leung, una de las exigencias de los manifestantes, a cambio de la retirada de éstos. El movimiento prodemocracia podría apuntarse un tanto momentáneo. Y aunque ha declarado públicamente que le apoya, Pekín se desharía de un dirigente que, con una serie de decisiones como el uso de la fuerza el pasado domingo, no solo ha demostrado poca cintura política sino también ha contribuido a dar alas al movimiento democrático en cada momento estratégico. La disputa de fondo, la reforma electoral y las aspiraciones autonómicas de los manifestantes, quedaría aplazada. Pero ambas partes ganarían tiempo.
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