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Referéndum en Escocia
Columna
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¿Reino Unido?

Sin un tercio de su territorio, el país perderá mucho peso internacional

Francisco G. Basterra

La opción es clara, propone una decisión irreversible. Una pregunta directa, de solo seis palabras: ¿Debe ser Escocia una nación independiente? No la ambigüedad de la doble cuestión de Cataluña. Cameron solo aceptó un todo o nada, rechazando la propuesta del nacionalismo escocés de ofrecer también la opción de una profundización de la actual autonomía. Está en juego el fin de una unión de 300 años que llegó a gobernar sobre un tercio de la humanidad. Fue el imperio, del que los escoceses fueron gestores destacados, lo que soldó a la Gran Bretaña y moldeó la britanidad pero se desvaneció en los años sesenta. Antes fue el welfare state, de la cuna a la tumba, creado por los laboristas. La entrada en el Mercado Común en 1973 no tuvo el mismo efecto. Para Escocia hace tiempo que desapareció un proyecto común. Fue laminado social e industrialmente por Thatcher y le dio la puntilla el laborismo light de Blair.

La bomba de relojería que esconde la eventual independencia de Escocia es la salida de un disminuido Reino Unido de la Unión Europea cuando el proyecto europeo sufre su peor crisis de identidad. Y daría alas a otras naciones sin Estado. Por lo tanto, el referéndum del próximo jueves en Escocia, todavía una de las cuatro naciones integrantes del Reino Unido, junto con Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, nos afecta a todos los europeos, y especialmente a los españoles: vista a Cataluña. Las últimas encuestas han sembrado la alarma: el triunfo del sí a la independencia es posible.

A pesar de la importancia del envite, pactado y constitucional, Gran Bretaña no se siente al borde del abismo; el respeto del otro es un principio aceptado en Escocia. No solo es un choque entre cabeza y corazón. El debate es político y económico. Los nacionalistas del SNP, Partido Nacional de Escocia, creen que pueden ser un país más prospero y más democrático, fiándolo a los campos de petróleo del mar del Norte, una mezcla de Noruega y Arabia Saudí, con whisky.

Escocia vota a la izquierda de Inglaterra, es más comunitaria, cree en lo público. Piensan en un cóctel exitoso de identidad propia, un sentido social más justo y valores más igualitarios que la Inglaterra elitista. Un grito de small is beautiful en el torbellino de la globalización. Pero no han atado los detalles y los referendos los carga el diablo. Pretenden continuar con la libra esterlina, lo que es un despropósito. El nuevo Estado carecería de política monetaria propia y tampoco se beneficiaría del euro porque se situaría fuera de la UE. Una receta para el desastre, dice Paul Krugman.

¿Reino Unido, o RUK, Remaining of UK, o lo que queda del Reino Unido? Despojado de un tercio de su territorio, con una economía detrás de la de Italia, sin las bases escocesas de sus submarinos nucleares, notable pérdida de peso internacional en la UE, FMI, G7, difícil defensa del status de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Gran Bretaña al basurero de la historia?

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