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Sarkozy sigue los pasos de Berlusconi

Acosado por los jueces y presentado como víctima por sus fieles, el expresidente que dominó Francia teme acabar su carrera condenado como el líder italiano

Sarkozy, en campaña de las presidenciales que perdió en abril de 2012.
Sarkozy, en campaña de las presidenciales que perdió en abril de 2012.t.z. (afp)

En sus libros irónicamente titulados Italia, Roma y yo y El presidente y yo, el periodista de Le Monde Philippe Ridet, que cubrió durante años el ascenso de Nicolas Sarkozy y que desde 2008 ejerce como corresponsal del diario en Italia, esboza algunas semejanzas y diferencias entre el expresidente francés y el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.

Ridet recuerda que Sarkozy siempre admiró el carisma sin complejos y el control mediático de Berlusconi, y que ambos comparten el amor a la mitología deportiva, un uso vulgar y directo del lenguaje, la confusión entre público y privado, la ilusión de la omnipresencia y la eficacia (la política del fare), además del abundante empleo del maquillaje, las alzas en los zapatos y la fe en los sondeos y el discurso televisado.

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Quizá la mayor divergencia, dejando aparte las locas noches de bunga bunga, es que Sarkozy es un abogado pequeñoburgúes sin pasado mientras que Berlusconi fue un joven cantante de cruceros que de la noche a la mañana se convirtió en un magnate temido por su capacidad de comprar voluntades y votos.

Pero la historia de estos dos animales políticos, bromistas y autoritarios, hiperactivos y populistas, tan queridos como detestados por sus propios pueblos y que han definido la imagen de Italia, de Francia y de la UE en los últimos 15 o 20 años, está todavía por escribirse del todo.

Comparten un uso vulgar y directo del lenguaje y las alzas en los zapatos

El populismo-velinismo, duro con los pobres y gentil con los ricos, construido por el antiguo Cavaliere para privatizar lo público y favorecer la evasión fiscal de las empresas (sobre todo, las suyas) y los ciudadanos garantizó su pervivencia en el poder y creó escuela. La metástasis de la corrupción, la telebasura y el blanqueo se exportó a países cercanos mientras su tolerancia hacia los evasores encajaba sin problemas en Europa, que solo puso coto al dislate cuando llegó la hora del austericidio.

Sarkozy copió la alegría de Berlusconi con el déficit y la deuda (medio billón más en cinco años de mandato) y también imitó su ferocidad con los gitanos y su pacto con el Vaticano, pero el berlusconismo entró en barrena cuando el Banco Central Europeo y Merkozy rompieron a reír en aquella conferencia de prensa, en plena tragedia griega, al oír la palabra Silvio.

Poco después, en mayo de 2012, a Sarkozy se le congeló la carcajada y perdió las elecciones ante François Hollande; enseguida, Berlusconi recibió su primera condena firme —por fraude fiscal—, y se quedó sin escudo parlamentario al ser expulsado del Senado.

Los escándalos

• Caso Karachi. Posible corrupción en la venta de armas a Pakistán cuando era ministro de Hacienda.

 Caso Tapie. Sarkozy y su entorno habilitaron un arbitraje privado que indemnizó con 403 millones al empresario para zanjar el conflicto de Adidas. Hay seis imputados por estafa en banda organizada.

 Caso Gadafi. Los jueces investigan si el dictador libio financió en 2007 la campaña electoral de Sarkozy.

 Caso Bettencourt. La justicia imputó y luego desimputó al expresidente por cobrar dinero en 2007 de Lilliane Bettencourt, dueña de L'Oreal. Varios colaboradores, procesados.

 Caso Sondeos. Un asesor facturó nueve millones en cinco años al Elíseo por elaborar encuestas.

 Caso Mónaco. Sospecha de intercambio de favores y violación de secreto judicial con un juez del Supremo.

A falta de ver si habrá o no una enésima resurrección, la mayor lección del ex primer ministro italiano es que las urnas son el mejor salvoconducto para evitar la cárcel, y de hecho pasó media vida reclamando que Italia se dotara de un sistema presidencialista como el francés: su sueño era la inmunidad perfecta.

La ironía es que Sarkozy y su círculo más íntimo salieron del palacio del Elíseo con una mochila de escándalos que tiene poco que envidiar a los de Berluscolandia: presuntas comisiones ilegales por venta de armas (caso Karachi); un jefe de los servicios secretos cesado por espiar a periodistas; presunta financiación ilegal con dinero de Muamar Gadafi y de Liliane Bettencourt; una indemnización obscena de 403 millones de euros al empresario Bernard Tapie, y adquisición incontrolada de sondeos al asesor Patrick Buisson por valor de nueve millones.

Si la lista no bastara, esta semana se ha sabido que Sarkozy y sus celosos escuderos en las alcantarillas del Estado, sus exministros del Interior Claude Gueánt y Brice Hortefeux, han vivido los últimos meses en la situación más berlusconiana posible: sometidos a escuchas por los jueces. La revelación de Le Monde, toda una novedad en un país que suele ser muy cuidadoso con sus viejos mandatarios —salvo con Jacques Chirac, que acabó condenado por los empleos ficticios en favor de su partido en la alcaldía de París—, ha colocado a la derecha gala y a su prejubilado mesías en una posición italiana.

