La reforma del cerco
El Congreso mexicano aprobó una reforma político electoral criticada por grupos de activistas
En estos días ingresar a las instalaciones del Congreso de México es una odisea que requiere paciencia y creatividad. Su cerca de acero es una muestra del blindaje con el que la mayoría de los legisladores imaginan y recrean el quehacer político. Y esto no suena nuevo. Recuerdo que hace cuatro años hacía una alusión similar, cuando varias organizaciones de la sociedad civil y movimientos ciudadanos nos dábamos cita en San Lázaro para intentar hablar con los líderes parlamentarios y convencerlos de echar a andar una reforma política.
El martes pasado conseguí un asiento en el segundo piso del pleno del Senado, al que ingresan invitados y periodistas. Mi calidad no era en ese momento ni una ni la otra, asistía solo como una ciudadana interesada en conocer los argumentos y las votaciones que definirían la reforma político-electoral esa tarde. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) había estado ausente y algunos senadores del Partido Acción Nacional (PAN) avisaban que sus reservas serían la clave para lanzar una reforma histórica. Los ciudadanos, los periodistas y los invitados desconocíamos el contenido de la reforma.
Me asignaron un asiento hasta el frente. A mi lado se sentó una mujer, empleada del Senado, que vigiló durante horas mis movimientos y monitoreó los mensajes que lanzaba en Twitter sin pestañear. Escuché atenta las participaciones de varios senadores del PRI y del PAN que celebraban la transformación del Instituto Federal Electoral (IFE) en un órgano nacional que, aseguran, eliminará la intervención de gobernadores en los procesos electorales. Ninguno expuso el riesgo que corre el próximo proceso electoral con estos cambios ni la incertidumbre que produce la falta de claridad sobre su funcionamiento.
Observé cómo saturaban el micrófono con referencias de inclusión ciudadana, en total inconsistencia con la concentración de poder sobre los partidos que sus decisiones implican. No entendí cómo ligaban sus albricias democráticas al hecho de regular un sistema de reelección que exige un filtro partidista. Justamente una de las razones para impulsar la reelección era que los legisladores y alcaldes rindieran cuentas a su electorado, y se liberaran de ser necesario de las imposiciones de sus cúpulas de partido.
Tampoco comprendí su fervor pluralista al anunciar el incremento del 2% al 3% para que un partido obtenga el registro. Con esto, apuestan a que se reduzca la representación partidaria, desdeñan la diversidad, bloquean el acceso de las minorías a la toma de decisiones.
Ningún senador mencionó su omisión legislativa por el vencimiento del plazo para regular las candidaturas independientes, la consulta popular y la iniciativa ciudadana. Ellos mismos se comprometieron en un artículo transitorio, que incluyeron en la reforma del 2012, a que los ciudadanos podríamos poner en marcha estas tres figuras con reglas acabaditas. Sin embargo, fueron capaces de votar esta reforma sin antes dejar establecido el marco jurídico.
Entre ellos se escuchaban poco, parece que están ahí por trámite. Mientras sus compañeros arguyen a favor o en contra, algunos senadores se levantan de su silla y se agrupan con otros para bromear y conversar. Senadores del Partido del Trabajo (PT), argumentaron en contra y algunos del PRD se dieron por convencidos con el hecho de que la consulta popular se hiciera vinculante. Pero no fueron suficientes votos para detener la aberración. En cambio, los que sí escuchábamos, los que esperábamos una reelección para exigir cuentas a los representantes, los que reconocemos los aciertos de nuestras instituciones electorales, los que llevamos años impulsando la ampliación de derechos políticos, sentíamos que la sangre se nos calentó. Fue imposible contener la frustración.
David Domínguez, uno de mis compañeros del Colectivo #ReformapoliticaYA se levantó a entonar una canción que hablaba de lo decepcionante que resulta el Congreso. De inmediato, los responsables de seguridad del Senado lo rodearon y lo sacaron violentamente de la sala. En ese momento me levanté y, con toda la potencia de mi voz, le dije desde el palco a los senadores que la reforma dejaba fuera a la ciudadanía, que era la partidocracia pura: ¡No a la reelección con filtro partidista! ¡Los ciudadanos debemos decidir directamente! ¿Qué pasó con la regulación secundaria que tenían que tener lista el 9 de agosto? Reduzcan el presupuesto que reciben sus partidos. También fui desalojada.
Se nos acusa de ilusos, ¿cómo esperar que los legisladores reformen para debilitar a sus partidos?, ¿en serio esperaban que la participación ciudadana fuera una prioridad en este proceso?, ¿confiaban en que el PAN y el PRD se iban a oponer a que la reelección se simulara? A todas estas preguntas respondemos que sí. Esperábamos que la reforma se discutiera abiertamente, que el espíritu de rendición de cuentas que llevaba implícita la reelección no fuera aplastado con triquiñuelas, que la regulación de los mecanismos de participación fuera contundente e innovadora.
Este jueves se votó la reforma en el Pleno de la Cámara de Diputados. Han decidido que no requiere mayor análisis, así que no se discutió en las comisiones correspondientes. Fue una votación anunciada.
Efectivamente, esta reforma será histórica pero no por fortalecer la democracia, sino por la irresponsabilidad con que fue conducida, por poner en riesgo la certeza de los procesos electorales al transformar al IFE y por levantar una cerca que impedirá a toda costa la participación de los ciudadanos mediante procesos alternativos a los partidos políticos de siempre.
Activista y articulista de 'El Universal'
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