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La crisis política de Tailandia se abate sobre la economía

Las turbulencias ahuyentan el turismo y las inversiones del país asiático

Naiara Galarraga Gortázar
Manifestantes antigubernamentales protestan en Bangkok.
Manifestantes antigubernamentales protestan en Bangkok.NARONG SANGNAK (EFE)

La economía informal rápidamente se adaptó a las protestas que, en nombre de la democracia, en realidad pretenden dejarla en suspenso en Tailandia. Las acampadas instaladas en cinco cruces de Bangkok están punteadas por infinidad de puestecillos que venden el kit del perfecto manifestante antigubernamental: desde camisetas con infinitos lemas en tailandés y en inglés (algunos turistas las lucen encantados) hasta silbatos que imitan el mapa del país. La otra economía, la formal, está en cambio viéndose directamente perjudicada. El turismo ha caído y los inversores extranjeros están con el corazón en un puño. La recurrencia de estas crisis políticas en la última década y la perspectiva de que la incertidumbre puede prolongarse varios meses más ya tiene efectos: amenaza de retirar planes de inversión foránea, paralización de un gran proyecto de infraestructuras públicas y caída del consumo interno.

Las elecciones del domingo, a las que el opositor Partido Demócrata no se presentó, no han servido para traer ni un atisbo de estabilidad ni siquiera para aclarar el panorama. Solo se sabe que el norte del país —bastión del controvertido empresario Taksin Shinawatra, hermano de la primera ministra— votó sin sobresalto alguno; la mitad del sur lo hizo con dificultades y en la otra mitad sureña ni siquiera hubo urnas porque resultó imposible presentar candidaturas. El único cambio poselectoral tangible es el desmantelamiento este lunes de dos de los campamentos de protesta. “Es que se están quedando sin manifestantes”, bromeaba un académico local. La rotonda del Monumento a la Victoria en Bangkok dejaba de ser una verbena para recibir el tráfico caótico de todos los días.

Mientras los opositores se preparan para impugnar los comicios, los empresarios tailandeses asumen que el limbo político puede durar entre tres meses y seis meses. Los tailandeses “son tan imprevisibles que nadie puede predecir qué va a pasar a partir de ahora”, se lamentaba el día de las elecciones un empresario español. La volatilidad es letal para los negocios. El primer ejecutivo de Toyota en Tailandia, donde fabrica 800.000 vehículos al año, advirtió públicamente hace dos semanas que como el conflicto político persista la empresa japonesa sopesará si anular los planes de ampliar su inversión en 20.000 millones de bath (450 millones de euros). Kyoichi Tanada advirtió: “La situación política puede hacer que los inversores extranjeros busquen oportunidades en otros lugares”.

Los extranjeros han elegido tradicionalmente Tailandia, hoy la segunda economía del sudeste asiático, como base desde la que hacer negocios por la estabilidad. Pero desde hace una década se suceden estas crisis, que se suman a otro factor. “Estamos en la trampa de la renta media. Crecimos muy rápido hasta 1997 [la crisis asiática], luego nos estabilizamos y ya no somos tan atractivos”, explica el economista Ammar Siamwalla del Thailand Development Research Institute (TDRI). El resto De la región cada vez seduce más y Birmania acaba de abrir sus puertas a los ávidos inversores tras cinco décadas de dictadura.

Las estimaciones indican que la economía tailandesa, basada en exportaciones apoyadas en una mano de obra barata inmigrante, crecerá este año 3-4%. Credit Suisse acaba de rebajar sus previsiones de un 4,5% a un 3%. Para la industria automovilística, difícil de trasladar de un país a otro porque depende de multitud de proveedores, las protestas son un serio varapalo. Un ejemplo: las ventas de la compañía burgalesa Grupo Antolín, que fabrica techos de coches en Tailandia desde hace un año, han caído un 40% en enero.

El impacto negativo en el turismo es evidente en Bangkok. Los chinos no han llegado en masa durante estas vacaciones del Año Nuevo lunar y al endurecimiento de las recomendaciones de viaje de algunos gobiernos le han seguido las cancelaciones. Un desastre para una industria que supone el 7% de la economía tailandesa. La inestabilidad también preocupa a sus vecinos Birmania, Laos y Camboya porque muchos de sus visitantes llegan previo paso por Tailandia. Y además es el primer inversor en todos ellos.

Esta crisis política es consecuencia del pulso que libran la oligarquía proteccionista y el clan de Taksin Shinawatra, un magnate populista que en 2001 revolucionó el panorama político con el triunfo electoral que le dieron los sectores menos favorecidos por el desarrollo económico. Depuesto en 2006 en un golpe y autoexiliado, su hermana Yingluck Shinawatra se ocupa de su legado como primera ministra interina. Taksin era partidario de cambiar el modelo, de liberar a los campesinos de sus ataduras con la tierra y que se lanzaran a consumir. Pero el modelo económico está definido en la Constitución: se denomina autosuficiencia, lo ideó el rey Bhumibol y es “una economía prudente”.

“Hacen falta negociaciones en la trastienda porque ambos bandos evitarán el enfrentamiento directo a la vista de todos. El lobby de los empresarios debe reanudar sus esfuerzos para ejercer de intermediario”, explica Chris Baker, un historiador experto en Tailandia citado por Reuters.

Los que exigen que Yingluck dimita porque la consideran una mera rehén de su hermano rodearon este lunes las oficinas donde celebraba una reunión con dos de sus ministros. No era la primera vez. “Hace un mes tuvieron que evacuar a la primera ministra en helicóptero (porque los manifestantes rodeaban el edificio). Es inaudito que se le permita al tío [al líder de las protestas, Suthep Thaugsuban] seguir dando mítines”, afirma incrédulo el empresario español. Efectivamente, Yingluck y sus ministros gestionan el Gobierno desde una especie de semiclandestinidad.

A la primera ministra también le persigue un catastrófico plan de subvenciones para pagar a los productores de arroz un 50% más del precio de mercado que ha dejado un agujero considerable en las cuentas públicas y ha soliviantado y perjudicado gravemente a un sector que en principio le era afín. El ejecutivo debe a los arroceros 124 millones de bath. Nipon Poappongsakorn, también del TDRI, no oculta sus críticas a Taksin, del que afirma que “solo se siente cómodo en los monopolios”. Esta crisis política ha supuesto también la paralización de un megaproyecto de infraestructuras que iba a suponer dos billones de bath (44.000 millones de euros).

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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