El abogado del expresidente, Thierry Herzog, ha recurrido a la retórica patentada por el defensor de Silvio Berlusconi, Niccolò Gedhini, y ha afirmado que las escuchas judiciales al expresidente son “un escándalo”, y que, “llegado el momento”, demostrará que obedecen a “una maniobra política cuyo fin es impedir el regreso a la política de Sarkozy”.

Hay italianización en la prensa, que llama "Padrino" al exmandatario

El escándalo real, según afirman los socialistas, es otro: el exjefe del Estado montó un “sistema mafioso” en la cúpula de la República destinado a quebrar la separación de poderes, y se dedica ahora, una vez perdido el Elíseo, a intentar mantener a toda costa su inmunidad.

La berlusconización de Francia se hace más evidente echando un vistazo a los periódicos. La web Mediapart titulaba el viernes: “Sarkozy, un presidente en banda organizada”. Libération calificaba este sábado al exjefe del Estado como Le Parrain, El Padrino. Y el conservador Le Figaro parafraseaba a Il Giornale de Berlusconi al titular su editorial “El hombre a cazar”, y afirmar que, “desde que dejó el Elíseo, Sarkozy está siendo sometido a una persecución judicial sin precedentes”.

Los últimos indicios delictivos que achacan los fiscales financieros a Sarkozy y a su primer círculo —tráfico de influencias y violación del secreto judicial— retratan a un pequeño Berlusconi sin escudo ni televisiones, que teme ser procesado y condenado por la justicia y basa su supervivencia política en un ramillete de admiradores fieles, restringido y bien situado en algunos puestos clave del Estado.

Este último relato de la agonizante era Sarkozy comienza en abril de 2013, cuando los jueces empiezan a investigar la supuesta financiación ilegal de la campaña electoral de 2007 por parte del dictador libio. Dado que el expresidente no goza ya de su estatuto legal de inmunidad y es un justiciable como cualquier otro, los magistrados deciden pinchar su teléfono móvil y motivan su decisión en que los delitos que se le atribuyen superan los dos años de cárcel.

Uno de sus asesores también grabó en secreto sus charlas privadas en el Elíseo

A la vez, intervienen los teléfonos de sus dos validos de más confianza, Hortefeux —antiguo responsable de finanzas de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Sarkozy— y Guéant, que, como responsable de Interior y del Elíseo, respectivamente, negociaban los contratos bilaterales (seguridad a cambio de control migratorio) con el régimen de Gadafi.

Enseguida, los jueces descubren que Sarkozy apenas pronuncia palabra cuando le llaman a su móvil oficial —los expresidentes tienen derecho a oficina, teléfonos y secretaria—, y pinchan otro aparato, clandestino y registrado con nombre falso, que Sarkozy usa para hablar con su abogado. Las dudas parecen razonables: ¿Qué esconde el exjefe del Estado para tener que usar móviles secretos? ¿Acaso alguien le informó de que los jueces espiaban sus llamadas?

Las escuchas revelan que Gilbert Azibert, un magistrado del Supremo, informa a Herzog sobre un asunto crucial que debe decidir el tribunal: otorgar validez de prueba a las incautadas agendas, la oficial y la privada, del presidente. Los cuadernos pueden ser decisivos en tres asuntos: el caso Gadafi; el caso Bettencourt, en el que Sarkozy fue imputado y luego desimputado por cobrar y abusar de la debilidad de la dueña del imperio L’Oréal; y el caso Tapie, en el que ya hay media docena de inculpados por estafa en banda organizada. Los jueces sospechan además que Sarkozy medió a favor del magistrado informante para conseguirle un cargo en Mónaco, cosa que Herzog y las autoridades del paraíso fiscal han negado rotundamente.

Pero los apuros de Sarkozy y de la huérfana derecha gala no acaban ahí.

La penúltima traba a la estrategia de retorno del gran líder para 2017 se la pone el hombre que ha sido su consejero áulico durante casi una década, el ultraderechista Patrick Buisson, que fue fichado por un deslumbrado Sarkozy en 2005 después de que predijera la victoria del no en el referéndum europeo.

Los jueces le pincharon el móvil al perder el estatus de jefe de Estado

Como el mayordomo de Liliane Bettencoourt, Buisson grabó horas y horas de conversaciones a su jefe con una grabadora escondida en el bolsillo. Y el exjefe del Estado se ha visto obligado a recurrir a la misma justicia a la que acusa de persecución para tratar de frenar los potenciales efectos letales de una traición que ninguna velina osó jamás cometer con Berlusconi.

Gracias a Buisson, el mundo sabe ahora que Sarkozy considera, entre bromas y veras, que su futuro pasa por ser “el señor Ramírez” (el mantenido) de Carla Bruni. Para impedir que se sepan cosas peores, la pareja ha pedido a la justicia que condene a los medios que publiquen las cintas.

Un traidor íntimo en palacio, un líder máximo mantenido por una dama, querellas contra los medios... Al final va a resultar que Berlusconi y Sarkozy se parecen menos de lo que parecía.

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