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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Viejos enemigos, intereses comunes

Diego García-Sayan

Impensable hasta hace pocos días: coincidencias explícitas entre Teherán y Washington frente al baño de sangre y de intolerancia en Irak por obra de las huestes de la agrupación Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL; ISIS, en inglés). Y, a partir de ello, un proceso en desarrollo en base a intereses comunes por la estabilidad regional y la contención del expansivo extremismo yihadista.

Menciono sólo tres acontecimientos ocurridos esta semana que eran impredecibles a principios de mes: 1) discursos convergentes y en paralelo del presidente Rohani de Irán y Obama de EE UU, anunciando su deseo de ayudar a Irak contra los extremistas del EIIL; 2) declaraciones del secretario de Estado John Kerry (luego matizadas por el Departamento de Defensa) de que no se descartaría para ese efecto la cooperación militar entre EE UU e Irán; 3) anuncio del Gobierno británico de la reapertura de su embajada en Teherán.

Todo por la existencia de una amenaza mayor. Las coincidencias y coordinaciones de ahora no llegan a ser estrictamente una alianza, pero en los hechos hay algo más que palabras convergentes. Mientras un submarino enviado por Obama ya navega en el Golfo, Irán mueve fichas que no son sólo diplomáticas o declarativas. La Guardia Revolucionaria iraní y su comandante Qassem Suleimani —antiguos archienemigos del Satán norteamericano y recientes aliados del presidente sirio al-Assad— ya tendrían en terreno iraquí el equivalente a tres batallones para entrenar a las raleadas fuerzas de seguridad iraquíes de las cuales 50.000 efectivos han desertado en la última semana.

Si bien la coordinación militar explícita estaría siendo puesta de lado, los intereses comunes abren varios escenarios. Descartadas las tropas norteamericanas en suelo iraquí, expertos militares sostienen que por falta de inteligencia en el terreno sería difícil que tuvieran éxito las operaciones de drones o de la aviación norteamericana pese a la urgencia del pedido del Gobierno iraquí luego de la toma el miércoles de la refinería en Baiji en la que se procesa el 30% del petróleo iraquí.

Las operaciones de fuerzas de elite iraníes en el terreno, sin embargo, podrían obtener y proporcionar importante información de inteligencia en el terreno. Que eso se vaya a llevar a cabo no está claro, pero la mera posibilidad ya deja atrás el enfoque de Bush sobre Irán como el eje del mal.

La arrolladora ofensiva del EIIL y la paralela inoperancia del régimen iraquí empuja cada vez más al acercamiento y la coordinación entre Irán y occidente, particularmente EE UU. Eso podría ser decisivo para impactar en la hasta ahora incontenible expansión del EIIL produciendo redefiniciones en el inoperante —y también sectario— régimen del chiíta primer ministro iraquí Al-Maliki quien ayer anunció que se niega a renunciar.

Más allá del tema iraquí, esta dinámica podría impactar positivamente en el curso de las conversaciones sobre el programa nuclear iraní, a pocas semanas de la fecha fijada para llegar a un acuerdo. Que optimistamente podrían derivar positivamente en un curso negociado a la guerra en Siria, convertida ya en un factor de inestabilidad regional al dinamizarse la expansión extremista con las milicias radicales anti Assad. Estamos, pues, ante palabras mayores.

Pero hay un telón de fondo: el desastre de las intervenciones militares occidentales. Que buscaban enfrentar amenazas a la paz y a la democracia pero que derivaron en más violencia e inseguridad. Eso ocurrió en Irak luego de la ocupación en el 2003. Cayó la satrapía de Saddam, pero quedó un territorio en el que ahora reina el caos y la desintegración. Algo parecido a Libia. Desgarrada por el caos y con un Estado desmembrado en decenas de milicias. Colapsos institucionales que acabaron beneficiando al radicalismo extremista.

Este “nadie sabe para quien trabaja” tiene que ver, entre otras cosas, con una grave desubicación analítica sobre lo que es el mundo de hoy. Que a fin de cuentas deriva en una lógica voluntarista debido a la ausencia de diagnósticos realistas, principalmente sobre la real distribución de fuerzas en el mundo de hoy. A veces parece olvidarse que ha quedado atrás el poder concentrado que en su tiempo tuvieron Gran Bretaña, primero, y EE UU con capacidad de monitorear la situación interna de un país sujeto a una abrupta variación en su régimen político.

Hoy eso no es posible. Lo que ocurre en Irak es un campanazo de alerta de algo que se podría haber evitado. El análisis objetivo de los hechos y de las reales correlaciones de fuerzas es indispensable para que, de esta forma, los remedios no resulten peores que la enfermedad.

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