Hollande, debilitado
En París, da la impresión de que se ha pasado de la crisis política a la de régimen
Cuando un candidato se presenta a las presidenciales, propone un programa y los electores lo votan esperando la realización de las principales medidas incluidas en dicho programa. Bien se sabe que ningún candidato va a cumplir totalmente con sus promesas, pues el ejercicio del poder siempre implica coacciones imprevisibles, retrasos, cambios inevitables, olvido de las propuestas más atrevidas. El electorado lo acepta, y se muestra el genio de la democracia —hasta las próximas elecciones, en las que el ciudadano hace un balance y decide confirmar o cambiar su voto—. Pero cuando un candidato se presenta con un programa y llegando al poder lo cambia radicalmente, practicando una política estructuralmente opuesta a la prometida, es inevitable que el electorado que le había votado le abandone: eso es lo que ocurre con François Hollande en Francia hoy, y lo que ocurrió a partir de 2010 con José Luis Rodríguez Zapatero en España. Pues las promesas en política son mucho más de lo que parecen: tienen que ver no solo con el rechazo de la dura realidad que la gente padece, sino también con los anhelos, los sueños, los deseos y las creencias de los ciudadanos.
El rechazo actual hacia Hollande es excepcional: nunca en la historia de la V República un jefe de Estado ha sido tan deslegitimado. Parece que la cuestión central para los franceses no es saber si la estrategia económica del Gobierno va a tener éxito o incluso si va a fracasar, sino cuándo va a irse el presidente. En su última rueda de prensa del 18 de septiembre, plenamente consciente de ello, Hollande afirmó: "Seré presidente hasta el final del mandato". Menos mal para los diputados de su partido...
El objetivo de su primer Gobierno, con Jean Marie Ayrault, era realizar "reformas" suavemente, es decir, liberalizar y poner al modelo social francés en coherencia con los requisitos tanto de la patronal como de la política de austeridad merkelo-bruseliana. Apuesta difícil, pues el candidato Hollande había prometido, muy al contrario, renegociar la política europea y luchar en contra de los ucases alemanes. Ese giro hizo que la izquierda perdiera dos elecciones (municipales y europeas). El presidente cambió de Gobierno, llamó a Manuel Valls, cuya visión es manifiestamente liberal, es decir contraria a la línea oficial de la izquierda francesa. Él es probablemente el único político de izquierda francés que asume claramente la orientación liberal, al modo de Tony Blair. Pero si busca acabar con el juego de equilibrios del presidente, prácticamente tiene asegurada la derrota en las tres próximas elecciones clave (senatoriales, regionales y cantonales) antes de las presidenciales de 2017. Y mientras tanto, nada indica que sus reformas vayan a tener éxito, pues no se beneficia del apoyo sincero de la izquierda y no se cambia un país por decreto. Por supuesto, el Gobierno es todavía legal, pero pierde cada día más legitimidad. En realidad, Francia da la impresión de pasar de la crisis política a la crisis de régimen.
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