“No voy a Ucrania. Vería a los asesinos de mi familia”
Holanda arropa a los familiares de sus 193 compatriotas del MH17 muertos
Ochenta investigadores policiales holandeses recogen estos días entre los familiares de las víctimas muestras de ADN, placas dentales e información sobre posibles tatuajes, cicatrices o marcas especiales, que ayuden a poner nombre y apellidos a los cuerpos destrozados de sus 193 malogrados compatriotas a bordo del vuelo MH17 de las líneas aéreas malasias. El resto de los 17 millones de holandeses, en estado de choque, conocía poco a poco a gentes hasta entonces anónimas. Vecinos de casi todas las regiones del país, que no volverán.
Resulta imposible apartar la mirada del rostro de Sem Wels, un niño de 10 años, que ocupaba ayer la portada del rotativo Algemeen Dagblad. Su fotografía, colgada en la ventana de su casa en Rosmalen, en Brabante, al sur del país, recordaba al chico que hace bien poco salió con sus padres, Leon y Conny, camino de Bali (Indonesia). Iban a ser las vacaciones de su vida, y sobre su cabeza, aparece otra imagen. Son los tres, sonriendo en otras vacaciones, al borde un canal. En la misma ciudad, y en la misma calle, vivían sus amigos, Remco e Yvonne Trugg. La pareja viajaba también con sus hijas, Tess, de 10 años, y Liv, de 6, en el aparato abatido. La mayor debía terminar la primaria el próximo curso, y una de sus amigas le dejó este mensaje a la puerta de su casa: “Te echo de menos. Ya no me apetece el Grupo 8 (último de la educación básica). Espero que leas esto desde el cielo”.
En Neerkant, un pueblo del propio Brabante de apenas dos mil habitantes, ha desaparecido otra familia completa. Son Jeroen y Nicole Wals, padres de Amel, Solenn, Jinte y Brett, dos chicas y dos chicos, cuyos amigos aún les dejan mensajes en las redes sociales con la esperanza de recibir una respuesta. El último tuit de Jinte, de 15 años, antes de despegar no pudo ser más alegre: “Despegamos en una horita hacia Malasia”, dejó escrito. “Yo era abuela”, acertó a decir la suya, cuando le comunicaron oficialmente la terrible noticia.
De Vleuterweide, en el municipio de Utrecht, en el centro holandés, salieron otros dos estudiantes. Eran los hermanos Robert Jan y Frederique Vanzijtveld, de 17 y 18 años. Ambos habían aprobado con buenas notas, y a ella la habían admitido en la universidad para estudiar Medicina. En su colegio, daba clases de apoyo de Física y Química a otros alumnos, y sus profesores subieron al sitio de Internet del colegio una nota recordando que era “alegre y espontánea y ayudaba siempre; una chica con grandes planes de futuro borrados de golpe”.
A otros holandeses, la tragedia los ha dejado huérfanos. Es el caso de Kevin, que vivía en Rótterdam con sus padres, Jenny Lo y Popo Fan. La pareja regentaba sendos restaurantes chinos en la ciudad portuaria, Asian Glories y Dim Daily. El chico, que no tenía hermanos, ha sido apadrinado de inmediato por dos chefs. Herman den Blijker y Francois Geurds, se harán cargo de que pueda tener un futuro en el negocio familiar. La clientela no dejaba de acercarse a los locales en busca de respuestas.
Aunque los selfies son cada vez más comunes, hay uno que encoge el corazón. Se lo hicieron una pareja de novios, Laurens y Karlijn en el aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol. Aparecen riendo y felices, poco antes de embarcar rumbo a Kuala Lumpur, capital de Malasia y destino del avión. Rutger Keijzer, el hermano de la chica, lo envió al rotativo De Volkskrant cuando supo que los había perdido “para mostrarle a Holanda, y al mundo, la pena que tengo y la que sufren mis padres y mi otra hermana y centenares más”.
A la vista del caos en que se está convirtiendo la recuperación de los cadáveres, los hermanos Tosca y Gerrit Mastenbroek, que han perdido a su hermana y a toda su familia, temían que acabaran robándole “hasta la alianza de matrimonio”. “He visto en televisión pasaportes abiertos de viajeros que estaban cerca de ella. Es horrible. No pienso ir a Ucrania. Vería a los asesinos de mi familia paseando por allí”, ha declarado Gerrit a la televisión holandesa.
Mientras, las familias de todos ellos son ayudadas por psicólogos, en el colegio Orange Nassau, en Dordrecht, al sur, lloran la pérdida de dos de sus profesores, Anton en Lianne Camfferman. Iban de viaje a Vietnam, y ella había trabajado dos décadas en el centro. Dejan tres hijas solas. Los domicilios de todos ellos se han ido llenado de flores, ositos de peluche y cartas de recuerdo y pésame, formando una especie de jardín, entre macabro y luminoso, por todo el país.
Víctima otra vez de un avión malasio
La australiana Kaylene Mann perdió a su hermano Rod y a su cuñada Mary en el vuelo de Malaysia Airlines que desapareció el pasado 8 de marzo en algún punto del mar de China. El jueves, cuando el MH17 que volaba de Ámsterdam a Kuala Lumpur fue alcanzado presumiblemente por un misil disparado por los separatistas prorrusos en el este de Ucrania, la australiana sufrió otra pérdida familiar, la de su hijastra, Maree Rizk, que regresaba a Melbourne con su esposo tras pasar cuatro semanas de vacaciones en Europa.
“Volver a pasar otra vez por esto... Algo así te desgarra las entrañas”, balbuceaba tras conocer la noticia otro hermano de Kaylene, Greg Burrows, que añadió que la familia trata de encajar el segundo golpe en poco más de cuatro meses. Pese a este destino especialmente cruel, Burrows subrayó que no tienen nada en contra de la compañía aérea malasia. “Nadie hubiera podido prever que el avión iba a ser abatido”, dijo; “eso está por completo fuera de nuestro alcance”.
Mientras, cerca de una veintena de familias de las víctimas malasias aguardan acontecimientos en un hotel cercano al aeropuerto internacional de Kuala Lumpur, donde ayer fueron visitadas por el primer ministro, Najib Razak. Se da la coincidencia de que entre los 44 muertos malasios se encuentra también una abuela política de Razak y del ministro de Defensa, Hishammuddin Hussein, que son primos. Amirah Kusuma, de 83 años, era la segunda esposa de Tan Sri Noah, abuelo de Najib.
El siniestro del MH17 se ensañó con familias enteras, como la de Dayang Noriah Aji, que ayer rezaba por su hija, su marido y sus cuatro hijos, muertos todos ellos en el vuelo. “Perdí a mi hija y su familia en lo que se tarda en pestañear”, declaró Aji a un diario local.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.