Ucrania, cuestión de método
El procedimiento ruso en Crimea responde al viejo patrón utilizado por los bolcheviques en el Cáucaso o en Hungría
Según algunas informaciones, Ángela Merkel habría dado a Obama la opinión de que Vladimir Putin está fuera de la realidad. De ser así, la canciller alemana habría cometido un grave error de apreciación, ya que al invadir, y previsiblemente proceder a la anexión de Crimea, primer paso tal vez de un desmantelamiento de Ucrania en beneficio ruso, no está sino culminando una trayectoria expansiva manu militari y que le está dando óptimos resultados. Por supuesto, nadie piensa en un enfrentamiento con riesgo de guerra contra el presidente ruso, pero incluso las graves amenazas económicas de Obama han encontrado rápidamente la corrección de sus aliados. Como sus antepasados directos, los dictadores de los años 30, Putin no presta la menor atención, ni a las condenas morales, ni a las invocaciones al Derecho Internacional. Solo si el uso de la fuerza le ocasiona pérdidas decisivas podrá ser frenado.
La crisis de Ucrania tiene dos dimensiones y conviene no olvidar ninguna de ellas. Una es la que está reclamando mayor atención entre nosotros, la problemática interna del joven Estado, con una divisoria, la más visible, entre el Occidente plural –pues la región de Odessa es también rusófona- y el Oriente y Crimea escorados hacia Rusia. A partir de aquí, cabe resaltar la contradicción de la permanencia en sus límites del “regalo de Jrushev”, Crimea, e incluso la existencia de componentes nada democráticos en el sector nacionalista que ha protagonizado la revolución. Hasta puede evocarse en plan humor negro el parentesco entre el “derecho a decidir” de Crimea y el de Cataluña. La segunda dimensión requiere un tratamiento aparte: ningún Estado puede resolver los problemas con su vecino mediante una invasión militar, y Putin ya ha actuado así dos veces –contra Georgia y ahora contra Ucrania-, y tres si contamos el aplastamiento anterior de Chechenia a sangre y fuego. Así que aun cuando hablamos de Putin, Crimea y Ucrania, es preciso valorar su agresión en el marco de unos antecedentes que responden a la misma lógica. Por otra parte, empleada ante la opinión rusa como factor de movilización imperialista para compensar otro aplastamiento, el de la vida democrática en su propio país.
Al conmemorar la caída del muro, Putin compuso su figura, mostrando comprensión ante el hecho, y solo “nostalgia” por la RDA. Sin embargo, antaño no dudó en expresar su disgusto, desde su posición de agente de la KGB en la RDA, por el fin de un imperio que ahora trata de reconstruir pieza a pieza. Ya antes de su llegada, Rusia había armado a Abjazia para contrarrestar la occidentalización de Georgia y luego Putin repartió masivamente pasaportes rusos en Osetia del Sur para justificar la misma protección armada de los “ciudadanos rusos” que ahora practica en Crimea. El procedimiento de intervención, algo que se olvida, responde hoy al viejo patrón utilizado por los bolcheviques para reabsorber independencias incómodas en el Cáucaso o para invadir Hungría en 1956: los comunistas locales montaban la protesta o la insurrección contra el gobierno establecido; las fuerzas rusas respondían al supuesto llamamiento y todo volvía a la pax sovietica. De ahí que el problema desborde a Crimea, pudiendo alcanzar a la Ucrania del Este, y aun más allá. Es un método perverso, con antecedentes bien claros en Lenin, en Stalin y en el más próximo Andropov. La autodeterminación es otra cosa.
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