Al Qaeda resiste la ofensiva de Irak para recuperar dos ciudades suníes
El primer ministro pide a los ciudadanos que expulsen a los yihadistas de la provincia de Anbar En solo tres días de enfrentamientos han fallecido más de 200 personas
Oriente Próximo está pendiente de la contraofensiva del primer ministro iraquí Nuri al Maliki contra las milicias yihadistas suníes que desde el jueves han tomado partes considerables de la importante y contestada provincia de Anbar, fronteriza con Siria. El grupo Estado Islámico de Irak y Siria, afín a Al Qaeda, ha sembrado la inquietud en los países de la zona, al demostrar la fortaleza del eje yihadista al que pertenece, que ha dejado en evidencia la debilidad del gobierno de Al Maliki en Al Anbar, un enclave suní en un país de mayoría chií. Para contener a esa milicia ha comenzado a tomar posiciones una amalgama de potencias normalmente contrarias, como Estados Unidos o Irán, que ahora se marcan como prioridad frenar el radicalismo suní de Al Qaeda, que amenaza sin distinciones sus intereses.
De momento, el presidente iraquí lucha en solitario, lanzando una fiera ofensiva contra la ciudad de Ramadi, en la que han muerto decenas de yihadistas, y pidiendo a la ciudadanía de Faluya que actúe para expulsar de allí a Al Qaeda, evitando así campañas militares que dañen innecesariamente a la población civil. Al Maliki compareció ayer en la televisión nacional para pedir “a la gente de Faluya y a sus tribus que expulsen a los terroristas” para evitar que “sus zonas residenciales queden a merced del peligro de los enfrentamientos armados”. También dijo que ha dado la orden a los generales de que de momento no entren “en áreas residenciales de Faluya”. En los pasados tres días han fallecido más de 200 personas en esos enfrentamientos.
Respondía con ese anuncio el presidente, chiíta como la mayoría del país, a las noticias de que había algunas tribus suníes de Al Anbar que se habían sumado a los insurgentes, que también luchan en Siria. Otros líderes tribales, sin embargo, se han unido a las fuerzas gubernamentales, como ya se aliaron a partir de 2005 con las tropas norteamericanas, para debilitar a Al Qaeda en su región.
Aunque más de un 60% de la población iraquí es chií, la inmensa mayoría de residentes en la provincia de Anbar (140.000 habitantes) es suní. Allí se declaró en abril del año pasado el Estado Islámico, una unión de miles de yihadistas —muchos extranjeros— que aspiraba a operar tanto en Irak como en Siria. Hoy lucha en varios frentes sin más estrategia que la de desestabilizar la región: contra el gobierno de Al Maliki, contra el régimen sirio de Bachar el Asad y contra los oponentes moderados de este, apoyados por Arabia Saudí y la Liga Árabe.
EE UU, que retiró sus tropas de Irak hace dos años, le ha brindado su apoyo a Al Maliki, pero matizando que procurará no enviar de nuevo soldados a ese país, después de sufrir allí 4.486 bajas en nueve años de misión bélica, un tercio de ellas en la propia provincia de Al Anbar.
Al Qaeda está tratando de explotar las divisiones étnicas que en el pasado ya han desgarrado partes de Oriente Próximo, enarbolando la bandera del radicalismo suní en una zona donde se amalgaman diversos credos y vertientes del islam. Ahora trata, claramente, de crear un eje de caos insurgente desde la costa libanesa a Bagdad, pasando por Damasco. Operativos suyos han sido responsables de numerosos ataques con explosivos en meses recientes en toda la región, como el que el jueves sacudió el feudo de la milicia chií Hezbolá en el sur de Beirut.
En la lucha contra El Asad, el Estado Islámico compite con el Frente al Nusra, compuesto en su gran mayoría de islamitas sirios y que lucha también con la bendición del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri.
Los insurgentes de Irak, que el jueves comenzaron a tomar edificios públicos, mezquitas y prisiones en Al Anbar, han aprovechado la insatisfacción de los ciudadanos suníes de esa provincia con el gobierno de Al Maliki, a quien muchos de ellos ven como un autócrata que actúa al dictado del régimen de los ayatolás de Irán, también chií. En realidad los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden se vieron el 30 de diciembre, cuando el ejército iraquí desmanteló una acampada de protesta de suníes contra el gobierno de Al Maliki.
"En realidad se puede echar la culpa de lo sucedido al gobierno de Al Maliki. Intentó destruir con el ejército el sitio de las protestas en Ramadi, empleando débiles acusaciones de que el Estado Islámico utilizaba el sito, pero en realidad sólo algunos miembros de ese grupo estaban en la ciudad. La mayoría estaba en campamentos en el desierto", explica Aymenn Jawad al Tamimi, investigador Shillman-Ginsburg en la organización Middle East Forum. "A causa de la ira popular que resultó del ataque contra el sitio de las manifestaciones, el gobierno retiró el ejército y esto dio la oportunidad al Estado Islámico de entrar las ciudades de Faluya y Ramadi. No se necesitó en realidad a soldados procedentes de Siria".
De Ramadi, capital provincial de Al Anbar, las batallas callejeras se extendieron al este, a Faluya, y han llegado a sólo 40 kilómetros de Bagdad. El domingo, una oleada de ataques con explosivos en esa capital causó al menos 19 muertos. En todo 2013 fallecieron en Irak 8.000 civiles, la mayor cifra desde 2008.
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