Los habitantes de Kiev invaden la lujosa mansión de Yanukóvich
Miles de ciudadanos ucranios descubren estupefactos la ostentosa mansión del depuesto presidente, que incluye un zoológico y un campo de golf
Una enorme propiedad en el campo con una mansión recubierta de mármol, un campo de golf privado y un zoológico. La residencia privada de Víctor Yanukóvich está abierta para que todos vean el inimaginable lujo del que se rodeaba el depuesto presidente ucranio. Miles de sorprendidos ucranios acudieron ayer a la abandonada propiedad, a unos 15 kilómetros de Kiev, que había sido tomada por manifestantes.
“Estoy en shock”, decía la militar retirada Natalia Rudented, mientras contemplaba el césped perfectamente cortado y sembrado de estatuas de conejos y ciervos. “En un país con tanta pobreza cómo una persona puede tener tanto, tiene que estar mal de la cabeza. El mundo tiene que ver esto y llevarle ante la justicia”.
Hubo atascos de kilómetros y una gran multitud hacía cola pacientemente ante la imponente verja de entrada para echar un vistazo al estilo de vida del mandatario, propio del más ostentoso de los oligarcas.
“No se preocupen que entrarán todos, es suficientemente grande para todos”, proclamaba un activista de la oposición, al tiempo que advertía a la gente que no pisasen el césped por si había minas y que alertasen de provocadores que intentasen dañar el lugar, hasta hace unas horas protegido por fuerzas de élite.
Las dimensiones del lugar habían sido mantenidas en secreto y parecen confirmar las sospechas de titánica corrupción. El salario de Yanukóvich era de unos 100.000 dólares al año, pero el lujo del inmueble señala claramente una riqueza mucho mayor.
En el interior, los visitantes apenas daban crédito a las barrocas salas decoradas con iconos de oro y armaduras. Varias cajas sobre los suelos de mármol apuntaban a una precipitada salida de los habitantes.
Divertidos o enfadados, otros posaban ante las falsas columnas griegas o fotografiaban con sus móviles la colección de raros faisanes importados de lugares tan lejanos como Mongolia o Sumatra. Por el paseo junto al lago hasta el campo para helicópteros, sobre los puentes y los cercados para caballos, hasta el enorme garaje donde se alberga un museo de vehículos militares soviéticos. El complejo de edificios destinados al personal, del que no había ni rastro, tiene el tamaño de una majestuosa casa británica.
“Mamá, ¿dónde está el baño de oro?”, preguntaba Ross, de cinco años ante un salón para banquetes en forma de galeón isabelino. “Quiero un barco pirata como este para mí”. “No te preocupes, ya aprovechamos este”, le contestaba su madre Ivanova.
“Esto hace que sienta que ha valido la pena” la lucha contra el Gobierno, decía Bogdan Panchyshin, tendero de Lvov. “Si el centenar de personas que han muerto pudieran ver esto creo que dirían lo mismo”, comentaba vestido aún con un chaleco antibalas.
“Esto debería convertirse en un orfanato, un hospital o algo para la gente muerta o herida en las protestas”, opinaba Víctor Kovalchuk, mecánico de 59 años. “Después de todo, se ha construido con nuestro dinero”.
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