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Columna
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País de guarimbas

Las guarimbas de la actualidad entrañan un reclamo de la ciudadanía por recuperar el espacio seguro de la infancia

Las palabras suelen ser más hermosas que la realidad. En la actualidad la lexía que le produce más dolores de cabeza al presidente venezolano Nicolás Maduro, y a su gabinete ministerial, es guarimba.

Estigmatizada como una actividad que practica la oposición en Venezuela, consiste en trancar vías de comunicación, con alcantarillas, muebles viejos, basura y otros deshechos. A decir verdad, los ciudadanos son muy creativos a la hora de construir barricadas.

De esta manera diferentes zonas del país quedan incomunicadas. En febrero las guarimbas han aparecido y se han esfumado con notable velocidad, desconcertando a los encargados de liberar las calles. Abren un sector cuando se cierra otro.

Para muchos venezolanos palabras como pega, pela, taima y guarimba refieren al país de la infancia. Peleas entre muchachos a la salida de la escuela; correazos por malacrianzas; pausas entre juegos para tomar agua o salirse de un brete arriesgado; y ese espacio mágico que había dentro de un juego, donde un niño se escondía a buen resguardo, la guarimba, mientras pasaba el peligro.

El presidente Hugo Chávez fue el primero en convertir este término en anatema, cuando lo despojó de inocencia y le otorgó su sentido bélico. Definió así el acto de atacar (o resistir) al gobierno desde un espacio determinado de la capital.

El investigador venezolano Germán Flores Hernández, doctor en literatura y profesor de Literatura Medieval de la Universidad Católica Andrés Bello, estudió la etimología de guarimba. Su sentido era “refugiarse en un lugar seguro (la guarimba) hasta que -en mejores condiciones- se pudiera seguir atacando o resistiendo’’. Eso era.

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Con el tiempo guarimba dejó de ser un lugar y se convirtió en una acción. ¿Cómo? Hernández establece una hipótesis: un acto de metonimia. Se sustituyó su significado original (refugio en el juego) por la actividad que refería (defenderse).

La etimología de la palabra guarimba conjuga conocimientos germanos con sonidos africanos. La componen la raíz Warjgan-, que según Hernández, después de consultar al macizo doctor Corominas, significa refugiarse o guarecerse.

El -Imba proviene de voces de origen africano, como bemba y bimba. Este complemento le otorga sonoridad y abre en el oído resonancias exóticas del Caribe. Hasta aquí la investigación de Hernández.

Pudiéramos inferir que las guarimbas de la actualidad entrañan un reclamo de la ciudadanía por recuperar el espacio seguro de la infancia, ese territorio donde nos movíamos sin riesgos innecesarios. Un anhelo legítimo en tiempos inciertos.

Hoy una parte de Venezuela siente que ha perdido la felicidad de aquellos años. La calle resulta peligrosa, porque allí se mueven a sus anchas delincuentes que secuestran y asesinan sin contemplaciones. Desde las cárceles, abarrotadas de sospechosos sin juicios y controladas por pranes, los maleantes atormentan a la población.

La gente reclama seguridad. También otras certezas democráticas. Protestan la ausencia de medios de comunicación que trasmitan lo que ocurre en Venezuela; el secuestro de los poderes públicos que convierten a Venezuela en una nación sin justicia; la elevadísima inflación; la escasez de productos que generan peregrinajes infinitos.

Las disturbios de febrero y la represión de las fuerzas policiales junto a los colectivos armados que desencadenaron esas barricadas, han dejado un saldo doloroso para la población. 15 muertos, cerca de 900 detenidos y 23 casos de torturas documentados. Existe certeza de graves violaciones de derechos humanos.

Mientras tanto, la gente tiene que sobrevivir y atravesar la ciudad como puede. Porque de vez en cuando un trabajador de los que cargan bolsas en los automercados envía un mensaje de texto. La pantalla del celular se enciende: “llegó la leche’’ o “llegó el papel higiénico’’.

Se trata de un emprendedor del mercado negro. Le compra productos al dueño del automercado y lo esconde en el baño del apartamento de la conserje del edificio de enfrente. Su producto vale más caro, pero tiene la venta asegurada. El también tiene su guarimba particular. Resguarda algo que no hay para sus clientes. Y se rebusca. Y crea una red invisible.

Lo que no sabemos es cuándo la palabra guarimba se despojará de su piel guerrera y volverá al patio de la escuela donde los niños descansan de los estudios. Para recuperar su lugar seguro, a salvo de todos los males del mundo.

* Sergio Dahbar es periodista y editor. Fue editor adjunto del diario El Nacional.

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